Esta pieza forma parte de un tríptico inspirado en el poema OCD (siglas en inglés de TOC: Trastorno Obsesivo Compulsivo) de Neil Hilborn. Donde él expresa cómo conoció, se enamoró, convivió y lidió con la ruptura de su ex novia, siendo condicionado por sus Tocs.
Texto que, de un modo otro, irrumpió con fuerza en la sensibilidad de esta profesional israelí, como también, le ha permitido desarrollar un lenguaje en la que la extra cotidianidad de los movimientos de sus bailarines está tan acentuada, que me cuesta imaginarme a los mismos moverse de otra manera. Y justo en ello reside parte de la profundidad y abstracción del trabajo/reacción de Sharon Eyal, puesto que ella como creadora (teniendo a su lado en esta tarea a Gai Benhar) lo que ha hecho es interpretar el poema OCD.
Referencia que sirve de apoyo a los que integramos al público, en la medida de que una vez que somos conscientes y nos familiarizamos con la misma, todo empieza a encajar, esto es: Afortunadamente, Sharon Eyal y su equipo no se dedicaron a “vulgarizar” el contenido de OCD, de lo contrario, nos hubiésemos encontrado con un trabajo “narrativo” o, en el peor de los casos, algo que se hubiera “entretenido” en “imitar” con imágenes las afirmaciones de Neil Hilborn. He allí que defienda que a la hora de analizar a LOVE CHAPTER II, corresponda creerse que la mismísima Sharon Eyal hubiese representado un poema que ella ha escrito con esta finalidad en concreto.
Personalmente, lo que vi fue a un grupo de bailarines generando imágenes asimétricas que, vistas en su conjunto y teniendo presente el contenido del poema OCD, me ayudaron a dar con un buen ejemplo de que detrás de esa aparente “crispación”, “distorsión”…, de sus estados corporales, hay una belleza que no rinde cuentas a concepciones heredadas de la tradición que Platón tuvo gran influencia en nuestra cultura occidental. Eso sí, todo fue ejecutado rigiéndose a una lógica en la que cada acción desencadenaba a la siguiente (sea de un estímulo interno o externo), posibilitando que todo fuese consecuente tanto en lo coreográfico, como en la genealogía que se podría dibujar desde el día que Sharon Eyal tuvo su primer contacto con el poema OCD. Es más, tras ver LOVE CHAPTER II me atrevería a decir que no hace falta conocer la historia al detalle, pues, esta creación ya es algo independiente.
¿Sabéis esa sensación de que una obra podría durar media hora más o media hora menos, y uno se mantendría fiel a lo fuere que se les haya ofrecido? Pues, LOVE CHAPTER II me hacía sentir como si todo estuviese en orden durante su representación, como si no hubiera nada de que preocuparse. Mientras tanto, alcanzaba un punto de relajación y equilibrio difícil de reproducir. En paralelo, me percibía poseedor de la libertad de retomar mi rol de “persona que analiza piezas de artes escénicas”, para recoger las pautas necesarias para redactar este texto. A dónde quiero llegar, es que cuando uno se enfrenta una creación que le ayuda a “completarse” (si se me permite la expresión) certifica que está bien dirigida e interpretada, al margen de que se cuente con bailarines de élite mundial y esté bien fundamentada en lo artístico y en lo conceptual.