¿Hasta qué punto sería leal con lo que fuere que han deseado comunicarnos estos profesionales, el intentar traducir cada una de las acciones que han representado sobre el escenario? Al mismo tiempo ¿Hasta qué punto un profesional de artes escénicas contemporáneas, ha de “adaptar” el lenguaje escogido para el desarrollo de su pieza con el fin de ser comprendido?…
Tengo la intuición que las “estrategias” a las cuales nosotros los espectadores podemos acudir, no siempre han de estar sujetas al campo de la semántica. Partiendo de la premisa de que ningún creador tiene por qué sentirse en la obligación de facilitarle la tarea a quien se encomiende analizar sus trabajos. Lo cual ha de ser compatible, con que toda pieza escénica está destinada a ser representada ante un público que se le está emitiendo una serie de contenidos, que por la eventualidad que fuere, están envueltos de cierta urgencia.
Desde luego, uno de los cometidos de las artes escénicas (como cualquier otro arte) es contribuir a digerir lo que nos sucede en lo colectivo y en lo individual. Por ello resulta tentador pensar que una creación escénica no es más que una representación de una representación, del cómo funciona el ser humano. Sobre todo, si Doce puede ser entendida como el producto de una ardua investigación sobre el qué supone poner distancia con el flamenco, desde el lugar de un grupo de profesionales de dicha disciplina. En el sentido de que si uno deja el rol de quien ejerce la disciplina en juego entre paréntesis, no sólo uno empezará a hacer filosofía sobre la misma; sino que además, ésta puede ser vista desde su contingencia más absoluta. Empezando por tantear la idea de que muchas de sus idiosincrasias, son más constructos que cosas que las definiría como tal, correspondiéndose con una serie de contextos histórico-culturales que ha atravesado a lo largo de su desarrollo.
En esta línea, Juan Carlos Lérida y su equipo fueron diluyendo diversos aspectos de su disciplina con el cometido de actualizarla. Y si para cumplir dicho objetivo se hace necesario que una de las fases sea una purga, pues, quizás ello tendrá que ver con el proceso de superación dialéctica en el que las cosas que sean llevadas por delante, formarán parte de los sedimentos que la mantendrán en pie hoy, mañana, y hasta el fin de los tiempos. O dicho de otra manera: Aunque una disciplina o lenguaje termine desapareciendo, éste habrá sido previamente absorbido por aquello a lo que se enfrentó durante una “lucha a muerte” (al menos en una escala formal).
La puesta en escena de DOCE sacaba a relucir numerosos artilugios de los cuales disponemos para materializar una creación escénica, extrayéndoles de sus “hábitats” más convencionales, generando una implosión de todas las cosas que han estado contenidas dentro sí. Así, un técnico de luces, una camarógrafa o las intervenciones de un cantaor, ponían el foco en sus respectivas maneras, en los momentos que se “supone” que han de ser subrayados por encima de las demás cosas que estaban sucediendo en paralelo. Esto es un ejemplo de varios, de lo líquida que es esta pieza, ya que sea lo que sea que emergía en escena, se expandía hasta ser sorbido por el órgano vivo que es la confluencia de los intérpretes de esta comunidad de profesionales del flamenco, y de las artes en general.
Doce me puso en la tesitura de no sentirme invitado a participar en lo que estaban celebrando estos profesionales, aunque sí que es verdad, que ellos han tenido la generosidad de compartirlo con los que integrábamos el público. Me imagino que esa es una de las razones del por qué mi mente se mantuvo de principio a fin en blanco, de tal forma que no procedía hacer ningún tipo de emisión. Siendo que lo que se había estado gestándose hasta aquél momento, estaba por ser consumado por entero.
En definitiva, este trabajo es tan críptico que consigue acercar, a los que nos es ajeno el mundo del flamenco, imágenes nacidas de un ejercicio de abstracción de la estética y los fundamentos del flamenco, para que así las mismas resulten a todos poéticas y universales. Fue tan emocionante ver actuar a estos profesionales en escena, como si el mundo no volverá a ser como antes después de la representación de DOCE; como si encauzar, a nosotros los espectadores, toda esa vitalidad que circula por sus cuerpos, fuera la única manera que ellos tenían para seguir con sus vidas; como si tener sentido del humor sobre lo que se hace no implica, necesariamente, que uno termine riéndose de uno mismo, sino que conduce a estar dentro de una especie de corriente nihilista, de la cual está por brotar el inicio de una nueva era… De verdad que Doce es de esos trabajos que te dejan con la boca abierta, dados los altos niveles de refinamiento que alcanza en todos sus ámbitos.
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