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Por el ventanal, se veía la bahía curva, como luna creciente, recostada junto al casco antiguo, y bordeada de palmeras casi rectilíneas.

 

Un cinturón de arena separaba las olas del mar de los edificios turísticos. Alzando la mirada, las casas, los chalets y pequeñas mansiones se elevaban por la colina.

Terminada la reunión que habían celebrado los “Amigos del Mar”, y después del café, Belinda cogió su coche y fue directamente a su casa. Estaba cansada; se echó en el sofá y decidió ver su correo.

De repente, prestó atención a un mail enviado por un desconocido, cuya presentación resaltó por su excelente redacción y atractivo discurso. Se dio cuenta de que venía del exterior, aunque no sabía de dónde.

Por curiosidad, le respondió, sin preguntarse cómo había obtenido su dirección. Poco después, un hombre hizo ver que se sentía feliz de poder comunicarse con ella, aunque se disculpaba, efusivamente, por robarle su precioso tiempo.

Belinda, todavía sorprendida, a medida que avanzaba en la lectura, creyó que se trataba de una fácil “conquista”, y le manifestó su parecer.

Muy ofendido, el desconocido pidió disculpas por haber dado una imagen errónea de él, y respondió:

Tengo 55 años, voy camino de la vejez, trabajo, pero no tengo familiares aquí. Siento mucho que tú te hayas hecho una idea de mí, tan alejada de la realidad.

Te enviaré una foto para que puedas comunicarte conmigo, al menos teniendo mi imagen.

 

II

Para evitar un mal final, Belinda agradeció sus palabras y aprovechó para preguntarle dónde residía.

Él respondió, presto, que en Finlandia. Seguidamente, le pidió su WhatsApp, aduciendo que podrían comunicarse de forma más directa. Sin embargo, sintiendo una sensible duda, ella prefirió que él diera el suyo. El hombre no tuvo ningún problema.

Belinda había tenido una jornada de intenso trabajo y decidió conectarse en otro momento.

En los días sucesivos, debió soportar una madeja de interrogaciones enviadas por Leonardo que, entre estas y las tímidas preguntas de Belinda, parecía nacer una frágil inseguridad no consciente en la mujer, que alimentaba aun más la fortaleza del hombre.

A pesar de ello, Belinda comenzó a sentirse más suelta y acompañada, como quien ha llenado un vacío débil largamente vivido.

Cuando el viernes llegó al grupo de los “Amigos del Mar”, se produjo un leve silencio entre los presentes. Jorge entró y le dijo: “qué bien se te ve, Beli”. Ella le dedicó una amplia sonrisa.

Terminada la reunión, Belinda se disculpó, no fue al café y regresó rápidamente a su casa. Había decidido conectar el WhatsApp.

Al principio no pudo. Algo estaba mal. Escribió a Leonardo para comprobar el número. Él se lo envió nuevamente. Belinda observó que había un error en las cifras. Por un momento, dudó… Esta vez probó y recibió como respuesta un “¿Eres tú, Belinda?”

Al mismo tiempo que volvía a sentirse una persona, Leonardo no cesaba de hacer preguntas de todo tipo, sin dañar esa aparente relación telefónica entre ambos.

“Hola amiga, ¿hace mucho que trabajas en esa empresa? ¿Y de qué va el club “Amigos del Mar”?

“Seguramente, tienes allí un amigo especial, que te protege. . .”

 

Foto: Anastasiya Badun

 

 

III

La mujer respondía a medias; pues en ella se mezclaban una especie de invasión hacia su persona, y el interés franco que demostraba el hombre.

Belinda se levantó, medio dormida aun, y se miró al espejo, antes de ducharse. Alzó su cabello con ambas manos y luego lo soltó bruscamente. Repitió la operación de una.

Fue a la oficina con un atuendo diferente: un blusón sin cuello, de tono oscuro y pantalones al juego. Su rubia cabellera caía en cascada.

Era una forma de probarse y comprobar, si podría sentir más seguridad en sí misma.

Al entrar, casi no la reconocieron. “Beli, dónde dejaste tu rodete?” “¡Qué cambio, nena!” Las mujeres callaron; en el fondo, se apiadaron de ella.

Belinda sonreía. También puso a prueba esa misma figura con sus “Amigos del Mar”. Sentía que su inseguridad iba en aumento; que cada día estaba más confusa. Incluso, la memoria trajo al presente que era una tercera hija hasta que llegó el varón; y volvieron las emociones de sentirse olvidada o relegada e indefensa, de no poder ser ella, solo ocupar un sitio familiar.

Jorge era un buen amigo; cuando la vio, el silencio cerró su boca. Instantes después, más repuesto, le dijo: “Veo que has cambiado tu look, Beli, renovarse es vivir”. Y le dedicó una amplia y aquiescente sonrisa. De esta forma, involucraba también al resto.

Después de sus experiencias, abrió la puerta de su casa cuando el móvil, aun en el bolso, ya avisaba el WhatsApps …

Lo dejó sonar y fue a prepararse un café, luego ¡al sofá! Por la ventana, entraba un aire marino con sabor a sal. Hizo caso omiso de las comunicaciones; necesitaba sentirse “ella”, mientras se miraba en el espejo del mueble-bar. Luego atendería.

 

IV

Por fin te encuentro! ¿Dónde estabas mi querida amiga? Confieso que me sentía preocupado por ti, pero ha sucedido algo inesperado e insólito. Verás, estoy haciendo un depósito mensual, en una Agencia de coches muy conocida, con el fin de cambiar el mío, que ya temo que no pase la próxima inspección anual.

 

El caso es que, con el aumento de los intereses por la inflación actual, me piden el doble ¡y no dispongo de esa cantidad!

 

Me resulta muy incómodo decirte esto, pero podrías prestarme ciento diez euros con devolución el próximo mes? Por favor, querida, confía en mí. Se ha malogrado mi sorpresa, pues pensaba ir con el nuevo coche hasta la puerta de tu casa.

 

Belinda no cabía en sí de asombro. El impacto inesperado le impedía reaccionar. Media hora después, logró respirar profundamente durante varios minutos –como le había enseñado Jorge–, y le respondió:

–No soy el banco nacional.

 

Belinda, ¿así tratas a un amigo? ¿Es que nunca has pedido ayuda? Tú eres buena y generosa ¿Cómo es posible que dejes a un amigo fiel sin ayuda? Por favor, te lo devolveré incluso con intereses, si es que piensas en eso.

 

–Leonardo, no insistas. Es mi primera y última palabra. Y ahora necesito descansar.

Durante esa tarde y la noche, había analizado todo lo sucedido. Punto por punto. Entonces, reflexionó con claridad, cómo había interactuado con el desconocido. Se sintió una adolescente. Sin embargo, fue mucho más allá. En realidad, llegó a la confusión.

 

V

Esa noche, rozando sus pies descalzos sobre la arena, mientras caminaba a la luz de la luna, como quien mira una película, fue desgranando de qué forma había vivido su existencia. Hasta que llegó esa otra figura masculina, adversa, que dio el golpe y rompió la imagen que ella veía.

En ese ir venir de su vida, afloraron a su memoria sonora las palabras que una vez pronunció su madre, “cuando veas tu cara reflejada en el espejo, cada mañana, piensa cómo te ves, y cómo te ven los demás”. Belinda supo ver, pero en el espejo de su alma.

A la mañana siguiente, despertó, cogió el móvil y con mano segura bloqueó al tal Leonardo.

 

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