Por Marcos Rodríguez Velo
Fuck Buttons nunca han dejado que nadie les imponga nada, pero saber que Slow Focus ha sido producido en su totalidad por ellos en su Space Mountain Studio es algo bastante interesante. Y lo es porque ya conocemos la querencia del dúo formado por Andrew Chung y Benjamin John Power por una producción centrada en instrumentos físicos y analógicos. Si es cierto que dicen crear sus composiciones situado uno enfrente del otro, al igual que hacen en sus actuaciones en directo, no es difícil imaginárnoslos a uno como alter ego del otro recibiendo los mensajes secretos que se transmiten entre ellos a través de su cacharrería analógica.
Y donde he dicho alter ego, podría haber dicho público. Fuck Buttons han hecho del ruido algo predecible y accesible, de las progresiones sonoras una bella fórmula de la que ellos mismos son los primeros cautivados.
Fuck Buttons presentan Slow Focus como un disco que “te hace sentir como ese momento en el que los ojos se ajustan cuando te despiertas, dándote cuenta de que estás en un lugar inusitado y poco acogedor. Nos gusta pensar que creamos nuestros propios paisajes, y éste es uno muy extraño”. De estas palabras se desprende que quieren transformar una imagen en una sensación por medio de su sonido. Lo que se traduce, siendo más fácil de entender, en que Fuck Buttons no tienen un guión. ¿Lo han tenido alguna vez? Es difícil discernir si la perfección y el encanto de sus anteriores trabajos son debido más a la inspiración o a la planificación.
Pero creo que la respuesta es un sí, igual que respondemos afirmativamente a la actualidad y eficacia de Street Horrrsing, a pesar de tener ya cinco años a sus espaldas. La capacidad de construir melodías elementales a la par que eficaces, sigue aquí intacta, como por ejemplo en la insolente Year of the Dog, y forma parte del talento del dúo.
El resultado en los dos trabajos anteriores era incuestionablemente psicodélico, una psicodelia que se echa a faltar en Slow Focus o, si está, palidece bajo el ruido y la distorsión. Existe en este disco algo que nunca habíamos encontrado en Fuck Buttons, una sofisticación explícita. No en las composiciones, ya que el tratamiento sigue siendo el minimalismo reiterativo, sino en esa sofisticación que va más allá del reconocimiento inmediato, la capacidad de acoplarse a un sonido particular. Crecen en complejidad, pero pierden la inmediatez y ese toque pop en la primera escucha. Retoman el pasado de la electrónica europea de los últimos treinta años y lo hacen acudiendo, entre otros, a Vangelis, como en Year of the Dog, acertadísima y apocalíptica canción que sirve como respuesta a los que se pregunten cómo volver a poner de moda la música retrofuturista sin que suene banal. Son sonidos que, combinados con volúmenes elevados y con las distorsiones a las que nos ha acostumbrado el dúo, nos enganchan irremediablemente (The Red Wing) y revelan la grandeza y complejidad de ese ruidismo que tras escucharlo por segunda vez asociamos indefectiblemente a Fuck Buttons.
Con la electrónica comandando las tendencias del público mainstream (Daft Punk tienen uno de los mejores álbumes y singles del año), Slow Focus podría haber servido a Fuck Buttons para darse a conocer a una audiencia mucho mayor. Pero el dúo se retuerce y lucha con sus armas para no caer en ello. Slow Focus no es alienante, es algo más, y te obliga a dar un paso y acercarte a sus extraños horizontes. Se nota que Fuck Buttons conocen los trucos del oficio, y viven hoy en día de sacar brillo a los detalles. Y serán por esto amados más que por sus muros ruidistas.
música cine libros series discos entrevistas | Achtung! Revista | reportajes cultura viajes tendencias arte opinión