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La defunción de las Humanidades está certificada y lista. Al paulatino deterioro que se ha venido sometiendo a las carreras de letras, a las filologías, creando la idea de que son unos meros entretenimientos para inútiles, debemos añadir ahora el daño directo que sobre la idea de la Universidad están provocando los últimos escándalos en España. Esto se solapa al paupérrimo estado, desolador, del panorama editorial, empeñado en hacernos pasar por literatura textos de escasísimo calado y que han sido publicados en virtud del número de seguidores que sus autores poseen en las redes sociales.

En efecto, a tres ripios, cuatro obviedades, dos lugares comunes y un par de majaderías, los editores no dudan en catalogarlo de poesía o, quizás peor, de prosa poética. El problema de estos textos no es el de que sean malos (que lo son, pésimos) sino el envoltorio mentiroso y torticero en el que nos vienen servidos.

Si leemos un libro creyendo que estamos ante poesía y nos lo encontramos repleto de memeces, el daño que se está haciendo es enorme. En primer lugar, porque se están ciscando, incluso zurruscando —si se me permiten términos tan escatológicos como ilustrativos— en toda la tradición poética anterior. Después, porque los lectores no querrán volver a aproximarse a la poesía, creyendo que la poesía es eso: paletadas cargadas de bazofia que han digerido con decepción.

He hablado de tradición. Y si alguien no se ha dado cuenta, estoy arremetiendo contra la poesía (¿puedo llamar poesía a esos textillos?) de Instagramers, YouTubers y famosillos del tres al cuarto, también llamados Influencers. Las grandes editoriales se ponen en contacto con ellos y les proponen un libro de poesía, o de prosa poética, algo que parece de moda.

Para el movimiento de Acción Poética de Tucumán la poesía es liberación. Para nosotros, en España, es aberración.

De esta bochornosa manera, igual que anuncian vaqueros, cremas de belleza o yogures, los Influencers publican sus libros y se convierten en asesinos de las letras. Escriben cuatro tonterías indignas incluso de una composición de un estudiante de la ESO y se quedan tan tranquilos. Luego, sus miles de seguidores se compran el libro y lo adoran públicamente. Y nos lo hacen pasar por poesía y a ellos por poetas. ¿Pero es que no han leído a Machado, a Juan Ramón Jimenez, a Lorca, a cualquiera de las centenas de poetas admirables que tenemos en España? Pues no, parece que no.

No, claro, porque de haberlo hecho se quedarían petrificados ante esos textos vacíos, absurdos, planos, ante poemas entontecidos y disfrazados de juegos de palabras, páginas que glosan lo obvio, dado que esta gente sin lecturas metida a criminales de la lírica ignoran que lo que dicen ellos ya fue dicho mucho antes (y de una forma infinitamente mejor).

Han venido a cagarse en la poesía. Es así. Y puede dolernos todo lo que queramos, pero estamos indefensos. Hartos, sí, también, pero indefensos. Ya se los empieza a tratar como una generación literaria que, incluso, aparece en las portadas de las revistas. Y lo peor: que sus libros se colocan, comparten hueco en los anaqueles de las librerías, con Baudelaire o Sylvia Plath.

Dentro de poco, los nombres de estos terroristas de lo lírico aparecerán en los libros de texto. Estaremos, entonces, definitivamente perdidos. La poesía, así, se va desdibujando, perdiendo su identidad, convertida en un pastiche en manos de juntaletras patosos y directivos de marketing que se masturban con sus diagramas de barras.

Puede que mucha gente piense que todo esto da igual. Que a quién puede importarle todo eso de la poesía cuando acaba de comenzar GH VIP y dentro de poco juegan el Madrid y el Atlético, o el Madrid y el Barça. Que es una tontería ante las cosas principales e importantes de la vida: el posado de portada enseñando su casa de la pareja famosilla de momento o la última gracieta viral de YouTube. ¡Hay que dejarse de amarguras, hombre, y atender a las cosas importantes de la vida! ¿A qué viene tanta poesía, tanta complicación?

 ¿Qué más dará que los Influencers publiquen poemarios? Que hagan lo que quieran, son tan simpáticos y admirables, es cierto, a todos nos gustaría ser como ellos… Qué error, un gran error, pero es el síntoma de los tiempos. Porque la poesía, si ha sido algo, es aglutinadora, y vivimos momentos de gran tribulación y disgregación.

La poesía siempre ha sido, entre muchas otras cosas, conformadora de un espíritu nacional, capaz de identificarse con una comunidad para, con sus versos, elevarlos hasta abrazar caminos e idearios de libertad. Todo país que se precie posee un poeta nacional. Goethe es el de los alemanes, Shakespeare el de los ingleses. Adam Mickiewicz inflamó de patriotismo a sus contemporáneos polacos con el Pan Tadeusz. Qué decir de Rubén Darío para los nicaragüenses, o José Martí para los cubanos, o Julia de Burgos para los portorriqueños.

Y Walt Whitman en Estados Unidos, y países afortunados que a falta de un poeta nacional van y poseen dos, como le sucede a Portugal con Luis de Camões y Pessoa o a Italia con Dante y Petrarca. Pero, ¿y en España? ¿Qué ocurre en España? Pues que esta España cainita y unamuniana nunca ha poseído un poeta nacional. Candidatos hay de sobra: desde Cervantes a Juan Ramón Jiménez, pasando por Lorca o Garcilaso. En mi opinión, tal vez se aproxime más a esta figura de poeta nacional, Antonio Machado.

Si Don Antonio levantase la cabeza le dolería algo más que España…

Pero no, España es un país, definitivamente, sin poeta nacional. Y al paso que vamos, lo será sin poesía. Es una lástima, pero de nosotros depende que la poesía recupere su pulso. A tal efecto propongo algunas ideas ante el estado de indefensión en el que nos encontramos:

1-Réplica clásica:

Cada vez que los Influencers de Instagram o Facebook, o en cualquier otra red social publiquen sus textos vergonzosos, repliquemos con la publicación de una poesía de un poeta clásico, el que queramos, y etiquetemos al Influencer de turno. Así equilibraremos la red, por cada insulto literario florecerán unos versos de verdad. A lo mejor el Influencer se da por aludido, ve nuestra publicación, o compara con sus letrillas y entra en razón (¿o tal vez les estoy concediendo demasiado espíritu crítico?).

2-Defensa libresca:

En cada ocasión que veamos en una librería un libro de Influencers colocado bajo el epígrafe de poesía contemporánea, junto a escritores de verdad, deberemos tomar el volumen amorosamente entre nuestras manos y llevárselo al empleado o encargado de la tienda. Se lo extenderemos como quién ofrenda una reliquia o un tesoro y, cuando piense que lo vamos a comprar, le haremos comprender amablemente que estaba mal colocado, que el lugar que le corresponde es donde la autoayuda mística, junto a grandes popes como Coelho y Bucay, por ejemplo.

Cuando esto haya ocurrido muchas veces, el encargado, harto, y que también tiene su corazoncito literario, actuará en consecuencia. Seguro. Siempre podemos, en su defecto, extraviarlo disimuladamente entre las publicaciones del estante de jardinería, bricolaje, estadística; dejarlo languidecer en el interior de la peor clasificación de materia que encontremos. He sido bibliotecario y lo sé: un libro mal colocado es un libro perdido para siempre.

3-Mudanza bibliotecaria:

¿Y si nos encontramos los libros de estos proxenetas de lo poético en las bibliotecas, o peor aún, en nuestra biblioteca del barrio, al lado de casa? No desesperemos. Además de cambiarlo de lugar y llevarlo al sitio menos visitado de la biblioteca, el aparador de teatro es uno de os mejores lugares, lo dejaremos caer suavemente detrás de los Sainetes de Don Ramón de la Cruz o de las Farsas de Lucas Fernandez (unas maravillas pastoriles que nunca le interesan a nadie). Con suerte, el libro pasará meses criando polvo allí detrás, rendido a los pies de estos autores teatrales.

Está claro. Los asesinos de poetas que pretenden imponernos las editoriales nada saben de Claudio Rodriguez, ni de Miguel Hernández, Cernuda, Pacheco, Storni, Agustini, Sexton, Pizarnik… Y no digo ya de Juarróz, Zurita, Hölderlin, Leopardi o Tranströmer. Ellos entienden de likes, unfollows, reposteos, stories, followers y haters; por mucho que se empeñen, estas no son las herramientas apropiadas para escribir, no ya un poema decente, sino una oración simple con el sujeto, el verbo y el predicado colocados en su sitio.

Si no actuamos ya, si no hacemos nada por detener esta gangrena que corroe nuestra riquísima tradición poética, muy pronto, cuando nuestros hijos traigan a casa como deberes analizar una infamia de alguno de esos Influencers fijados ya en un libro de texto, entonces, nos haremos la pregunta vargallosiana: ¿En qué momento se ha jodido la poesía?

Ahora, en este momento.

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