De un modo, más o menos similar a Afanador (pieza que Marcos Morau dirigió para el Ballet Nacional de España), las proyecciones audiovisuales que se situaron a mitad de la pieza, fueron el “tronco” que puso en relación lo que pasó antes con lo que estará por suceder a continuación.
Tanto Afanador como Firmamento poseen unos ritmos escénicos que han de ser leídos desde distintos puntos de vista, esto es: Marcos Morau es un creador que jugó en ambas obras con “acostumbrar” las miradas de nosotros los espectadores, para luego, sin previo aviso, éstas recobren un hilo conductor que les dotase de sentido a lo que abrieron desde un principio, y no menos importante, para que no resulten lineales. Ello supone asumir una serie de riesgos (más en especial, con las personas que hemos visto más de una de sus producciones y ya hemos escogido a nuestras “favoritas”), en tanto cuanto que no basta mostrar el funcionamiento del mundo que se está desplegando en escena, puesto que se ha de justificar el por qué el mismo es interesante de compartir y desarrollar.
Si nos detenemos en la primera parte de Firmamento, el ritmo escénico apenas contiene sobre saltos, siendo que los integrantes de Marcos Morau / La Veronal, se han centrado en mover continuamente el foco de atención bajo la finalidad de otorgarle un poder narrativo a los momentos puntuales de monólogo, perfilándolos como un complemento o una “aclaración” de lo que se está abordando. Así, es cómo más de un espectador se termina “acomodando”, mientras otros se preguntan: “a dónde irá a todo esto”… En el mejor de los casos, las mentes de los últimos se quedarán en blanco, posibilitando un “giro de volante” que ameritará que se haga un esfuerzo extra por reincorporarse a la “experiencia colectiva” que es visionar una obra escénica. Recuérdese que, a diferencia de otras disciplinas, las artes escénicas no están diseñadas para dar todo “masticado” al espectador, porque éste ha de hacer un ejercicio de “escucha activa” para que la comunicación entre profesionales y el conjunto del público se consuma del todo.
Si es que Firmamento es de esos trabajos en los que se ha de tener presente que nada está confeccionado a gusto de ninguna persona en concreto. Por tanto, merece la pena llevar a cabo un ejercicio de honradez de cara a afinar nuestros propios criterios, antes de precipitarnos a “arrojar” un juicio que enturbie la percepción de la creación que esté en juego. Sin lugar a dudas, podemos detenernos en localizar las “graduaciones” que se han utilizado en el papel que han tenido las coreografías, el uso del espacio, el diseño de iluminación, etc…, para comunicar lo que se ha pretendido comunicar.
Ahora bien, la capacidad de Marcos Morau de materializar lo que se representó en su cabeza es muy seductora, como también, no está alcance de todos (se cuente o no, con los fastuosos medios materiales con los que él ha desempeñado sus proyectos artísticos). Sin embargo, me pregunto si basta con encontrarse con un elenco de intérpretes portentoso y lanzar imágenes oníricas, en las que uno duda si está soñando o no, para garantizar de que ha llegado, mayoritariamente, el contenido que se ha transmitido, o ¿acaso es suficiente salir del teatro con una experiencia inmersiva e irrepetible? Si eso es lo que pretendieron estos profesionales, ¿por qué molestarse en elaborar un marco conceptual que alude a temas como: cuál es lugar en el universo del ser humano, una vez que ha alcanzado su actual punto de evolución y demás cosas por el estilo?
¿Será posible que en Firmamento se han confundido los medios con los fines, en detrimento de dejar en “puntos suspensivos” el contenido filosófico/ estético en el cual se induce que descansa? En este caso, yo no lo tengo claro. Pero si he de añadir que sus espectaculares imágenes, su envolvente ambiente sonoro, la plasticidad del movimiento de sus intérpretes y del juego del espacio…, me metieron en una dimensión en la que me tentaba a concluir que “no pasa nada, deja de analizar y ya”.
Supongo que, tras ver Firmamento tendré un buen punto de partida para reflexionar y calibrar cuál debe ser el equilibrio entre la plasticidad de una pieza y su contenido. Tema sumamente central a la hora de comprender qué es lo que sucede en el interior de un espectador que contempla una pieza, cuya sinopsis no nos pone de sobre aviso de que será, sobre todo, una “experiencia inmersiva”. Por lo pronto, no dejaré de recomendar ver Firmamento y he renovado mis ganas de seguirle la pista a Marco Morau, porque seguro aprenderé más sobre artes escénicas.