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Hace tiempo vi un anuncio en internet donde se alquilaba una habitación en una buena zona y no muy cara de Sevilla, cuando fui a verla, me abrió la puerta un caballero vestido todo de negro con una camiseta de Black Sabbath y el pelo largo. En algún momento de “lucidez” también tuvo la originalidad de pintar todo el piso de negro. Mientras me iba mostrando las diferentes estancias, yo me las iba imaginando, no se veía un carajo, el señor oscuro fregaba poco o nada, eso sí que lo vi, también pude comprobar que no tocaba la escoba ni la fregona, y que cuando me daba la espalda se mimetizaba con el entorno y desaparecía.

Trabajaba en el mundo de la noche, o eso decía, nunca he entendido esa expresión, conozco poca gente que vaya por ahí diciendo que trabaja en el mundo del día, este tipo de personas querrán dejar claro desde el principio, que no pertenecen a esa masa mediocre que llena la tierra cuando hay sol. Podría haber sido portero de discoteca (lo dudo por el físico fondón que tenía), panadero, trabajador en el turno de noche en una fábrica de cervezas o cazavampiros (el Van Helsing de Triana), esto último es poco probable, el trabajo de cazavampiro ya no es rentable, ahora todos los vampiros “trabajan” en turnos de mañana en bonitas sucursales y oficinas.

El tipo era muy simpático, pero estar dentro de ese piso tan oscuro era un poco claustrofóbico, y lo que más miedo me daba, era compartir piso con un tío que te podía dar una colleja y desaparecer en la oscuridad en pocos segundos, si andaba de espalda nunca lo vería venir y sería una presa fácil. Ese sitio no era lugar para mí, nos despedimos con un apretón de manos, se dio la vuelta y jamás lo he vuelto a ver, quizás me he cruzado con él por alguna calle oscura y no me he dado cuenta, quién sabe, pero de ser así, él tampoco me ha saludado, porque una cosa es no verlo y otra no escucharlo.

Siempre he tenido la misma suerte encontrando alojamiento, Una vez compartí piso con una chica la mar de “simpática”, ella vivía sola, o eso me dijo cuando fui a ver el piso, el segundo día se instaló el novio (el hombre percutor), el tercer día vino el hermano hippie con una flauta dulce y se quedó eternamente en el salón acumulando cajas de pizzas, latas de sidra y colillas de cigarros.

La flauta dulce tiene un sonido cálido y cariñoso, la primera hora, después pasa a ser un sonido que te incita a matar gente, me pasa lo mismo con los villancicos, una vez trabajé en una zapatería, en navidad pusieron una cinta de villancicos en modo bucle, recuerdo pensar que tenía que apuntarme el nombre de la cinta, localizar a los creadores, preguntarles quienes eran los niños del coro con voz angelical, buscarlos uno a uno y matarlos con una pandereta.

Un día me levanté a las 6 de la mañana para ir a trabajar y el hippie se había quedado dormido sentado en el váter, tuve que mear en el fregadero. Cuando volví del trabajo ya no estaba, pero había dejado en el fondo del váter al señor mojón, el pobre estaba apoyado sobre un lado y con medio cuerpo fuera, es de mala persona y poco educado dejarlo ahí deshidratándose a la vista de todos, tiré de la cisterna sin darle más importancia, fui a mi cuarto, puse música de venganza (la banda sonora de El Último Mohicano), y me senté en el suelo mientras me cortaba las uñas de los pies. Dicen que la venganza es un plato que se sirve frio, yo soy más de servirlo templadito, a temperatura ambiente, esperé que se fueran todos y le metí las uñas en su termo de té.

Pasaron los días y no me dijeron nada, por lo que entendí que estaba acostumbrado a comer uñas. Yo también me como las uñas, pero solo las mías, y nunca las de los pies.

La segunda vez que dejó el regalo, bajé las escaleras con la intención de hacerle un “Lebowski” (mearle en el saco de dormir), es una técnica de alto impacto y solo hay que realizarse si no hay animales en la casa, (no queremos que se lleven la bronca), pero al final me pudo el ser buena persona y no lo hice, solo le pasé la boquilla de la flauta por su obra de arte antes de tirar de la cadena. Ahora, cada vez que escuchara la flautilla, sonreiría y ya no me molestaría tanto.

Una noche vino la madre del hippie a tocar el timbal con él, si el de la flautilla de mierda (su nuevo nombre) era hippie, la madre era la creadora del movimiento ultra mega eco bio vegana, era una persona positiva hasta hacerte sentir mal. Me caía bien, aunque creo que la última vez que estuvo sobria fue un día antes del comienzo de Woodstock, desde entonces se encontraba un poco «distraída». Estaba en contra del maltrato animal (yo también) y no comía carne ni nada que viniese de los animales, pero tenía una riñonera de cuero, unas zapatillas de piel de cabra y tocaba un timbal africano de pellejo tensado con pelos, de esos que uno no sabe si golpearlo, o acariciarlo y ponerle nombre, a la hija de puta solo le hacía falta taparse con la piel de un oso para recalcar su “respeto” hacia los animales. Otra hippie pastelera o de boquilla.

Al mes y poco decidí irme, el comeuñas había ganado la batalla, cada vez que iba al baño, me entraban ganas de frotarle el hocico contra el váter mientras le golpeaba con un periódico enrollado y al grito de: ¡Esto no se hace! ¡malo! ¡malo!

A través de una web encontré otra habitación, no estaba muy lejos y el precio era sólo un poco más caro, me puse en contacto con la dueña de este nuevo piso, me preguntó que por qué me iba de donde estaba ahora, y le dije la verdad, estaba hasta los huevos de esta gente, le tuvo que hacer gracia porque me dijo que fuera a ver la habitación cuando quisiera, y me dio su dirección, esa misma tarde fui a verla, cuando abrió la puerta, era la pseudoanimalista del timbal de pellejo, ¿cómo carajo podía saber yo que la madre también alquilaba habitaciones? Su red de captación era mayor de lo que creía, hijas de puta, seguir buscando habitación en este pueblo era posiblemente conocer a todos sus familiares. Las siguientes tres semanas las pasé durmiendo en el bar donde trabajaba y escuchando el último mohicano en modo bucle, nunca más volví, de haberlo hecho ahora mismo escribiría esto desde la cárcel.

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