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Cartas desde Mozambique

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Por Sergio Rozalén

Mozambique es, junto con Zimbabue, el único país del sur de África en el que es necesario obtener visado para entrar y permanecer en el país durante treinta días. Una semana antes de entrar por Ponta d’Ouro, en el consulado de Mozambique en Durban, compré por unos 60 euros mi visado de una sola entrada válido durante treinta días. Cinco minutos antes, Alex, el francés que me acompañó durante parte de mi viaje, obtuvo por el mismo precio y duración un visado múltiple, que le permitía salir y volver a entrar a Mozambique sin pagar de nuevo. No quise preguntar. Agotados los treinta días del visado, uno debe abandonar el país, o exponerse a pagar una multa de 1.000 meticáis (unos 30 euros) por día excedido. Pero existe la opción de extender el visado por otros treinta días, desde dentro del país, “en cualquier capital provincial del país”, tal y como me dijo el funcionario del consulado de Durban y el agente de la frontera con Sudáfrica.

Una mañana de mediados de noviembre, cuando aún faltan más de quince días para que mi visado caduque, le digo a Paciencia que voy a ir a la ciudad de Xai-Xai (capital de la provincia de Gaza) para que en la oficina de Migraçâo me extiendan el visado. Paciencia pone cara de compasión, tuerce el gesto y balbucea: “Migraçâo? Ali ha muita confusão

Confusão es la palabra clave, una palabra que lo sintetiza todo. (…) tiene un significado específico y, a decir verdad, es intraducible. Simplificando mucho, confusão quiere decir desorden, desbarajuste, estado de caos y anarquía”.

Acudo sin entender bien lo que Paciencia quiere decir a la oficina deMigraçâo. Allí, me presentan al Sr.Câo (Señor Perro, en portugués), encargado de los asuntos para extranjeros. Me da la mano, le cuento lo que quiero y me dice que no hay ningún problema. Sólo necesito una carta firmada por la Fundación y una copia de mi pasaporte, y pagando los correspondientes 1.820 meticáis (unos 60 euros) tendré la extensión de mi visado sin problemas. La semana siguiente, con mi impecable carta firmada por la Fundación que asegura mi comportamiento excelente, y antes de partir a Maputo para pasar allí el fin de semana, me acerco a la oficina de Migraçâo con la convicción de que marcharé a la capital con el visado en mi bolsillo. Allí me recibe el Sr. Isaías, un joven alto y atlético que no sobrepasa los 23 años y al que el uniforme azul con corbata a juego le queda mejor que a nadie. “El Sr. Câo está de vacaciones, pero de cualquier modo estos papeles tienen que ir al Registro General”. Yo, obediente, subo las escaleras y tras hablar con una funcionaria enojada por mi presencia y que suspira sin cesar, ésta archiva mi carta y la fotocopia de mi pasaporte y me pide que vuelva la semana siguiente.

Se trata de una situación creada por las personas pero que, sin embargo, acaba por escaparse al control de esas personas, las cuales, finalmente, se convierten en sus víctimas. La confusão encierra cierto fatalismo. Uno quiere hacer algo pero todo se le escapa de entre las manos, quiere actuar pero hay una fuerza que lo paraliza, quiere crear algo pero lo que crea no es sino más confusão”.

El lunes, a la vuelta de Maputo, y antes de enfilar el camino hacia Praia de Xai-Xai, pregunto en Registro General por mis papeles. La misma funcionaria con el mismo enojo baja al despacho del joven Isaías y le devuelve mi documentación, diciendo que ese no es su trabajo. Isaías aparta un momento su oído del teléfono móvil, del que nunca se separa, y me lleva a su despacho. Me dice que esos papeles los tiene que firmar el jefe para iniciar el trámite, pero que el jefe no está. Que vuelva al día siguiente.

Martes. Oficina de Migraçâo. El Señor Isaías, al que me han recomendado que trate de usted y con sumo respeto a pesar de que le saque más de diez años, me dice que “el jefe no va a venir hoy”. Esta breve conversación tiene lugar al mismo tiempo que una anciana llora de impotencia mientras Isaías le asegura que “no, señora, tampoco hoy está listo su pasaporte”.

«Todo se confabula contra la persona y aun cuando ésta demuestre su mejor voluntad, a cada momento cae en la confusão. Puede apoderarse de nuestros pensamientos, y entonces dirán que tenemos la cabeza llena de confusão. Puede penetrar en nuestro corazón, y entonces nos dejará nuestra enamorada. Puede adueñarse de una multitud, ejerciendo su poder sobre ingentes masas humanas, y entonces se producirán luchas, muertes e incendios».

Jueves. Después de cuatro horas leyendo a Kapuscinsky en la sala de espera de Migraçâo, un señor corpulento, con cara de perdedor de póquer y uniforme diferente del resto entra en la oficina. La manera de cuadrarse del resto de funcionarios, que hasta el momento no han hecho otra cosa que hablar por el móvil o salir a fumar, a pesar de la cantidad de gente que espera en la sala para obtener su pasaporte, me indica que se trata del jefe. Sorprendentemente, y tras hablar con él, a los cinco minutos Isaías me hace entrar al despacho del jefazo, le entrega la carta y mi fotocopia y, tras leerla, este señor de gruesa nariz y gesto gélido me pregunta que qué quiero. “Extender mi visado”, le digo. Entonces pide al joven Isaías que escriba algo en un papel. Cinco minutos más tarde, éste regresa con un post-it grapado a mi dossier con algo garabateado en él. Los ojos del jefe se abren, grita algo que no entiendo e Isaías sale del despacho, para regresar diez minutos más tarde con el mismo post-it lleno de tachones y un poco de tippex. El tono del jefe de eleva un poco más, le grita que también está mal y le echa de nuevo del despacho. Finalmente, al rato, el esbelto Isaías aparece con mi carta, mi fotocopia, el post-it con tachones y un nuevo papel morado con algo escrito en él. Se lo entrega temblando a su jefe, que lo mira muy serio, lo lee y relee (se trata de apenas una frase), lo firma y se lo devuelve a mi querido funcionario de confianza. El proceso de extensión de mi visado estaba aprobado por el jefe. Son las tres de la tarde, la oficina cierra y me piden que vuelva al día siguiente.

A veces, la confusão transcurre de un modo bastante más suave, y entonces cobra forma de riña, cierto que caótica y deshilvanada, pero no sangrienta. Es un estado de desorientación total y absoluta. Las personas que se ven envueltas en la confusão no saben explicar lo que ocurre a su alrededor ni dentro de ellas mismas. Tampoco saben definir fehacientemente lo que la ha provocado en ese caso concreto”.

Viernes. Quedan tres días para que mi visado expire y un fin de semana por medio. Acudo a las 8 de la mañana a la oficina de migraçâo con la ilusión de que mi proceso ya está en marcha. Pagar y llevarme el visado a casa. Fácil. El Señor Isaías, al verme, busca por todo el despacho mi dossier: en un cajón, en otro, debajo de la impresora, detrás de las cortinas. Finalmente aparece debajo de una lata de coca-cola y un cuaderno de anillas. Me dice que tengo que pasar por la caja, y ahí me dirijo. Pero el encargado de la caja aún no ha llegado. Tres horas más tarde, un funcionario que no va uniformado entra por la puerta, arranca el portátil y tras ordenar unos papeles me llama para que pague. Lo hago, y mi dossier queda inerte en una bandeja abandonada a la que no tengo acceso. Busco a Isaías para notificarle que, cuando al señor le parezca oportuno, puede proceder con el visado. Un buen rato después, este joven semianalfabeto que había pasado la mañana hablando por teléfono, y ante mi insistencia, me dice que tiene que rellenar unas encuestas que le piden desde el ministerio. ¡Unas encuestas! ¡Qué coño importan ahora unas encuestas!

Existen portadores y sembradores de confusão; a éstos hay que rehuirlos, cosa harto difícil pues en realidad todos y cada uno de nosotros puede convertirse en un momento dado en causante de confusão, aun en contra de su propia voluntad”.

Revuelve todos los papeles de su caótica mesa, encuentra unos impresos y empieza a sumar el número de extranjeros (pobres de ellos, pienso yo) que han pasado por la oficina en lo que va de año. Como no encuentra su calculadora, me pide ayuda para sumar: “¿Doce más cuatro más tres alemanes?”, “Diecinueve”, le digo. “¿Siete más tres más dos más dos españoles?”, “Catorce, señor Isaías”. Y cuando termina, sin perder la sonrisa, decide coger mi pasaporte, mi recibo de caja, mi carta con los dos post-it garabateados y empieza a aporrear un portátil que, con certeza, apenas ha tocado en su vida. Solventados los problemas con la webcam que hace fotos, el escáner que registra mis huellas dactilares e inventando cinco profesiones diferentes hasta que una de ellas se ajusta a las opciones que le da el sistema, el pequeño gran Isaías se topa con un problema insalvable: me va a extender un visado de turista con un recibo de caja que indica que soy visitante. ¿Cuál es la diferencia? “Ninguna, pero sólo el Sr.Câo puede cambiar el documento de caja y hasta el lunes no viene”. La sangre me sube a la cabeza y la frustración de una mañana más perdida me altera el ánimo, así que cojo a Isaías del brazo y le arrastro al despacho de su jefe, el mismo que había firmado sobre el post-it. En mi mejor portugués expongo el problema al funcionario, que pregunta a su subordinado, que por supuesto no consigue explicar entre balbuceos lo sucedido. Confundido, el jefe finge una llamada de teléfono y, sin que nadie al otro lado de la linea le escuche, grita “es que no se puede dejar todo para el último momento. Este señor tiene que volver el lunes. Y por favor arreglen toda esta confusão”.

También se esconde bajo ese término nuestro estado de perplejidad e impotencia. Henos aquí viendo campar por sus respetos a la confusão en torno nuestro y nada podemos hacer para ponerle fin”.

Regreso a Praia de Xai-Xai cabizbajo y exhausto. Paciencia, al verme entrar en la Escolinha, me pregunta que si lo he conseguido. “No”, contesto. “¿Qué ha pasado?”, me pregunta. “Había mucha confusão”

Camaradas, oímos una y otra vez, no alimentéis la confusão. ¡Conque no!, ¿eh? ¿Acaso depende de nosotros? El parte del frente más preciso: ¿Qué hay de nuevo? ¿Que qué hay de nuevo? ¡Confusão! Todo aquel que haya comprendido el sentido de esta palabra ya lo sabe todo (…) Semejante estado no se puede borrar de un plumazo, es imposible eliminarlo en un abrir y cerrar de ojos. Aquel que intente hacerlo demostrando un celo desmedido caerá él mismo en la confusão. Lo mejor es actuar despacio y esperar”.

Lunes. Con mi visado caducado y en situación ilegal en el país, acudo a la oficina de migraçâo con mi mejor sonrisa. “Allí me esperarán -me animo a mi mismo- el Sr. Câo ya regresado de vacaciones y el Sr. Isaías, listos para corregir mi documento de caja y preparar mi visado”. Cuando llego, una funcionaria a la que aún no conocía me dice que ninguno de los dos vendrá hoy. Uno sigue “de ferias” y el otro “está de exámenes”. Tras unos minutos de duda, tomo la decisión más dolorosa: abandonar Xai-Xai y optar por aquello que Eric, un experto en burocracia mozambiqueña, me había aconsejado desde el primer momento, tres semanas atrás: “Vete a la frontera”. Y eso hago. 250Km hasta Maputo más otros 100km de carretera de peaje después, llego a Ressano García, la frontera más importante de Mozambique con Sudáfrica. Consigo librarme de la multa por visado caducado (sin duda por la falta de interés en revisar mi pasaporte por parte de la funcionaria que me atiende), cruzo la frontera, entro en Sudáfrica y treinta segundos más tarde vuelvo a pasar por el mismo barracón donde otra funcionaria me mira, se da cuenta de que he permanecido dos minutos en su país, suspira, sella mi pasaporte y me deja marchar. De nuevo en Mozambique, un funcionario que desde luego sabe leer y escribir y muestra bastante más pericia en el uso del portátil, la webcam y el escáner de pulgares, me expide un nuevo visado en aproximadamente cuatro minutos. Mis intentos por librarme del pago de los los 2.100 meticáis (68 euros) presentando el recibo de caja de Xai-Xai son inútiles. Pero poco me importa. Tengo visado, puedo seguir en Mozambique treinta días más.

mozambique-internacional-revista-achtung-2«Al cabo de un tiempo, la confusão perderá fuerza, se debilitará y acabará por desaparecer. Salimos de ella agotados, aunque también en cierto modo, satisfechos de haberla superado. Y volvemos a acumular energías para la siguiente confusão».

* Todos los textos en cursiva están extraídos del libro «Un día más con vida» de Ryszard Kapuscinski, que narra la experiencia del genial periodista en los días previos a la independencia de Angola. Angola fue, junto a Mozambique, Guinea, Cabo Verde y otros países africanos, una colonia portuguesa. 

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