Desde el mes pasado se lleva representando en la Sala Cero (Sevilla), Estocolmo, de la mano de Los Síndrome. Un trabajo lleno de capas y de posibilidades de lecturas, que está programado que se siga escenificando hasta el próximo 29 de enero.
Cuando uno ve uno de los espectáculos de Los Síndrome, es muy común encontrarse con un humor aparentemente bobalicón y tan tonto, que parece increíble que se esté haciéndose ese chascarrillo. Sin embargo, en Estocolmo ello se lleva hasta tales extremos que el título de esta obra ya te está avisando de lo que va ir la obra, a pesar de que la sinopsis nos oriente hacia otra dirección. Esto es: la sinopsis de esta pieza nos anuncia que nosotros los espectadores, veremos una especie de adaptación clown de una selección de cuentos de Antón Chejov. Sin embargo, ya con sólo el cartel de la obra, se puede leer una cosa con la que jugaron durante toda la representación, el síndrome de Estocolmo (que popularmente es conocido, por digamos, que una persona secuestrada desarrolle una relación de complicidad con quien le secuestró, o le tiene retenido contra su voluntad). Y aunque parezca evidente cuando sales del teatro, el caso es que es muy difícil de predecir.
Así nosotros los espectadores estuvimos “secuestrados” durante la representación de la pieza, desde por supuesto, un código clown. Y a quiénes se les haya pasado por la cabeza de que hicieron una cosa muy rebuscada ¡Nada que ver! Eran un par de payasos “jugando” a que hacen un secuestro como si ello fuese muy fácil: casi igual a emular lo que se ve en las películas de los fines de semana a las cuatro de la tarde en una cadena en abierto. Justo en dicho marco es dónde entra el reto de hacer una obra clown, que esté dotada de más recursos que la dinámica que esta veterana compañía andaluza nos tiene acostumbrados, como son las propias del payaso listo y el payaso tonto. En ello el payaso tonto (rol interpretado por Víctor Carretero) se las ingenia “sin quererlo” para retrasar en la ejecución de los planes trazados por el payaso listo (rol interpretado por Práxedes Nieto), sucediéndose una cosa que pudo haberse resuelto en un instante, y en su lugar emerge un sketch de unos cuantos minutos (uno enlazado tras otro), y de repente se retoma lo que se supone que le dio pie.
Lo anterior, es una de tantas cosas que caracterizan al lenguaje clown, en donde una cosa tan simple como atravesar el escenario o sentarse en una silla cuesta mucho esfuerzo. Por ejemplo: Piénsese en el mítico número de Charlie Rivel, dónde este legendario payaso “tarda” en empezar a tocar la guitarra frente a su público, porque no consigue la fórmula para poderse sentar al mismo tiempo que sostener una guitarra en sus manos. Desde luego al payaso listo todo le resulta muy evidente (aunque en ocasiones sea “tan tonto” como el payaso tonto), además como todo es tan sencillo, tampoco está dispuesto a hacer las tareas más denostadas. Para ello tiene a su cargo al payaso tonto, quien tiene la cabeza en tantos sitios a la vez, que no hay manera que se concentre y de con la tecla para entender, exactamente, lo que le indicó su líder.
Por tanto, estamos ante la combinación de dos viejos y efectivos recursos, que si no se conocen, no es de extrañar que haya quien no encuentre profundidad y complejidad a que se haya apostado por contar una historia de un “secuestro encubierto”. En el que se usa la representación de una adaptación teatralizada de los cuentos de Antón Chejov, para traer a un montón de rehenes a un lugar cerrado, y posteriormente, demandar una serie de cosas a la policía con el fin de sacarle beneficio a semejante plan. Hasta aquí ello podría parecer una retorcida comedia, pero lo que hace que Estocolmo sea una obra clown, es que en primer lugar a nosotros los espectadores, las cosas se nos contextualizaron de una manera en la que no había forma de tomarnos en serio ni la ficción que los personajes de Los Síndrome estaban interpretando. He allí donde entra lo que se podría llamar “la doble máscara”. Esto es: representar las cosas de tal forma que se consiga responder el cómo el payaso propio de cada actor, interpretaría la situación en la que se enmarca la obra en cuestión.
¿Ello significa que Los Síndromes hicieron una parodia de un secuestro? Diría que sí y no a la vez. Porque en el ejercicio de “empayasar” un secuestro encubierto, se ha de hacer antes una abstracción de lo que sería una simple parodia de lo anterior, llevándose a cabo algo tan barroco y bizarro que hasta hace gracia de lo delirante que termina siendo el resultado ¿Ello significa que todo vale, si se sigue la lógica antes mencionada? Diría que sí y no a la vez. Pues, la cuestión está en contextualizar y justificar cada una de las acciones que se hacen. Lo cual nos hace ver que hay una fina línea entre un dejarse llevar para acreditar un “lo que sea” y ser riguroso en no infligir principios básicos del teatro, por más que en este caso se haga algo de lo más experimental.
No olvidemos que detrás de esas narices rojas, hay un exhaustivo trabajo de investigación escénica. Donde se debate no tanto si ese chiste es una “bobería” o no, sino que el problema a resolver es, si sacar a colación dicho chiste es un capricho de sus intérpretes y directores, o bien es algo que al menos mantendrá el interés del público en lo que se esté contando, a pesar que ello se vea “interrumpido” por las ocurrencias del payaso tonto o lo que sea, que se vaya sucediéndose. Claro, que la obra Estocolmo está plagada de tonterías que perfectamente se pudieron haberse ahorrado, incluso hasta pudieron haber contado la misma historia en una hora en vez de una hora y media. Pero lo más importante a tratar aquí, es si esas elecciones por las que apostaron Los Síndrome, son una cosa que está ajustada a los criterios en donde se desenvuelve el clown, o son cosas que uno personalmente, no hubiese hecho desde el conocimiento de esta disciplina teatral.
Lo que me conduce a recordar, que probablemente, no haya disciplina escénica que se tome más en serio sus propios delirios, y para ello precisa estilizarlos, hacerlos comunicables (recurriendo o no, a algo que remita a nuestro cotidiano), etc…, y esa minuciosa labor, es donde entra el arte de interpretar a través del clown. Una disciplina que aunque dentro de sí haya una infinidad de posibilidades en las cuales indagar, lo frecuente e incluso puede que más recomendable, es dirigir las cosas a la opción más intuitiva y mundana. Aunque ello signifique desentonar con lo que se ha asociado, con el sentido común que se supone que todos compartimos.
En fin, Estocolmo es una pieza con la que se consigue echar un buen rato, donde se demuestra una vez más, que los que componen a Los Síndrome son unos sin vergüenzas, que no tienen reparo en hacer creer a una parte del público (en la que me incluyo), que vamos a ver una cosa, y terminan haciéndolo pero un poco (pienso en el inicio, y esa disparatada reinterpretación de una de las escenas del cuento de la caperucita roja) después de “secuestrarnos”. He allí que les anime a ver este tipo de trabajos como algo que se puede degustar desde el desenfado, o bien como algo de donde se puede leer el cómo se aplican complejas referencias que han hecho posible que esta longeva disciplina teatral, no deje de distinguirse del humor, o de obras que sólo intentan hacer reír.