La poeta Margarita Regalado y el bailarín de danza contemporánea Luis Sosa estrenaron su espectáculo Cuando das el salto en la sala El Cachorro de Sevilla, el miércoles 8 de diciembre. Y dos días después pude disfrutarlo en su segunda actuación en la Casa Grande del Pumarejo (Sevilla).
Se trata de espectáculo de danza contemporánea a ritmo de la musicalidad de la lírica lorquiana (término que, si no existe, debería empezar a acuñarse) enfrascada en el poemario que da nombre al espectáculo. Se trata de una versión más corta y ligera de un espectáculo aún mayor y por estrenar: Viajes Quiméricos (del cual podremos deleitarnos a principios del año que viene). No obstante en este caso, nos hemos encontrado que en Cuando das el Salto se que funcionan varios niveles, dado que también sirve como breve preludio y anuncio el poemario el mismo título de Margarita, al cual se le dio, posteriormente, su presentación .
Lo primero que llama la atención de este espectáculo es su carácter extrasensorial. El arte, sobre todo desde las vanguardias, se ha visto como una experiencia cuasi religiosa, algo apartado del resto y, en cierto modo, este espectáculo encapsula eso. La mirada de los artistas no va hacía el público, sino más allá. Hablan a esos grandes monstruos y miedos que se desglosan en los poemas, a esas grandes alegrías o esperanzas. Se hablan quizás a sí mismos. Aunque, en realidad, aquí hay que hacer varias puntualizaciones.
Y es que el concepto de hablar es siempre presente en el espectáculo y, a la vez, algo mutable y lejos de la literalidad. Se juega mucho con la idea del sonido, usando a la poeta como un mero altavoz (de hecho, al principio esta se muestra carente de expresión, colocando un altavoz con música para sentar las bases del espectáculo de la manera más visual posible). Hay partes sentidas y dolidas, otras en las que el propio sonido se corta (que no por ello la comunicación).
Pero es que no hablamos sólo con palabras (o su carencia), dado que el bailarín ofrece una dimensión kinestésica a todo el espectáculo. No se limita a representar el significado obvio de las palabras, sino que busca en el fondo, en el sonido, en su musicalidad o la falta de ella, en los sentimientos. Influenciado por su experiencia como payaso, Luis ofrece un baile complejo y abierto a un tiempo, algo que mantiene atento al espectador en un juego de interpretaciones que siempre es interesante y visualmente poderoso.
Además, hay un aspecto muy interesante con respecto a la comunicación, no solo en su forma sino en su direccionalidad. Como ya explicaba, los artistas parecen estar en un plano por encima del resto, en una dimensión propia. Sin embargo, no os he contado que entre ellos parece que están separados y unidos a un tiempo. Luis actúa como un muñeco activado por los versos de Margarita, creando una relación simbiótica de alguien que pone cuerpo y forma a lo imposible: la poesía, el arte. El concepto de que depende fundamentalmente de sus palabras es enormemente reforzado durante todo el espectáculo. De hecho, en cierta parte carente de sonidos vocales, el bailarín permanece quieto, como un animal confundido sin entender las órdenes de su amo. Hay una relación muy directa ahí.
Otro punto muy interesante es que esta relación no siempre se limita a la pasividad de la acción-reacción (o quizás palabra-acción, como prefiráis) sino que Luis actúa como muñeco de trapo de la poeta, siendo foco de sus sentimientos, de sus iras y miedos. Podríamos decir que el propio bailarín no es más que una extensión mental, una filigrana cerebral de Margarita que, gracias a la danza, podemos ver y disfrutar. Todo esto añade más capas de profundidad a los poemas recitados.
Los poemas, que no os he hablado de ellos aún. Poemas con olor a Lorca, sí, pero también con un estilo muy personal. Poemas de amor, de dolor y sufrimiento, de mentes atormentadas. Poemas más tiernos, algunos divertidos e incluso referenciales, potenciando ese aspecto tan injustamente renegado de entender el arte como un inmenso monstruo que fagocita conceptos viejos para crear nuevos, la ferviente idea de que cada autor da su propia forma a conceptos manidos, de que la originalidad también es conocer a los maestros que nos precedieron.
Logra algo intenso con sus versos, algo visceral e interesante sin alejarse de las vicisitudes de la vida común que funcionan de obvia columna vertebral del poemario y, por extensión, del espectáculo. Todo esto se ve reforzado con sus vestimentas, comunes y sencillas, completamente descalzos.
En general, estamos ante un espectáculo que se siente como una gota de miel en los labios: dulce y que despierta apetito (se nota que estamos ante una pieza parte de un algo mayor, ese Viajes Quiméricos). Sugerente y dinámico, lleno de movimiento y de interacción con su espacio, puede que se trate de un espectáculo pequeño en cuanto a duración o presupuesto, pero de ningún modo en respecto a su calidad.
No puedo más que animar a cualquier lector a estar pendiente a futuras actuaciones de este espectáculo que vendrán en enero del próximo año y de su versión más larga, así como de adquirir el excelente poemario alrededor del cual este espectáculo orbita. Os prometo que os encontraréis ante una experiencia verdaderamente absorbente, algo que conmueve y atrae. Cosas que, al fin y al cabo, es lo que siempre ha pretendido el arte, ¿no?