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La percusionista Lucía Martínez se encargó de dar los pies y la dirección del ritmo de un trabajo en el que hubo tres bailarines. Profesionales que, aunque su interpretación no estuvo limitada de ningún modo, bailaban dentro de un bloque que se desenvolvió por el conjunto del espacio escénico.

 

Así, Natalia Jiménez Gallardo, Víctor Zambrana y Anna Katalin Nemeth constituyeron una especie de “gelatina” que cambiaba de forma, en consonancia a cómo les afectaba los fenómenos exteriores e interiores con los que ellos lidiaron. “Gelatina” que nunca se desarticuló, independientemente, de que haya habido solos o dúos a lo largo del desarrollo de la representación. Lo cual da testimonio de que si uno de los intérpretes, digamos, se sitúa en un costado del escenario, ello no implica que éste esté desconectado del grupo. Como poco, su papel acentúa la labor que desempeña el diseño de iluminación.

Ahora bien, Geometría de la experiencia es un trabajo que se propuso abordar la inestabilidad que está ontológicamente relacionada con el presente. Ya que, al fin al cabo, en el presente habita la aparente paradoja, de que es el parámetro temporal en el que siempre estamos (el segundo pasado ya pasó, el próximo segundo todavía no lo hemos alcanzamos), y a la vez es donde todo “colisiona” para dar lugar a que la inercia en la que estemos imbuidos, cambie de dirección o de traducción. He allí que la quietud o el dinamismo, no son más que dos estados de un ciclo que precisamos analizar y habitar desde estas premisas para que, nosotros los seres humanos, lo identifiquemos. Cosa, que dicho sea de paso, se percibió a modo de metáfora en cada una de las acciones de estos cuatro profesionales.

 

Foto: Felipe Rodríguez

 

Por tanto, en Geometría de la experiencia cabía que ellos se “traben” en un movimiento de su “gelatina grupal” (si se me permite la expresión), o bien, que se hayan visto abocados a “errar” en escena hasta el últimos de sus días. En consecuencia, iban desprendiéndose imágenes que pasaban de situaciones cotidianas (como quien juega a asociar las formas de las nubes con animales y demás cosas por el estilo) a figuras indescifrables que, de un modo u otro, confirmaba a los que hemos integrado al público que, estábamos ante una experiencia psicodélica. Por otra parte, en ocasiones, el ambiente sonoro fue indigerible, en otras melodioso…, ello evitaba que Natalia Jiménez Gallardo, Víctor Zambrana y Anna Katalin Nemeth se “aclimatasen”, manteniéndoles alertas a cualquier nuevo pie de Lucía Martínez.

Dicho lo anterior, considero que todavía estos profesionales deberían profundizar en la elaboración de la estructura de esta pieza, porque durante su representación, no paré de preguntarme cómo distinguir a su dramaturgia de una serie de pautas predeterminadas de una sesión muy avanzada de improvisación. Esto es: por más abstracto que sea el contenido de una creación escénica contemporánea, debe haber un momento en que uno se desarraigue de los dispositivos de investigación de los cuales uno se ha nutrido. De lo contrario, la pieza no avanzará, o en el peor de los casos, la misma se quedará encapsulada en las idiosincrasias de la comunidad que han construido los profesionales que están detrás, obstruyendo a que la obra juego, sea algo digno de compartir ante un público.

Foto: Felipe Rodríguez

 

En paralelo, la ejecución de los movimientos de los bailarines, sumada a la conexión entre ellos y la música, son una evidencia de que se han echado incontables horas de trabajo para aterrizar lo que ellos, previamente, se habían marcado como propósito: Dieron tan despliegue, que no me queda ninguna duda, de que han empezado algo que puede ser muy grande en todos los sentidos. He allí que reconozca que, aunque yo me quedé con ciertas desavenencias con el resultado final de este estreno, es un hecho que la mayor parte del público quedó encandilado y yo me siento afortunado de haber observado de cerca, a tres espectaculares bailarines en escena. En esta línea, ojalá que este texto contribuya a que los profesionales que asistimos a la muestra de este proyecto: intérpretes, creadores, programadores, etc.…, podamos reflexionar con mayor seriedad, sobre dónde poner los límites de una creación de investigación escénica, de otras cosas. La clave está en que se suba el nivel, no de que todos estemos de acuerdo en todo.

 

 

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