Se representó en el Teatro Central (Sevilla), Archipiélago de los Desastres, de la mano Isabel Vázquez. Un trabajo que supo hacerse muy deseado por sus fieles seguidores, y al mismo tiempo, consiguió reencontrarles con reflexiones que inciden directamente a cómo nos relacionamos nosotros los seres humanos. Tal y cómo quedó plasmado en piezas anteriores de esta creadora andaluza, como Laika o La Maldición de los Hombres de Malboro.
Una vez más Isabel Vázquez nos brinda una pieza que derrocha frescura y sentido del humor. Algo capaz de agradar a todos los públicos, sin que ello suponga un sacrificio a la calidad y profundidad de su trabajo. Dicho lo anterior, Archipiélago de los Desastres es una obra a la que uno se puede enfrentar desde distintas posturas, hasta tal punto, de que sitúa al espectador en la tesitura de decidir de qué manera se va a dejarse guiar por las temáticas que se abordan y el cómo se abordan. Esto es: Siendo que hay momentos clownescos, va de suyo que detrás corresponde reírse de uno mismo, ya que siempre hay un mensaje que a los más atrevidos les reabre heridas. Sobre cosas que aunque en un momento se quedaron aplacadas, en este caso no hay manera de desatender dichos mensajes, al menos durante la representación de esta pieza.
Ya la sinopsis de esta pieza, nos avisa que la misma es producto de una investigación escénica sobre el potencial concentrado en la vulnerabilidad que tanto caracteriza a la condición humana. En tanto y cuanto, se parte de la premisa que desde un estado vulnerable uno tiene a su alcance mostrarse auténtico. Desde hace mucho llevo defendiendo que en nuestra sociedad mostrarse vulnerable es un tabú, en el sentido que muchos de nuestros interlocutores nos perciben de una forma caricaturesca, o qué decir que es como jugar a las cartas mostrándoselas a tus oponentes. “Oponentes” que se afanan en seguir interpretando ese rol porque más que tener empatía o al menos intentar entender que hay detrás de todo ello, éstos se precipitan a sacarle el máximo beneficio a ese “descuido social” (si se me permite la expresión).
Estoy pensando en ejemplos como cuando una persona se expone en un instante de supuesta fragilidad, hay quien encuentra el pretexto perfecto para confirmar esa imagen desvirtuada que se tenía de su interlocutor, como una manera más de ahorrarse tener un momento de encuentro en el que primaría la conservación de nuestros lazos como seres humanos, en vez caer en excusas que hacen más ágiles las maneras de seleccionar con quién uno decide compartir su vida y cuánto tiempo.
A dónde quiero llegar, es que hay dinámicas donde muchos terminan siendo seres sospechosos, más que una persona por conocer. Desde luego, nadie debería sentirse obligado a dar tantas oportunidades a “completos desconocidos”, pero creo que esta pieza nos arrincona para que pensemos las implicaciones sobre cómo tratamos a nuestros iguales. Un ejemplo: aquél que se muestra machacándose a sí mismo porque hay cosas que tardan en salirle bien, y no es capaz de contener esa frustración. Persona que la mayoría de las veces se le aplican una serie de dispositivos disciplinarios, con el fin de que se mantenga el status quo, en vez de instruirle en herramientas para saber reconstituirse en aquellos contextos, que digamos, se le resisten.
Más de uno de nosotros los hemos encarnado este tipo de ejemplos, y cuando se ven escenas en Archipiélago de los Desastres que de algún modo u otros nos podemos sentir reflejados, está a nuestro acceso percibir la violencia sistemática a la que se le somete a estas personas “descuidadas sociales”, sin que el foco esté apuntando a uno mismo. He allí una de las maravillas que nos ofrecen las artes escénicas, ya que permiten comprendernos a nosotros mismos (en lo individual y colectivo), sin tener porqué entremezclar cosas que corresponde mantenerlas entre paréntesis.
En paralelo a lo anterior (que de algún modo quedó tácito en lo que se representó los días 14 y 15 de enero del presente año en el Teatro Central), nos puede tentar caer en postulados nihilistas como modo de supervivencia a esta sociedad en la que vivimos. Ese nihilismo contiene diversos modos de manifestarse, y como paradoja que sustenta los equilibrios de esta sociedad, mostrarse explícitamente violento es algo condenable; entonces, parece que una de las pocas vías habilitadas para seguir adelante, es no tomarse a uno mismo en serio, y también la vida misma. Ya sabéis eso que se suele decir: “Es que te tomas las cosas demasiado en serio, disfruta del momento” ¿Qué alternativas a medio/largo plazo, nos están dando quienes emiten este tipo de sentencias? ¿Hay margen a una «tercera vía», porque los valores de la Modernidad nos son insuficientes para responder a los desafíos de nuestra Edad Contemporánea?
No me atrevería a decir si en Archipiélago de los Desastres conseguiremos respuestas satisfactorias a todo ello (ni tiene por qué aportarlas), pero nos abre un sendero por el cual uno puede atravesar estos interrogantes, para un saber levantarse mañana de la cama sin que el dolor de las heridas aún abiertas, sean tan discapacitantes. Pues, en esta pieza ante todo se respeta la inteligencia del público, y en esa medida no se llegan a mensajes autocomplacientes ni banales, más bien su texto (sea a través de la voz off o de la boca de alguno de sus intérpretes) denota cierta madurez que ojalá uno hubiera tenido antes, dado que la juventud a muchos se nos ha esfumado, y la hemos invertido desde esa “torpeza”.
Nadie nació aprendido, pero a pocos se les ha dado un acompañamiento que no tenga detrás paternalismos o un ir con segundas intenciones ¿Estamos solos en todo esto? Quizás las preguntas más operativas con que empezar a recomponernos, son las que nos conduzcan a caminos directos a cómo pensarnos a nosotros mismos como seres individuales condicionados y enriquecidos, por una sociedad tan compleja y a veces tan inhabitable.
Mientras tanto en Archipiélago de los Desastres, se suceden escenas que oscilan entre lo íntimo (recuérdese el solo de Lucía Bocanegra iniciado con un ukelele entre sus manos, en el que dicho sea de paso, nos vuelve a demostrar que sus dotes de cantante no paran de evolucionar a la par que su danza); lo festivo (el final); el humor ácido (cómo olvidar la estelar aparición de “Mrs. Éxito” y sus secuaces, protagonizado por Arturo Parrilla); la escucha grupal (la labor que desempeñó Nerea Cordero como maestra de ceremonias, demostró entereza y templanza); el virtuosismo y eficacia (Deivid Barrera y Ana F. Melero); etc… Perfilaron a este trabajo como algo tan bien dirigido, que se supo tocar numerosos temas relacionados en una sola pieza.
El atrezzo, la iluminación y la selección musical, fueron aliados necesarios para que Archipiélago de los Desastres, se hilara no quedándose en un conjunto de escenas yuxtapuestas (cosa que por otra parte, le hubiese sucedido a muchos directores, dado el difícil desafío al que se encomendó Isabel Vázquez). De cualquier modo, invito a los que hayan visto esta pieza a reposar las incidencias que hayan podido tener los contenidos a los que se han hecho alusión en el foro interno de cada uno. No vaya a ser que usemos a este potente trabajo como un pretexto para huir hacia delante, dado que a pesar de todo, uno sale del teatro con un buen sabor de boca.