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Por Diego E. Barros

Uno de los legados que nos dejará la estafa de los últimos años será el reconocimiento de la absoluta normalidad. La normalidad con la que asuntos que en tiempos correspondían al campo de la ciencia ficción han acabado por convertirse en el pan nuestro de cada día. Comienza uno aceptando que los automóviles Jaguar se reproducen en los garajes de ciertos políticos. Se pasa a asumir la existencia de trabajos por emitir opiniones no vinculantes a cambio de 8.500 euros mensuales (algo que miles de personas hacen en el bar o en Twitter, a diario y gratis). Y se acaba por confiar en la existencia de tarjetas mágicas que sueltan un río de dinero de principio y fin desconocidos. Entre tanto, decenas de sucesos increíbles que se asumen con la normalidad con la que la cuñada de Gabriel García Márquez calificó al Nobel colombiano tras ver reflejada buena parte de la historia familiar en las páginas de Cien años de soledad: «Ay, pero Gabito es bien chismoso». 

Del juego entre dimensiones desconocidas para el común de los mortales es difícil volver y, traspasadas las líneas, lo imposible es el desengaño. Basta con escuchar al ex consejero Pablo Abejas, hasta el jueves director general de Economía de Madrid. Tras el ruido derivado del conocimiento de la existencia de estas tarjetas opacas al fisco puestas a disposición de los miembros del Consejo de la rescatada Caja Madrid, Abejas se ha limitado a decir, ofendido, que «era una práctica conocida y legal en la caja y en las corporaciones del mundo entero». La normalidad. Lo tremendo es que hasta donde sabemos nadie lo ha desmentido y los posibles aludidos se han dedicado a silbar como quien ve la vida pasar. Tan normal es la situación que uno de los depositarios de una de esas tarjetas mágicas con las que dispuso de unos 63.000 euros escondidos a la hucha de todos, José María Buenaventura, acabó siendo director de gabinete del secretario de Estado de Hacienda. La normalidad de colocar al zorro al cuidado de las gallinas. 

Del monto de las tarjetas mágicas hemos conocido un desglose por categorías donde la cuarta más cuantiosa respondía a «otros». El misterio de los «otros» no será nunca desvelado, aunque en este curso de normalidad acelerada en que vivimos desde hace tiempo haya sido la propia UE la que vaya dando pistas. Contabilizar en el PIB lo (supuestamente) producido por actividades (ilegales y por tanto imposibles de contabilizar de manera fidedigna) como el narcotráfico y la prostitución es un paso más en nuestro empeño en convertir a la ingeniería financiera en una de las Bellas Artes. En ese camino hacia la normalidad, Abejas ha venido a insistir en que para ver las bambalinas de este «teatro» en el que vivimos basta con acudir al propio Banco de España o a Hacienda. Por supuesto, con absoluta normalidad.    

@diegoebarros

Achtung | Revista independiente cultural e irreverente

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