El Teatro la Fundición de Sevilla representó Casandra, como parte de la programación del ciclo Teatro y Mujer que se está desarrollando dentro de las actividades del Día Internacional de la Mujer. Pieza que vuelve a la capital hispalense de la mano de Tríade Teatro, compañía que con Polifonía ya nos demostró su compromiso social y calidad, a la hora de abordar relecturas de varios de los relatos, que han participado en el configuración de nuestra cultura occidental.
La figura de Casandra en la mitología griega es de esas que no sólo protagonizan tragedias, sino que además, su vida es una tragedia en sí misma. Lo digo porque si uno hace una panorámica a lo que nos ha llegado de la misma, se cae en la cuenta de que ha sido un mujer desgraciada, de la que se ha abusado de su frágil posición, es decir: ha sido difamada, violada, asesinada tras un ataque de celos, etc…, el caso es que estamos ante la historia de una mujer, que aunque haya intentado salirse con la suya tras incumplir un acuerdo con el dios Apolo (con el cual pactó que a cambio de yacer con él, éste le concedería el don de adivinación). El caso es que ese atrevimiento, ese acto de hibris (es un concepto griego que puede traducirse como ‘desmesura’ del orgullo y la arrogancia. No hace referencia a un impulso irracional y desequilibrado, sino a un intento de transgresión de los límites impuestos por los dioses a los hombres mortales y terrenales), ella terminaría pagando el precio de que ninguna de sus predicciones serían creídas por los mortales (salvo por uno de sus hermanos), y los perjudicados serían los troyanos (siendo que fue quien predijo que ese caballo de madera traería fatalidad al este pueblo. Por decir un ejemplo), y ella misma.
La versión hegemónica que nos ha llegado de la figura de Casandra, es de esas que han contribuido a constituir en el imaginario en nuestra cultura occidental, que la idea que tenemos de las mujeres se adecúa a que son seres que cabe desconfiar de ellas dado que pueden tener fines egoístas en sus palabras, o en sus actos de seducción (Tomad en cuenta que Apolo llegó a tal acuerdo con Casandra, tras enamorarse de su belleza, inteligencia, entre otras cosas). Y aunque ella no haya sido un ser que no tenga un cierto grado de responsabilidad en donde ella ha estado involucrada, el caso es que el castigo, el destino al cual se enfrentó ha sido de lo más desproporcionado. De esta manera, pasó de ser considerada un ser hermoso, inteligente y más rebelde de lo que se toleraba en aquella época a una mujer, a convertirse en un objeto para saciar los deseos más oscuros, e incluso terminar convertida en un botín de guerra de la victoria del rey Agamenón ante los troyanos, y así ella asumiría el papel de esclava y amante de este rey de Micenas, hasta el día de su también trágica muerte.
Por tanto, estamos ante una historia que nos podría valer de alegoría de cómo una persona que ha sido estigmatizada termina siendo tan denostada, que se atenta contra su dignidad humana. No es tratada como una persona, ni una bestia, ni un objeto, esto es: es un ser al cual no se le dio crédito a su palabra, porque creerle tendría grandes repercusiones. Asimismo es un ser que induce gran deseo sexual (sin necesariamente pretenderlo), mientras se le señalizaría de prostituta con gran desprecio; también ella fue percibida como una manipuladora, pero quien maquinó para castigarle fue el dios Apolo. Estos son varios ejemplos, de cómo la herencia que hemos recibido de la idea de mujer, nos llevan a lecturas de lo más distorsionadas, que no nos permiten hacer una evaluación mesurada de cada persona.
Por lo anterior y mucho más, cabe celebrar que el este texto de Diana M. de Paco incline se en presentarnos a la figura de Casandra de otra manera, sin caer tampoco en victimizarla. Ofreciéndonos una imagen mucho más humanizada, como un ser que vive en permanente contradicción, dado que el terreno en el que se ha desenvuelto, ha sido de lo más convulso e inhabitable. Lo digo, porque este texto nos muestra a Casandra se la `pasa intentando digerir todas sus desventuras, y aunque ella luche por no perder el juicio; sin embargo, es tal el dolor que lleva por dentro, que apenas consigue mantenerse en pie.
He allí que considere que sea un texto desgarrador, que invita a los espectadores a asumir el rol de acompañantes de Casandra. Pues en esta obra la misma, se expone como alguien que precisa ser escuchada, comprendida y querida (como cualquier otro ser humano, que merece dar y recibir todo esto); pero sólo le queda estar con su mejor aliada, la soledad, quien hace de las veces de refugio, con quien puede recogerse en su “regazo” mientras sigue la tormenta en ese mundo hostil, que parece que se dedica por todos los frentes, a hacerle la vida imposible. Pero ella quiere vivir, ella conserva su capacidad de desear y amar, no se rinde: porque sea lo que sea que pase, Casandra sigue reivindicando con sus actos su condición humana. Y ante esto nos encontramos nosotros los espectadores, una realidad que es visibilizada para conducirnos a hacer una reevaluación de un relato que nos sirve de algún modo u otro de testimonio, para repensar cómo vemos a las mujeres, como ellas se pueden percibir a sí mismas, en algún que otro momento de sus vidas.
En lo que respecta al montaje que ha hecho Tríade Teatro de esta obra, cabe decir: estamos ante una puesta en escena atrevida, elegante y rigurosa, que está dotada de los suficientes elementos para que la interpretación del personaje de Casandra, pueda ser abordado con suma riqueza en el uso del atrezzo disponible y los juegos de iluminación. Éstos nos guiaban a nosotros los espectadores, a identificar cuando Casandra cambiaba de estado emocional, de cuando ella se adentraba a un recuerdo o una reflexión, y demás cosas, que ayudaban a fortalecer el sentido de la dramaturgia. Sin olvidar, los cambios de ritmos y respiración a los que fue sometida la intérprete, nos proporcionaban la suficiente información para que quede evidenciada la profundidad que contiene este personaje. En definitiva, la dirección de Miguel Cegarra ha sido espectacular.
Como no puede ser de otra manera, voy a dedicar unas palabras a la apabullante interpretación, de la actriz Marina Miranda, esto es: en primer lugar he de decir, que desde el primer minuto me tuvo con los pelos de punta, incluso daba ganas de llorar, ante la compasión que inducía su interpretación del personaje de Casandra. Marina Miranda se “embarró” por defender su interpretación, confió en el texto y en su estrategia para interpretarlo, entregándose de lleno en lo que hacía: fue tan generoso lo que hizo sobre el escenario, que a veces me olvidaba que se estaba contando una historia súper demoledora. Esta actriz es extraordinaria, y no se me ocurre mejor persona para afrontar tan ambicioso proyecto.