Seleccionar página

A veces, lo más subversivo no es gritar, sino simplemente nombrar. Decir “Palestina” en voz alta, sin rodeos, sin adjetivos que suavicen la incomodidad. En algunos espacios, eso basta para que te cierren el micrófono. En otros, te borran de la foto. Es un genocidio

 

Que se lo digan a Aphonnic, banda viguesa que en el Resurrection Fest se atrevió a hacer lo que muchos evitaron: usar el escenario para hablar del genocidio que Israel perpetra sobre el pueblo palestino. Un gesto breve, directo, incómodo. La reacción no tardó. Mientras otras bandas eran celebradas en redes por la organización, ellos apenas existieron: una foto suelta, ningún vídeo, ningún eco. Silencio.

Desde el festival, las explicaciones fueron tan predecibles como vacías: “no tomamos partido”, “defendemos la paz”. Pero cuando el único grupo que se pronuncia sobre una masacre es precisamente el que desaparece del escaparate, no hacen falta comunicados. Los hechos hablan por sí solos.

 

 

No es un caso aislado. A más de 1.500 kilómetros de Viveiro, en la redacción de la BBC, más de un centenar de trabajadores han denunciado algo similar, aunque mucho más profundo: una política sistemática de autocensura sobre Palestina. En una carta enviada a la dirección de la cadena, acusan a la empresa de operar como un canal de propaganda encubierta del Estado israelí. Hablan de documentales vetados, reportajes editados a conveniencia, y un sesgo estructural que resta humanidad a las víctimas palestinas mientras enmarca a las israelíes desde el afecto y el drama personal.

En ambos casos —el musical y el mediático— hay una constante: hablar de Palestina tiene coste. No económico, necesariamente, pero sí simbólico. Te sacan del foco. Te acusan de tener agenda. Te tachan de ideológico, como si denunciar crímenes de guerra fuera un capricho político y no una obligación ética.

 

Eretz Yisrael HaShlema, La Tierra de Israel completa

“Desde el río de Egipto hasta el gran río, el Éufrates” [Sinaí (Egipto), Palestina, Líbano, Siria, Jordania, Irak]

Génesis 15:18

Números 34

 

Lo más revelador no es la censura en sí, sino quién la ejecuta y cómo la disfraza. No son gobiernos autoritarios los que silencian estas voces. Son festivales de rock patrocinados por fondos de inversión. Son medios públicos británicos que presumen de imparcialidad. Es decir, son los espacios que supuestamente garantizan la pluralidad, la libertad de expresión y el pensamiento crítico.

 

 

 

Pero cuando la narrativa hegemónica no se toca, la neutralidad se convierte en cómplice. Porque mientras la BBC duda en llamar “genocidio” a lo que los organismos internacionales ya denuncian como tal, y mientras Resurrection Fest omite el único acto de compromiso político de su programación, las bombas siguen cayendo sobre Gaza. Y las vidas palestinas siguen siendo contadas —si es que lo son— como cifras frías, sin biografía, sin rostro.

Lo que está en juego no es una polémica puntual. Es el derecho a narrar. El derecho a nombrar. Y también la obligación —incómoda pero urgente— de no callar cuando callar es sinónimo de consentimiento.

Porque el relato es poder. Y en ese relato, quien nombra a Palestina sin matices ni disculpas es cada vez más empujado a los márgenes.

 

Sea la hora que sea, hay que acordarse de Gaza

El Gran Wyoming cada día al empezar El Intermedio

 

 

 

Comparte este contenido