Por Ignacio Prados
Es curioso. Con la que las críticas que la monarquía está recibiendo, en los últimos meses en España no se habla de otra cosa en Twitter e Internet que de una serie que se llama Juego de Tronos. Una serie en la que no se matan elefantes (realmente aún no sabemos si existen paquidermos en este mundo), ni el cuñado del rey se llena las manos de dinero público, pero sí que los reyes son borrachos, ponen los cuernos y son resultado en algunas ocasiones de relaciones incestuosas.
Dejando de lado estas curiosas y posibles coincidencias, Juego de Tronos ya ha terminado con éxito su segunda temporada en la parrilla de la prestigiosa HBO. El propio George R.R. Martin, autor de la saga literaria en la que se basa la serie y productor ejecutivo y guionista de la misma, admitía antes de confirmarse la adaptación que él solo concebía que la realizara la HBO, por su valor para afrontar grandes proyectos y por su escasa censura. Totalmente acertado, ¿qué cadena mejor que la que emitió Los Soprano para emitir una serie sobre unas familias nobles con comportamientos mafiosos? Y la HBO no se puede quejar, la jugada le ha salido redonda: ha pasado de tener 2,2 millones de espectadores en su episodio piloto a tener 4,2 en el final de la segunda temporada. Prácticamente el doble. Y aunque solo se ha llevado un premio Emmy por la interpretación de Peter Dinklage, ha sido nominada en muchas otras categorías, incluido mejor drama, llegando así a cotas donde la fantasía apenas había soñado llegar.
En esta segunda temporada David Benioff y Dan Weiss, los productores ejecutivos y guionistas que deciden prácticamente todo en la serie (Martin no se involucra demasiado), se han arriesgado bastante más que en la primera y en muchas ocasiones sus guiones se distancian de las novelas, provocando así las iras de los fieless de la saga. Personajes nuevos que sustituyen a los originales de la novela, diálogos propios… una vejación para los fans de la novela. Especialmente controvertido está resultando la línea argumental de Daenerys y los sorprendentes derroteros que está tomando Arya. Pese a las críticas, la serie conservan el espíritu de la obra original más allá del eterno debate acerca de si una adaptación ha de ser extremadamente fiel a la obra original o si hay licencia para tomarse ciertas libertades.
Dejando a un lado este asunto, la segunda temporada nos ha presentado un Juego de Tronos más sangriento, más mortífero y sin compasión alguna. La Guerra de los Cinco Reyes se desarrolla con batallas de las que solo oímos hablar en los campamentos o los castillos (probablemente debido a los altos costes de producción), pero que van marcando el rumbo de Poniente. Esto es posible gracias a una construcción perfecta de los personajes (Martin admitió más de una vez que él hace historias sobre personajes y no sobre naciones o ejércitos) que van jugando entre ellos discretamente. Yo te tiro un poco de aquí, tú me empujas por allí… y cuando te das cuenta te he puesto a todos los aliados en tu contra o directamente he organizado tu asesinato. Como dijo la retorcida reina Cersei en la primera temporada, sólo caben dos opciones en este juego: ganar o morir. Y no hay nadie que gane con claridad. No lo hace ni el joven Robb Stark, honorable como su padre y apoyado por su madre, al que sólo el maro le hace dudar; ni Renly Baratheon con la ayuda de la familia de su esposa y su apuesto amante; ni Balon Greyjoy acompañado por sus dos hijos y su agrio carácter; ni Stannis Baratheon con la ayuda de su nuevo dios ;ni mucho menos aún Joffrey Baratheon, que se muestra como un niño rey cruel y despiadado. Pero la serie no olvida a los pequeños Stark, esparcidos por Poniente y en diversos apuros, entre los que destaca Arya, que se está ganando el aprecio de todos los espectadores por su ingenio, o Jon Nieve y su aventura por el helado norte con la aparición de un personaje muy querido por los fans como es Ygritte. Un aparte se merece la historia de Daenerys, a la que parecen haber olvidado en esta segunda temporada relegándola a los últimos cinco minutos de cada capítulo.
Estos personajes no serían tanto sino fuera por los actores que les dan vida. Lena Headey crea a una Cersei que es si cabe más interesante que la del libro y Peter Dinklage sigue haciendo grande a Tyrion, así como Gwendoline Christie como Brienne de Tarth y Stephen Dillane como Stannis Baratheon destacan en su primera temporada en pantalla. Mención aparte se merecen los niños y adolescentes que interpretan a los jóvenes hijos de Catelyn Stark y Cersei Lannister. Lo bordan.
En aspectos más técnicos, la producción sigue siendo excelente, desde la banda sonora hasta los decorados o los vestuarios todo está medido y perfectamente estudiado. El noveno capítulo, guionizado por el propio George R.R. Martin supuso un gran desafío: retratar en la pantalla una de las batallas más violentas y grandes narradas en los libros era casi imposible con un presupuesto de televisión. Lo lograron consiguieron con un resultado aceptable pese a los efectos en 3D. Es lo que tiene haber decidido ir a la televisión y no al cine, se gana en desarrollo de personajes y tramas pero se pierde en espectacularidad.
Y como era de esperar en una serie de la HBO no podían faltar el sexo y las escenas de violencia, algunas de ellas muy criticadas y consideradas innecesarias, aunque sin ellas no estaríamos hablando Juego de Tronos. Un juego violento, sucio y traidor, pero que todos disfrutamos porque nos enseña lo malo del ser humano y a veces destellos de lo bonito: el amor de una madre, el amor joven, el valor de la palabra… pero que todo es ensombrecido por el poder, un poder que no es más que una imagen, una sombra en la pared…
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