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Por Marcos Rodríguez Velo

Lo primero que llama la atención del nuevo disco de Lykke Li es la concisión: este tercer trabajo de la artista sueca contiene nueve canciones condensadas en poco más de media hora de duración. Los sociólogos dirían que, en una era de fragmentación digital como en la que nos encontramos inmersos, es una señal de que los músicos más apegados al mainstream apuntan más a lanzamientos breves (por ejemplo un single o un remix) en momentos especialmente elegidos para que la promoción de dichos trabajos sea la adecuada. Y esto nos lleva a una conclusión: Lykke Li trata de acercarse poco a poco a un público más amplio, objetivo que ya se adivinaba tras el precedente Wounded Rhymes y el hype que lo acompañó en todo el mundo.

Si el primer disco nos dejaba entrever una personalidad sombría, aunque compleja, que, junto a la electrónica y al folk, se transformaba en unas canciones originalísimas, el segundo trabajo apuntaba ya sin miramientos hacia el pop-rock. Cierto, nos encontrábamos con la rabia, la angustia, usadas para contar la historia de un amor acabado, y que liberaban a su vez la voz de Lykke Li, transportándola por zonas desconocidas en su debut. Había también un cierto encanto oscuro y dramático que atrajo a gente como David Lynch, abriéndole las puertas de muchos fans en todo el mundo.

Para I Never Learn la producción se ha dejado de nuevo en manos de Björn (de Peter Bjorn and John), pero se ha enfocado más el conjunto hacia el concepto de balada. No en el sentido de las Murder Ballads de Nick Cave, sino más bien en el del pop de la MTV Hitlist, con apariciones esporádicas de tramas electrónicas para sostener las voces y el piano. El trabajo detrás del sonido es realmente elegante y refinado, con una fuerza orquestal obtenida en el estudio que no encontrábamos en los discos anteriores. Sin embargo falta algo: el toque personal de Lykke Li. En Wounded Rhymes o Youth Novels, más allá de las elecciones de producción, era posible reconocerla en caminos ya recorridos por otros músicos. Pero no parece Just Like a Dream un descarte de Adele? Incluso Heart of Steel podría haber sido firmada por la Mariah Carey de principios de la década pasada.

Aún así, desde el punto de vista global, el viaje se completa. Un disco original (el debut) que atrae la atención tanto de la crítica como del público más atento. Un disco enérgico (el segundo) que conquista territorios rock y da grandes resultados en directo. Un tercero que apunta ya directamente al mainstream sin esconderse. Se hablará de evolución artística, que desde luego no falta, pero se aprecia una evidente valoración comercial. Sí, estamos asistiendo al nacimiento de una popstar.

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