A pesar de los años y las noches que he pasado hay una que no puedo olvidar. Esta es la noche en la que el absoluto terror invadió mi ser e hizo temblar hasta la más fina hebra de mi cuerpo, logrando quebrantar mi voz y mi alma. Fue la noche en la que percibí por primera vez a Frannie.
Me preparaba para una noche normal, como una de muchas de las que había vivido desde que había dejado de experimentar los sueños vividos de mi infancia y parte de adolescencia que me llevaban a una profunda psicosis. En mi mente siempre había habitado y anidado una oscuridad y cómo no hacerlo después de tantas noches de sentir que se me quemaban las piernas y que las serpientes se enrollaban en mi cuerpo intentando asfixiarme mientras yo corría por un cementerio hasta que se me detenían los pies en la tumba de una mujer, cuya inscripción y nombre nunca pude reconocer.
En mi infancia los esfuerzos de mis padres y de los médicos fueron en vano, también los consejos de mi abuelita al traer al párroco del pueblo para que limpiará la casa de los malos espíritus y usar amuletos de protección. En esa época se intentó de todo, hasta tomar agua bendita, colocar ramos sagrados bajo la cama, quemar cirios y muchas cosas más que resultaron infructuosas. Mi infancia transcurrió así entre la soledad, la desesperación y el miedo. Todos los retratos y espejos de la casa fueron prohibidos para mí y aún años después sigo temiendo a este último invento por el que me perseguía el mal que me acecha.
Luego de todo mi sufrimiento, la adolescencia me traería la calma que siempre busqué, porque una noche finalmente los sueños se detuvieron y con ellos el temor y el acecho al que me sometían los seres con quienes soñaba, los rostros desconocidos que me mostraban su sufrimiento al morir. Sin embargo, en mi pensamiento no imaginaba que aquellas visiones volvieran porque aún me faltaba por vivir la más temible noche en la que escucharía el grito acallado y desesperado de Frannie que me devolvería a un estado primigenio de auténtico terror y traería consigo el recuerdo de las noches en vela.
No hacía mucho que me había alejado de mis padres y de la casa materna. Me encontraba trabajando y había rentado una pequeña habitación en la que pasaba mi agónica vida en la casi absoluta soledad. Era la noche de un 14 de septiembre y me había acostado temprano como habitualmente lo hacía por el frío que impregnaba el ambiente. No me costaba dormir debido a los medicamentos que tomaba desde los trece años, aun así, esa noche, esa nefasta noche sería decisiva y marcaría un nuevo hito en mi vida. En la mesa de noche siempre desordenada no faltaban mis lentes, agua y una pequeña linterna que nunca había usado, pero que tenía porque se rumoraba que a veces se iba la luz.
Esa noche sentí que dormiría plácidamente, es decir, sin susurros, sin voces, sin rostros desconocidos, sin sueños que recordar y en un estado de completa quietud. Todo hasta que mi mente me llevó a un nuevo punto de inflexión. Nuevamente volvía a vivir en mis sueños y recordaba con total claridad lo que pasaba en ellos, pero sin poder controlar los acontecimientos a mí alrededor. Existía así en sueños como una mera espectadora consciente y sin embargo carecía del poder para modificar la realidad que se manifestaba a mis sentidos etéreos. Me encontré en espacios nuevos y desconocidos, me veía en el parque del sitio donde vivía actualmente, pero el paisaje era totalmente distinto, un ambiente de una época antigua coloreaba el paisaje de ocre. Dentro del sueño me dirigí a casa y en ella vivía con otras personas cuyos rostros ahora no puedo recordar con claridad. La casa en la que me encontraba tenía un patio muy amplio y se mostraba completamente antigua con sus paredes de barro y pisos destapados, por lo que la envolvían la bruma y el polvo.
Una de las jóvenes que aparecía en el sueño me decía que habían seguido asustando en la casa y en ese preciso momento desde la cocina arrojaron uno de los platos al suelo haciendo un ruido estrepitoso que aumentaba la tensión del ambiente de terror. La cocina sin mayores arreglos, la falta de puerta y el piso de barro amarillo rojizo me hacían pensar en las condiciones de abandono y escasez de la casa, además, el polvo cubría la mayor parte del lugar y disminuía la mayor parte de mi visión.
En mis pesadillas infantiles aprendí que si vivía con miedo estaría completamente perdida, por eso debía ser valiente y salvarme, porque en ellas estaba sola y solo yo podría ayudarme. Además, la oscuridad que asechaba en las esquinas de mi mente parecía estar esperando los momentos de debilidad para aflorar con su mayor fortaleza, fue como decidí siempre avanzar así temblara de miedo y sintiera que se perdía mi último aliento.
Quizás por eso en la pesadilla no retrocedí al escuchar el golpe del plato que caía en el piso, y en cambio avancé hasta la cocina pesé a sentir una gran pesadez en el cuerpo y dificultad para respirar, después de todo había heredado el carácter de mi padre y sabía que también se podía actuar con miedo. Me acerqué a inspeccionar y mi cuerpo empezó a temblar, sentí como se erizaba cada uno de los folículos de mi brazo derecho, sentía el frío de los espíritus cuando se acercan a ti y no podía respirar tan bien como quisiera, pero seguí acercándome cada vez más al lugar de donde provenía esa sensación de terror que me erizaba la piel. Fue entonces cuando entre la bruma lo vi, era un espejo ubicado en la parte baja de la cocina, se veía un poco viejo y lo cubría el polvo por lo que en él no se veía ningún reflejo. Justo al ubicarme frente al espejo se sintió una brisa mortal que me trajo los recuerdos de una joven asesinada y enterrada en el piso de esa antigua casa. En ese punto sentí claramente cómo mi cuerpo se estremeció y cómo se encrespa cada uno de mis cabellos, quería huir y no sentir su dolor, pero mi lengua parecía desconectada de mí, mis piernas tampoco se movían y no pude más que estar frente al espejo, porque en el fondo eso era lo que había estado buscando al llegar hasta ahí. En tal estado de agitación vi que en el espejo cubierto de polvo se escribió un nombre, ese nombre que hasta hoy me acompaña y hasta parezco oír en susurros, su nombre, el nombre de esa mujer asesinada y enterrado bajo ese piso era: “Frannie”.
No pude soportarlo, el miedo que sentí en el sueño fue tal que hizo que despertase aterrada, había sudado mucho, no quería ni me podía mover porque recordé que en el baño de mi habitación tenía un espejo que no había podido retirar porque pertenecía a la casera y ese espejo guardaba gran similitud en tamaño con el que había aparecido escrito el nombre: Frannie. Me esforcé y saqué mi brazo de la cobija para alcanzar el reloj que iluminé con la linterna, eran las tres treinta de la madrugada, una de las horas de los espíritus. En ese punto me aterré aún más, mi sueño ya no era solo un simple sueño. Su nombre retumbaba en mi mente, ¿y su rostro?, aunque sé que lo vi solo por un segundo antes de despertar, pesé a mis múltiples esfuerzos años después aún no puedo recordarlo, sigue siendo una visión borrosa y deforme que no me atrevo a rememorar, solo sé que de ella me quedó su nombre, la visión de sus cabellos cobrizos y la certeza de que en el mundo de los sueños existe el absoluto terror que te puede acompañar incluso después de despertar.
Esa madrugada estando en mi habitación solitaria deseé salir, correr, buscar compañía porque siempre pensé que el miedo compartido no aterraba tanto, pero era inútil, me encontraba sola, no tenía adónde ni a quién recurrir y mi escape implicaba el paso por tan temible espejo que aunque pasará sin ver sabía que allí posiblemente me aguardaba el espíritu de Frannie.
Fueron aquella noche y madrugada las de mí mayor tortura, porque en ninguna pesadilla sentí tanto miedo como el que me inspiró la visión de Frannie. En esos momentos, el temor se apodero de mí, un miedo que desconocía y a la vez un miedo del pasado que ahora parecían asecharme en la realidad de mi nuevo hogar, en el espejo del baño y con los susurros del viento. Aunque no recuerdo su rostro, Frannie revivió en mí los murmullos de una época anterior que creía olvidados y su nombre escrito en el espejo reflejaba un grito ahogado de una muerte olvidada que clama su liberación.
Después de esa noche de agonía oscura en la que no dejé de pensar, temer y clamar llegó finalmente el amanecer y la luz del alba apaciguaron aquella visión nocturna. Salí a trabajar como lo hacía habitualmente, a nadie le conté de mi pesadilla ni de Frannie. Ella permaneció conmigo en silencio y soledad como en una especie de pacto de complicidad que me mantenía a salvo de la mirada que juzga de la sociedad y de las habladurías malintencionadas de la gente.
Pasó mucho tiempo sin mayor novedad, pero aun así, en noches como estas no olvido que en la profundidad de la mente que guarda pesadillas sin contar, tras cada espejo, tras cada sombra inconclusa, polvo y bruma nos aguarda Frannie, siempre en silencio llena de furia siendo para mí la esencia del miedo que me hace una mimulus destinada a vivir por siempre entre las flores de Bach.
Nita es el seudónimo de Tatiana Villamizar Pérez – Bucaramanga, Colombia.
Siempre he sentido gran interés por el ámbito de las letras, lo que me llevó a estudiar Licenciatura en Español y Literatura en la Universidad Industrial de Santander.
Creo que el arte es una manifestación del espíritu en su máximo esplendor.