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En su presentación en el ciclo Villanos del Jazz, Madrid, Melody Gardot dio dos master class en una: música y seducción. ¿Qué la diva chasqueaba sus dedos al ritmo de una jazz intro? Pues toda la sala, a reventar, chasqueaba los dedos también. ¿Qué la diva tarareaba una bossa nova? Pues el público también. Su carisma esa noche fue casi brujería, de la buena. Su noción de la world music, exquisite. La hubiéramos seguido donde quiera que fuese, con paso fluido, si nos lo hubiese pedido.

 

Quien me hable con la voz apropiada,

A él, o ella, he de seguir como el agua sigue a la luna

Con pasos fluidos, donde quiera que vaya.

Walt Whitman (“Voices”, Leaves of Grass, 1848).

 

Su último álbum es Entre Eux Deux (2022, Decca Records, Universal), el fruto de su alianza con el exquisito multi instrumentista franco-carioca Philippe Powell, en el que abordan juntos diez torch songs atemporales, esas cosas que pasan entre ellos dos. Gardot es budista, cocinera amateur macrobiótica y humanitaria, habla francés con fluidez además de su inglés nativo y se considera una «ciudadana del mundo». La norteamericana es, a sus 37 años, no solo una front woman con carisma y credibilidad que devora cualquier escenario al piano y a la guitarra acústica, sino también una compositora que sabe navegar a la perfección los mares del jazz, chill, rhythm and blues o música brasileña. Irradia un magnetismo fuera de lo común, incluso se permite un puntito sexy, otro socarrón y otro afrancesado. ¿Qué a la diva le da por ponernos a decir “Salut”? ¡Pues decimos todos “Salut!” (y a los rencorosos se nos olvidó aquella historia hiper rumiada del camión de fresas que unos galos volcaron en la frontera de bla, bla, bla y más bla, bla). Esa noche, solo había cabida para la buena música. Y la Gardot nos colmó, como debe hacer todo(a) buen amante.

Melody Gardot nació en el estado de Nueva Jersey (EE. UU.) en 1985. Hija de madre soltera, fue criada por sus abuelos y a los nueve años comenzó su formación musical con clases de piano. A los dieciséis, comenzó a actuar en clubes de Filadelfia, aunque como hobby y sin intención de dedicarse a la música profesionalmente. A los diecinueve años sufrió un horrible accidente al ser arrollada por un automóvil cuando paseaba en su bicicleta, un hecho traumático con graves consecuencias: un severo traumatismo craneoencefálico, doble fractura de pelvi y graves heridas en la columna vertebral cuyas secuelas la imposibilitaron para ser autosuficiente. Dejó de ver, dejó de hablar, dejó de comprender y le fue imposible realizar tareas tan elementales como comer sin ayuda.

 

Melody permaneció postrada en cama más de un año con amnesia a corto, medio y largo plazo, severas dificultades con la noción del tiempo y una hipersensibilidad tanto a la luz como al sonido. Para paliar el dolor, su médico la animó a componer música lo que supuso el primer paso de una ejemplarizante historia de superación personal. Comenzó a tararear melodías y a registrarlas en una grabadora, una práctica que poco a poco permitió que su sistema nervioso central recuperara lo que había aprendido en las clases de piano. Y continuó, ahora acompañándose a la guitarra, instrumento que aprendió a tocar como una Frida Kahlo postmoderna.

Debido su hipersensibilidad al sonido, eligió música tranquila como la bossa nova de Stan Getz y los Gilberto, específicamente «The Girl from Ipanema». Durante su recuperación, escribió canciones que conformarían su EP autoproducido Some Lessons: The Bedroom Sessions. La Gardot se mostró reacia a grabar sus canciones al principio, afirmando que eran demasiado privadas para que el público las escuchara, pero cedió y permitió que se reprodujeran en una estación de radio de Filadelfia. El resto es historia.

En la noche del ciclo Villanos del Jazz en Madrid, no estaba sola. Los espíritus de Joni Mitchell, Cole Porter, Béla Bartók, Tori Amos, Duke Wellington, Prince, Stan Getz y Vinicious de Moraes parecían hacerle la venia. Y, físicamente, tampoco estaba mal acompañada: además del compositor Philippe, hijo del mismísimo Baden Powell, Christopher Thomas al bajo, Jorge Bezerra a la percusión, el trio de chicas armenias Artyom Manukyan al cello, Astghik Vardanyan y Gohar Papoyan al violín, y Astghik Gazhoyan a la viola. Después de una intro de aromas africanos, arrancó con una preciosa versión de “C’est Magnifique” (Ella Fitzgerald) que anunciaba solo cosas buenas. A este tema siguió otra versión “Love Song” (Lesley Duncan), ambas incluidas en su álbum de 2021 Sunset in the Blue.

 

Para entonces, los cimientos de un concierto memorable estaban asegurados: la transmisión honesta y efectiva del componente emocional entre intérprete y espectador. Enfundada en sus gafas de sol, con aires de Catherine Deneuve y pelazo de Farrah Fawcett, se permitió incluir escenas casi cinematográficas en su show. Una de ellas, al piano de Mr. Powell, nos enseñó vívidamente la noche en la que, en pleno confinamiento, la singular pareja creó el instrumental “Obstinada”, botellas de vino tinto incluidas. El batería acompañó al pianista con ruidos de bolsas plásticas, patito de hule, agua y maracas. Genial. En la segunda escena, Gardot exhibió sus dotes cómicas para contarnos la génesis de “Les Étoiles”, o cómo una americana hasta arriba de jet lag y alguna copa de vino sale desnuda a la ventana su hotel en Saint-German de Prés, Paris, a pedir a una banda de jazz que tocaba en la esquina permiso para unirse a la jam. Pues en esa esquina estábamos todos, tal es la habilidad de la música como narradora.

Cantó al amor, a la saudade, a la pérdida, el fuego de la pasión, al erotismo, al vino. “Samba Em Prelúdio” (Vinicius de Moraes) encandiló, a llama lenta, el auditorio. Otras perlas que nos regaló fueron “Our Love Is Easy”, “This Foolish Heart Could Love You”, “Morning Sun”. Y, como todo gran músico que se respete, se curró la ovación total con dos encores, sentada en una silla, copa de (¿vino o agua?) al lado, mirando al público de frente, aferrada a su guitarra. Especialmente el encore de cierre, que fue memorable: “La llorona” esa canción popular mexicana del folclor del Día de Muertos, ese desgarre en voz de Chavela; y el techo del recinto por poco se viene debajo de la intensidad de los aplausos.

 

La velada fue perfecta, simplemente. Entre las muchas confidencias que compartió con su entregado público, para la Gardot la música ha sido terapia, arma de empoderamiento. Para nosotros, la suerte ha sido verla en tan plenos poderes. Coincidencia o no, su frase favorita, confesó la diva es “La suerte solo favorece a la mente preparada” Louis Pasteur.

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