António Guterres en su mensaje como Secretario General de Naciones Unidas lo deja bien claro: ‘Nadie elige convertirse en refugiado. Pero sí elegimos cómo responder’. 20 de junio 2025 Día Mundial de los Refugiados.
Este 20 de junio, mientras muchos revisan cifras y políticas, conviene detenerse un momento y observar el fenómeno del refugio desde otro lugar. No como una emergencia ajena, sino como una consecuencia de decisiones colectivas y silencios compartidos. La historia no se detiene. A veces ruge en guerras, otras susurra en desplazamientos que no salen en los noticieros. Pero siempre avanza, dejando tras de sí a millones de personas con una maleta medio hecha y una casa que se convierte en recuerdo.
A Ahmad, por ejemplo, lo sacó de su ciudad un bombardeo sin previo aviso. No tuvo tiempo de elegir qué llevar. En su mochila había solo dos camisas, un cargador y una libreta donde su hija había escrito el abecedario. Ahora vive en un barrio periférico de Atenas y enseña matemáticas en un centro comunitario. Habla cinco idiomas y dice que los números son su manera de recordar que el mundo todavía puede tener orden.
Como él, millones de personas han aprendido a rehacerse en tierras que no eran las suyas. No piden lástima. Piden lo mismo que todos: seguridad, oportunidad y una mínima posibilidad de pertenecer. Pero el derecho al refugio, consagrado en tratados internacionales y defendido por organismos como ACNUR, se ha vuelto incómodo en muchos escenarios políticos. La palabra “refugiado” se manipula, se teme, se rechaza.
Lo más grave, quizá, no es que se niegue la entrada, sino que se diluya el rostro detrás de la categoría. Se olvida que cada persona desplazada lleva una historia concreta: un sueño interrumpido, una lengua que empieza a olvidarse, una madre que quedó al otro lado de la frontera.
Este año, el lema del Día Mundial de los Refugiados habla de solidaridad. Pero la solidaridad no es solo una consigna. Es acción y memoria. Significa no reducir al refugiado a una víctima eterna ni a un número que engrosa las estadísticas. Implica mirar de frente, compartir espacios, defender su derecho a reconstruir su vida sin ser tratado como una carga.
La acogida real comienza cuando dejamos de pensar en los refugiados como “ellos” y empezamos a verlos como parte de ese “nosotros” en permanente transformación. No es un ejercicio de caridad, sino de justicia. Porque el exilio no es una tragedia individual, es una falla colectiva. Y solo colectivamente puede ser reparada.
Hoy reconocemos a los millones de refugiados que se ven obligados a huir de la guerra, la persecución y el desastre.
Cada uno lleva consigo una historia de profunda pérdida, desarraigo familiar y futuro trastocado.
Muchos encuentran puertas cerradas y una marea creciente de xenofobia.
Desde el Sudán hasta Ucrania, desde Haití hasta Myanmar, no tiene precedentes el número de personas que huyen para salvarse, mientras el apoyo cada vez es menor.
Y las comunidades de acogida, a menudo de países en desarrollo, son las que cargan con el mayor peso.
Eso es injusto e insostenible.
Pero aunque el mundo no esté a la altura, los refugiados siguen mostrando un grado extraordinario de valor, resiliencia y determinación.
Y cuando se les da la oportunidad, hacen aportes significativos: fortalecen las economías, enriquecen las culturas y estrechan los lazos sociales.
En este Día Mundial de los Refugiados, la solidaridad no debe quedarse solo en las palabras.
La solidaridad tiene que llevarnos a impulsar la ayuda humanitaria y al desarrollo, aumentar la protección y las soluciones duraderas, como el reasentamiento, y defender el derecho a solicitar asilo, que es un pilar del derecho internacional.
Además, tiene que llevarnos a escuchar a los refugiados y garantizar que se tengan voz a la hora de configurar su propio futuro.
Y también tiene que llevarnos a invertir en la integración a largo plazo a través de la educación, el trabajo decente y la igualdad de derechos.
Nadie elige convertirse en refugiado.
Pero sí elegimos cómo responder.
Por lo tanto, elijamos la solidaridad. Elijamos el valor. Elijamos la humanidad.
António Guterres