Nueva edición del festival NOS Alive afianzando una fórmula exitosa con rotundos cabezas de cartel: Muse, The Prodigy, Mumford & Sons, Disclouser y Sam Smith, acompañados por un elenco de primera línea: Alt-J, Ben Harper, James Blake, Roisin Murphy o The Jesus & Mary Chain.
A ello se une la excelente organización, estupendas facilidades de comunicación por barco, tren y carretera, convenciendo a 155.000 personas para disfrutar de música, intervenciones de arte urbano o monólogos humorísticos, entre otras actividades paralelas.
En lo musical a Cavaliers of Fun les tocó bailar con la más fea al coincidir con Alt-J y Tiga, pero allí estaba el cuarteto dándolo todo, con un estilo sencillo, sin pretensiones, para no hacer pensar mucho a sus adeptos allí congregados. Igual que Kodaline con su pop suave adolescente, donde el vocalista Steve Garrigan deja prendado a sus fans que vociferan cada palabra, gesto o guiño.
Por otro lado, lo que prometía ser una fiesta con Django Django se convirtió en un concierto insulso, sonido calamitoso apelmazando los instrumentos engendrando un resultado anodino y falto de nitidez. Pese a ello, todo el mundo aplaudía brazos en alto cada tema.
De repente, en la pantalla gigante del escenario principal se escucha gritar a un sargento marine “Si no haces lo que se te ordene, serás castigado, ¿entiendes?”, junto a las primeras notas de Psycho y el público del Alive dejó lo que estaba haciendo, encaminándose como una legión de zombis para rendirse al sonido de Muse.
Proyectan un ojo cyborg donde nos sentimos voyeurs protagonistas, acechando al trío con las armas del Gran Hermano. Después cambian a un elegante juego de tipografías desmenuzadas en forma de madeja, o líneas en movimiento equiparables a la pantalla de un controlador aéreo. Paisajes desérticos sobre fondo verde sobrevolados a ras de suelo por drones, persiguiendo una figura humana a lo largo de un territorio desconocido que por su sencillez de estructura puede ser cualquier lugar. Arrojan gigantes balones negros y disparan larguísimas serpentinas rojas y blancas de papel seda, expandiéndose sobre nuestras cabezas en una coreografía envolvente, unidas a un diluvio en forma de pétalos de rosa.
Muse tienen todo planificado con un despliegue de cámaras cubriendo el escenario, ofreciendo por las pantallas gigantes cada desplazamiento, pose y punteos de Matt Bellamy. Su voz poderosa desdobla furia y viveza, aunque no entona las partes más complicadas esperando a ser coreadas espléndidamente por el público al unísono.
Con un directo apabullante, su último álbum Drones -2015- se pone en valor al convivir perfectamente intercalado con el resto de la sensacional discografía: The 2nd Law -2012-, The Resistance -2009-, Black Holes and Revelations -2006-, Absolution -2003-, Origin of Symmetry -2001-. Y un colofón a la altura del extraordinario concierto, Knights Of Cydonia
Sólo un gran borrón para una banda de esta calidad, fuera de la franja central del escenario, la batería estaba ecualizada por encima de las posibilidades del resto de la banda, distinguiendo perfectamente hasta el último matiz en cada golpe de Dominic Howard sobre los parches, ahogando bajo, guitarra y voz.
Pese a este inconveniente, pocas formaciones consiguen convertir una canción en una experiencia espiritual, ese es el caso de Muse. En solo tres minutos de tema, viajas en una ola de sensaciones que van desde el momento mas salvaje de guitarra, pasando por la inquietud de una película de misterio, llevándote al romanticismo mas dulce para transportarte finalmente al éxtasis de una noche de pasión, y todo ello con la voz prodigiosa que conduce por el grave y el agudo con una pasmosa facilidad, Matt Bellamy.
Con esta perspectiva, ver un espectáculo de hora y media puede conseguir dejarte exhausto, con la sensación al final de que puedes explotar de emoción.