Se representó en el Teatro La Fundición (Sevilla), El Jardín de Valentín, de la mano de Cía. Tranvía Teatro. Un obra complejísima de representar y rica de posibilidades en interpretaciones para sus espectadores, aunque ello de ningún modo, la hizo inaccesible para quien haya ido al teatro a disfrutar de situaciones de lo más delirantes.
El Jardín de Valentín es de esas piezas que no consigue agradar a todos los públicos. De hecho, ya el tipo de humor que está albergado en su guion, ha estado tan relegado a una cosa que bordea lo marginal. Lo cual no me extrañaría que a varias de las personas que asistieron como público al Teatro la Fundición (los días 10, 11 y 12 de diciembre), les haya resultado incomprensible de cómo el mismo puede causar carcajadas a otros.
Si es que estoy convencido que apostaron por este tipo de humor, para que el trasfondo que vertebra a esta pieza se pudiese identificar, dado que las escenas son aparentemente inconexas en temática; a pesar de que ello no ha actuado en detrimento a que esta veterana compañía aragonesa, plantease una obra que no tuviera una dramaturgia impecable. Esto es: Se abordaron temas triviales como insectos, el por qué trazar un siete sobre el escenario es otra cosa a cualquier otro número (por ejemplo, el ocho), entre otros tantos; que de algún modo u otro nos exigió a nosotros los espectadores, que hagamos un justificado esfuerzo extra para que nos demos cuenta que esos temas no son más que pretextos. Terrenos en donde se desenvuelve la pieza para hacer una analogía de cómo es la realidad que habitamos en nuestro día a día: como un lugar lleno de ficciones y convenciones que nos mantienen “entretenidos” (por así decirlo) mientras se va acercando el día en el que uno morirá.
Desde luego, se llega hasta abusar en el uso del recurso de la repetición (más en concreto, en los diálogos). Sin embargo, defiendo que ello se corresponde a una escenificación de que estos peculiares personajes, no salen de esas viciadas dinámicas porque no se atreven a ir “al fuera”. Esto llega hasta tales extremos, que incluso en la forma en cómo se relacionan los unos con los otros ha ido constituyendo una suerte de “jaula dentro de la jaula”, en la que ha decidido ingeniárselas para excusarse de que no se puede hacer nada más. Y no necesariamente porque haya un grupo de “centinelas” les vigilan en cada una de sus acciones; sino más bien, porque ellos se afanan en cumplir una serie reglas, que son las que explican el por qué se comportan tal y como se comportan.
He ahí que afirme que todo lo que sucede en esta pieza era absolutamente importante. Aunque la verdad, se pudo haber expresado lo mismo haciendo uso de otras escenas o recursos. Lo cual demuestra que lo que hay detrás del Jardín de Valentín, transciende a hacer una versión clownesca de la canción infantil “Mambrú se fue a la guerra”, y demás cosas por el estilo, que dota a este trabajo del grado suficiente de abstracción para que parezca que pasan por desapercibidas las claras señalizaciones a las contradicciones con las que convivimos en nuestro cotidiano. Estos personajes actúan con el mismo grado de consciencia a cómo nos comportamos nosotros los seres humanos en nuestro día a día, lo que les diferencia de las personas comunes, es que valiéndose de recursos del clown “suben el volumen” (por así decirlo), para que todo sea más estridente e inevitable de ignorar.
Una de las cosas que diferencia al clown del bufón, es que el segundo hace sus críticas o señalizaciones yendo a la herida, sin tener un reparo alguno en disfrutar haciéndolo. Mientras el clown suele oscilar entre la inocencia y la travesura, lo cual por “sorpresa” destapa cosas que los más atentos y valientes, descifrarían de inmediato. Ver una obra de teatro clown, supone exponerse a auténticos tratados de filosofía existencialista sin que haya un anuncio que le dé pie ¿Eso significa que el clown no sabe las implicaciones de sus acciones? A veces sí y a veces no. Sin embargo, considero más operativo centrarse en que los clowns de teatro, funcionan bajo una serie de lógicas que cumplen estrictamente, dado que el “juego” en cuestión así lo amerita. Ahora bien, ello no les impide a que de allí emerja una innumerable variedad de situaciones que desencadenen el arte de no incumplir las normas. Normas, que como se pueden imaginar son absurdas, cuya fundación, probablemente, nace de una interpretación que fue llevada hasta desquiciarlo todo.
Y en esas estuvieron los personajes del Jardín de Valentín, ya que no importaba la variedad de situaciones a las que se enfrentaban, ellos seguían haciendo básicamente lo mismo. Es decir: justificarse continuamente para no salir “al afuera”. Tanto fue así, que las ideas sobre ellos mismos se fueron perfilando a lugares de lo más insospechados, más no imposibles, porque es un hecho que estaban allí estos intérpretes mostrándonoslo en escena. Así entraron en dinámicas propias del clásico juego del payaso listo y el payaso tonto, donde uno va de líder y de listo, mientras el otro le sigue el juego porque es lo que toca o algo así. De todas formas, ello nos les privó a que el que hace de payaso listo no se “equivoque” numerosas veces, o que el payaso tonto no sea capaz de retorcer tanto las cosas, que las reglas de juego que ellos mismos asumen que han de cumplir, se ven ampliadas más no infligidas.
Así fue como el que hizo de payaso tonto termino aventurándose hacia “al afuera”. Lo cual fue reconducido, en una de las “absurdas” y “tediosas” conversaciones entre ellos, que fue solucionada una vez más, con que el payaso listo le hace volver a su compañero “al adentro”: Nada ha de cambiar, en “el afuera” todo, seguramente, es peor que “el adentro”. Por eso mejor esperar ¿Esperar a que pase algo? Nada de eso, sólo estar haciendo lo mismo, no porque la iniciativa no sea posible, tan sólo no es concebible en su imaginario. Más no implica que no pueda suceder por “accidente”.
Esta obra tiene un guion infinito en posibilidades de interpretaciones y de temas que cita, pero nunca cae en la tentación de desarrollarlos: tan sólo se les remite como si no lo pretendiera. Siendo que ello supondría exponernos respuestas con sus correspondientes argumentos: ello estaría totalmente fuera de lo que nos ofrecen esta pieza. En esta línea, Cía. Tranvía Teatro nos hace pasar por un sinfín de emociones que nos invitan a pensar con nuestros propios recursos, la realidad que ellos deforman con sus abstracciones.
No he de olvidar, el “tercer pilar” que estuvo sosteniendo la representación del Jardín de Valentín, Natalia Gomara. Quien no sólo enriqueció a esta obra con el espacio sonoro a través de las teclas del piano, del cual además hizo de las veces de biombo (para ocultar varios de objetos que usaban sus otros dos compañeros, en algunas de las escenas que protagonizaban). Sino que encima, en ocasiones sus “silenciosas reacciones” servían para amplificar las ondas expansivas que producían las cosas que estaban ocurriendo en escena. Y como no puede ser de otra manera, había veces que tomaba partido en alguna de las posturas de alguno de sus compañeros, para que el otro se enfrente a las consecuencias de sus actos.
Este “tercer pilar” complementaba muy bien lo que sucedía en escena, porque este personaje dotaba a esta pieza de una capa más que aunque ello no la situaba más cerca de los que están en “el afuera”. El mismo se regía bajo otro lenguaje, en el que era algo más accesible para nosotros los espectadores, traducir con mayor precisión qué relación tiene lo que estaba pasando en escena con nuestra realidad cotidiana. Ello se articulaba a la perfección, con las imágenes que se proyectaban en el fondo del escenario, en la que a veces su presencia ampliaba las repercusiones de las palabras de este guion.
Por eso y más, considero que esta obra no sólo ha sido un reto tremendo que han superado los actores Javier Anós, Daniel Martos y Natalia Gomara; sino que hemos de dar especial mención, al minucioso trabajo de dirección, escritura de guion y puesta en escena de Cristina Yáñez. Quien ha sido de los pocos profesionales de lo escénico, que ha conseguido que una fantasía, una paranoia…, que se haya representado en su cabeza, no se haya degradado en el camino de la escritura del guion y su correspondiente puesta en escena.
No les voy a negar que para mí, el humor que se hacía en el Jardín de Valentín es el más seductor. He allí que he añadir, que llevaba mucho tiempo que no me reía tanto en un teatro, porque claro, esta es de las pocas veces que he visto en vivo hacer un buen clown, o hacer un buen uso de sus recursos. Cosa que en mi caso personal, es de lo que más valoro cuando voy a ir a ver artes escénicas.