Seleccionar página

Por A.C | Ilustración Daniel M. Vega

 

Eva, en braga y sujetador, observaba desde la cama. En todo momento se había mantenido alejada de nosotros, se limitaba a dar las órdenes. Nos decía exactamente qué quería que hiciéramos, cómo, cuándo.

En muchas ocasiones he abandonado mi voluntad en manos del otro, he permitido que hicieran conmigo lo que quisieran, que me usaran a su capricho. Sin embargo, nunca había estado en una situación así. Tanto Samuel como yo la obedecíamos, y ella lograba que ambos nos sintiéramos sus siervos sin importar quien hacía o se dejaba hacer. De alguna forma, todo acto resultaba igualmente humillante, pero era extraordinario ser humillado por alguien que se revelaba así de inteligente, de morbosa, de creativa.

En todo momento me preguntaba cómo era posible que se abstuviera de participar, por qué no se tocaba ni siquiera, qué satisfacción podía obtener ella en ser un sujeto tan activo y pasivo a la vez. Fuera cual fuera mi papel en la escena que ella dirigía, siempre lograba mirarla de reojo para tratar de incorporarla, al menos en mi mente, a eso que Samuel y yo estábamos haciendo frente a sus ojos. La imaginaba acercándose al fin, despojándose de su ropa interior y entregándose a un placer espontáneo, libre.

También, en los fugaces encuentros de miradas entre él y yo, intentaba entender qué sentía Samuel. ¿Realmente quería estar conmigo o todo lo que buscaba era satisfacer a Eva? ¿Habría dado igual que fuera otro? ¿Me había deseado desde siempre como yo le había deseado a él?

De pronto Eva hizo algo que me dejó sin capacidad de reacción: se marchó del dormitorio sin mediar palabra. Antes, en el sofá del salón habían quedado su camiseta, sus vaqueros. Apenas tardó un minuto en vestirse de nuevo y salir a la calle. Samuel me había seguido follando la boca por inercia unos instantes antes de sentarse a mi lado en la alfombra. Cuando sonó el portazo, le pregunté con la mirada qué estaba pasando. Él se encogió de hombros.

Puede que nos quedáramos así un cuarto de hora, en el fondo esperábamos a Eva. No sé él, pero todo ese rato estuve pensando lo que no me había permitido pensar mientras ella había estado al mando: cuánto había deseado volver a esa casa, disfrutar con calma de él, de ella. Y allí estaba yo, con Samu desnudo a mi lado sin saber qué hacer.

-Que le den.

Y tras soltar eso me tendió la mano para meternos juntos en la cama, bajo las sábanas. Nos besamos como si nos quisiéramos, y ciertamente pensé que le quería y que era posible que él me quisiera a mí a su modo. Estaba haciendo el amor, solo era esclavo de la improvisación y la ternura.

Más tarde, abrazado a él en la cama, me llegaron dos whatsapps. Uno de Alberto y otro de Marta, como si un sexto sentido les hubiera alertado. Los dejé sin responder. El tacto de Samuel, su calor, el aroma de su cuerpo después del sexo, explicaban mi presente.

De noche, mientras me alejaba por las estrechas calles del barrio de las Letras, distinguí a Eva en un bar. Veía la tele desde la barra, se llevaba un tercio de Mahou a la boca. Me pareció vulgar, deseé no haberla conocido nunca.

Samuel había insistido en que me duchara, así que en vez de ir a casame decidí a probar suerte en el portal de Alberto. Estaba solo, me invitó a subir. No se quejó de que no le hubiera respondido, de que no quisiera nada más esa noche que cenar con él, dormir con él, desayunar con él. Mi cabeza era un auténtico lío, lo sigue siendo ahora. Pero no conozco otra forma de averiguar si deseo algo que comprobar qué siento al tenerlo. Tengo a Alberto, tengo a Marta, puede que tenga a Samuel.  Les necesito.

Quiero saber qué es lo siguiente.

} continuará

música cine libros series discos entrevistas | Achtung! Revista | reportajes cultura viajes tendencias arte opinión




Share on Tumblr

Comparte este contenido