De entre los libros que he podido leer del catálogo de la editorial mexicana Nieve de Chamoy, tal vez Mastodonte, la novela de Jaime Reyes editada en el año 2015, sea uno de sus libros más peculiares. ¿Es una novela? Por supuesto que sí, pero es, también, algunas otras cosas más, gracias a un arquitectura fragmentaria y a la interacción que el autor propone con el lector en su versión digital (algo más atenuada en la edición en papel) que la acerca al concepto de narrativa hipertextual. Además, Jaime Reyes nos propone una fusión, o una transversalidad del texto (un texto, por otra parte, de gran violencia) con la música, para conformar algo más, por tanto, que una novela. Yo diría que Mastodonte es un artefacto narrativo del que os hablo hoy en esta columna de El Odradek de Achtung!
Obviamente, el libro se puede leer como una novela, de forma lineal, pero en su carácter fragmentario encontramos la primera de las peculiaridades que lo hacen tremendamente atractivo. El autor muy bien podría habernos proporcionado, al estilo cortazariano, un tablero de dirección para ir saltando de fragmento en fragmento, pero no es necesario.
La reconstrucción de las historias mediante le intervención del lector permite hacernos una idea clara de las narrativas que contiene la obra, que por otro lado se ha fragmentado con tal acierto que se puede empezar a leer por cualquier lugar, ir saltando, y siempre se nos rearma en la cabeza para resultarnos comprensible.
Esta novela, cuya historia renace una y otra vez de sus pedazos, y esa es una de sus grandes virtudes, sin embargo aborda los despojos (sí, también se trata de una cuestión de fragmentos) de los dos personajes protagonistas; o quizás de un único personaje protagonista, Mastodonte, y de una enigmática mujer (¿o tal vez no tan enigmática?), VB, proyectada por la mente enferma de Mastodonte, que la ha idealizado (ni tan siquiera los lectores podemos contemplarla a través de los propios ojos de Mastodonte, sino a través de sus recuerdos, memorias, pensamientos alucinados).
De esta forma, aunque quebrada y revuelta, lo que Jaime Reyes pone en pie es una novela de género negro, con todos sus componentes muy bien definidos. Tenemos a un matón, Mastodonte, que proviene de un mundo sórdido —el de las luchas de las artes marciales mixtas, eso que ahora está muy de moda y que también denominan UFC, por Ultimate Fight Championship—, un universo que cumple la misma función que el boxeo en las antiguas novelas de gánsteres, o en algunas de las de James Ellroy.
La lucha, o el boxeo, siempre quebrantaron al protagonista de las historias, para sumergirlo así en un mundo insano, ilegal y peligroso. Siguiendo esta premisa, Jaime Reyes maquina un Mastodonte que lucha con furia y, como todos esos personajes de novela negra, cuando golpea en el ring lo que realmente está haciendo es batallar contra su destino, su pasado o sus traumas.
En el caso de Mastodonte, su brutalidad viene desencadenada por el suicidio de su hermano Matías, inexplicable para él, y que busca entender —o quizás quiera hacer pagar por ello a los demás— reduciendo a pulpa los rostros de sus contrincantes. La construcción psicológica del héroe que en realidad es un antihéroe, idea clásica de la novela negra, está así conseguida. Mastodonte golpea contra el suicidio de su hermano, sin piedad, y eso le da un motivo para frustrase y acumular más ira.
Lamentablemente, este asunto del suicidio del hermano está tomado de la propia experiencia personal del autor. En unas declaraciones a Excelsior.com, afirmaba:
“Mastodonte nace de mi propia experiencia de superar el dolor de una pérdida, de los procesos por los que pasa cualquier persona normal que un día se encuentra extraviada en su vida mental, pero sobre todo nace de mi toma de conciencia de que la ira es la emoción que marca hoy, como lo ha hecho ya en otras épocas (o tal vez en todas), la vida del hombre (…) Y lo que yo quise con Mastodonte es, sí, también retratar a ese tipo de hombre, la forma en la que su mente transfiere la ira a su cuerpo, pero sobre todo la manera en la que busca salir una y otra vez del círculo vicioso de sus ideas depresivas”.
Por tanto, si Mastodonte trata de superar el suicidio de su hermano con la violencia del combate, no es demasiado arriesgado afirmar que Jaime Reyes intenta ahuyentar los fantasmas de ese suceso tan terrible de su vida entablando una lucha con la literatura, de ahí su marcado carácter violento y brutal, además de fragmentado. Prosigue el autor con este asunto en la mencionada entrevista:
“Creo que parte de Mastodonte, en lo que tiene que ver conmigo como autor/lector del libro, es aceptar sin grandes culpas mi naturaleza violenta, no tenerle miedo a mi expresividad intensa, muchas veces visceral y agresiva. Y no estoy encabronado, así es mi carácter. Mastodonte, entonces, es brutal porque yo vivo las cosas de esa manera. Y la muerte de mi hermano necesitaba, para mí, un enfrentamiento brutal, intenso, sin muchos rodeos y al tiempo sin la necesidad de develar nada innecesario que me desviara del objetivo central de Mastodonte, que es meditar sobre la ira y la violencia del hombre sobre sí mismo. (…) Mastodonte, como comentaba al inicio, nace de mi propia experiencia de superar el suicidio de mi hermano, que me dejó lleno de odio y de una ira irracional y sin fundamentos claros, es decir, extraviado en un mundo emocional sin sentido”.
En segundo lugar, debemos atender a los personajes secundarios que pasan de forma muy fugaz por la novela, pero que completan esa estructura de noir. Por supuesto, el mafioso, el todopoderoso que decide poner a Mastodonte a su servicio, con su cuadrilla de guardaespaldas. Cuando Mastodonte entra al servicio de este hombre, para asesinar por encargo a otros matones, consuma su caída en los infiernos de los que intentaba salir a golpes (una muy mala decisión la de intentar escapar a puñetazos de un drama personal).
Y dentro de este esquema de novela negra no podía faltar la femme fatale, que es la mujer de las siglas, VB, orbitando permanentemente en la cabeza de Mastodonte, con la que parece compartir un pasado y hasta un lugar ideal: Shanghai. Como toda mujer fatal, al principio ha significado una liberación para el protagonista, pero con su abandono, después, se ha convertido en un sufrimiento, una obsesión. De esta forma, Mastodonte intenta recoger los pedazos de su vida mediante los recuerdos, sin darse cuenta de que lo pulverizan todavía más.
Tal y como nos explica Jaime Reyes en la entrevista de Excelsior.com:
“Mastodonte es así, describe pedazos de vida de un hombre enfurecido que lo único que sabe hacer para no sentir dolor es golpear, golpear hasta matar, como el más grande, famoso, adinerado, amado y admirado de los peleadores de artes marciales mixtas, nuestro deporte favorito en el siglo 21. La chica complementa o explica, de alguna manera, este retrato. Es una mujer onírica, enferma del síndrome de Cótard, hipersexual, violenta, pero con la suficiente materia emocional e intelectual para abrazar y abrasar al Mastodonte. VB es muy atractiva, al menos para mí”.
La función de Shangai y de VB en la novela son las de un lugar imaginario e idealizado en donde poder encontrar descanso. Una retirada utópica de la realidad, porque Mastodonte jamás encontrará descanso. Pero ese imaginario que le resulta sedante, con la mujer como protagonista, se sostiene sobre un pasado de sexo y drogas, violento y turbio, que termina de apuntalar esta novela de género deconstruida que nos propone el autor.
La estructura quebrada y siempre cambiante le permite a Jaime Reyes saltar de un tema a otro sin que la narrativa se resienta. De esa manera, aprovecha para insertarnos fragmentos técnicos sobre lucha (en concreto la manera de pegar un puñetazo) y cierta aproximación a la literatura médica.
La medicina, al igual que el elemento musical, que trataré después, resulta de una importancia crucial. Mastodonte se ha destrozado la espalda en un extraño accidente automovilístico teñido de intento de suicidio, y VB sufre de un más que curioso síndrome, lo que justifica su desaparición, y que es otro de los grandes aciertos de la novela: el síndrome de Cótard.
Esta enfermedad puede que a algunos os suene de haberla oído en series tan célebres como House o, en la más reciente, New Amsterdam. Enfermedad mental, consiste en que el paciente se cree muerto, un cadáver, delira sobre cómo se pudren sus órganos e, incluso, llega a creer que ya no existe.
Cabe destacar que Richard Chase, un asesino en serie no demasiado conocido y bautizado como el Vampiro de Sacramento, sufría esta enfermedad. Es innecesario que hable aquí de sus espeluznantes crímenes. Os dejo este enlace por si queréis saber más bajo vuestra propia responsabilidad:
Volviendo a Mastodonte, debo repetir que me parece un golpe de absoluta genialidad por parte de Jaime Reyes que la novia del asesino padezca una enfermedad que le haga creerse muerta. La novela, de esa manera, se asienta sobre la personalidad de dos personajes que en realidad son como despojos de carne putrefacta —no debemos olvidar que, tras el accidente de coche, la espalda de Mastodonte experimenta una especie de necrosis lumbar—.
Los términos médicos, junto con los de lucha, unidos a la música que mantiene una presencia abrumadora en la novela, son los elementos hipertextuales que el autor ha montado, sobre todo, para que Mastodonte se lea en dispositivos móviles. La idea de Reyes es muy clara:
“Los que gustan de música heavy saben que en realidad no hay gran truco en el título, e incluso en la musicalidad literaria de Mastodonte. Existe una banda estadunidense de metal progresivo que se llama así, Mastodon, y sus temas, si bien no son fragmentados como los parágrafos de Mastodonte, tienden a ser mantras que logran su tesitura ideal a través de la progresión simétrica y asimétrica de muchas de sus armonías. La música heavy ha estado en mi vida desde que nací y es lo que más disfruto. Más o menos sé de las bandas que hay y más o menos conozco sus discos, por eso el playlist de Mastodonte, en realidad, llevaba años construyéndose en mi memoria, estuvo ahí a priori Mastodonte como libro”.
La novela negra se nos presenta guiada por referencias continuas al heavy metal, que el lector del formato en e-book puede escuchar a través de los hipervínculos que le ofrece el libro. Por supuesto, en otros hipervínculos aparecen las referencias médicas y las técnicas de lucha.
Aquí os dejo un enlace a Clandestiny, un vídeo de la canción de Mastodon, la banda norteamericana de Sludge Metal:
Y aquí os pongo la playlist confeccionada por el autor, que se encuentra en Spotify y acompaña la lectura de la novela:
https://open.spotify.com/playlist/7aVPCCVMM1MDeQoyGj9x6h
Podría parecer que la versión en papel extravíe algunas de estas intenciones metatextuales, y ese es un temor que alimenta el propio autor al creer que al realizar una versión tradicional de la obra sería:
“complicado que lograra transmitir fácilmente la idea de la experiencia hipertextual o multimediática”.
Sin embargo, eso no sucede. La novela está formidablemente montada, y en ningún caso se resiente por despojarla, en su edición en papel, de parte del hipertexto. El objetivo de su autor de
“crear un mantra narrativo que fluya, por supuesto, en la literalidad de las palabras, pero también entre los significados que puedan tener los parágrafos del libro en conjunto y los momentos de los que está construido”,
funciona a la perfección. Y funciona porque la naturaleza del personaje, un ser destruido que vive en permanente grado de alucinación, en una narcolepsia que dificulta separar la realidad del ensueño, de la evocación, o del delirio psicótico, se trasvasa a la propia estructura. Mastodonte es un ser roto, y el libro también se nos muestra destruido.
Mastodonte necesita reconstruir los pedazos de su vida y el lector debe reconstruir los jirones de la novela. En este momento, Jaime Reyes ha creado el perfil de su público: un lector-Mastodonte.
El autor no se propuso una arquitectura narrativa que tuviera que ser exclusivamente electrónica, y los excelentes resultados como novela en un soporte convencional demuestran que nos encontramos ante una gran novela, aunque la despojemos de los hipervínculos. Al final, siempre queda, cuando esta existe, la buena literatura.
Las voces de la historia, la mezcla de tramas y de diferentes tiempos y lugares, hacen de Mastodonte un ejercicio por momentos delirante y dotan a la novela de una personalidad propia con un relieve monstruoso y atractivo. Monstruoso por la brutalidad de los personajes, atractivo por la lección de difícil literatura puesta en papel, o en el universo digital, con firmeza y solidez.