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Por Diego E. Barros

Adolfo Suárez y Felipe González, protagonistas de la «Transición» española

Ahora que los mejores photoshops de portada anuncian un «nuevo orden mundial» certificado ayer en una tertulia por el director de un periódico con un lapidario «la primera vez que se mueven las fronteras de Europa desde la II Guerra Mundial» (¡!), uno ya no sabe a qué atenerse. Cuando nos dijeron que los ochenta volvían a estar de moda nunca sospechamos que las señales fueran más devastadoras que los cardados y las hombreras. Un día se reúnen el cura, el guardia civil con tricornio y el señor ministro para inaugurar una piedra y constatamos que las fuerzas vivas nunca dejaron de estarlo. Pero España sigue siendo España y todo se arregla con una buena comida. La noticia, pues, no es que los Tejero hayan querido homenajear a su ilustre padre en un cuartel de la Benemérita. La noticia es que entre los invitados del convite no estuviera Arsenio Fernández de Mesa, patrón mayor de la cofradía. Por lo demás, lo de casa Tejero resultó enternecedor: como cuando alguno de mis amigos nos reúne para contarnos que la noche anterior casi folla. Como nos enseña esa farsa que es el espíritu olímpico, lo importante es participar, aunque sea en una intentona golpista.

A velocidad de vértigo, el país ha pasado de piel de toro a tabla de Ouija en la que invocar constantemente todo lo que no era sólido. Salió ayer Suárez Illana a anunciarnos entre lágrimas de hijo que la mesa ya ha sido convocada. El límite para el «desenlace inminente» ha sido fijado en «un horizonte temporal de 48 horas», así que estén atentos. Del expresidente Adolfo Suárez ya se ha dicho todo y como él mismo confesó a la periodista Josefina Martínez del Álamo en las páginas de ABC en 1980, «el 80 por ciento no responde a la realidad». Imagínense el tamaño de la fábula que nos espera cuando lo anunciado se haga realidad.

Quizá el mejor retrato de Suárez en ese elemento cainita que es su país lo dio Javier Cercas en Anatomía de un instante, esa estupenda postficción en torno al gran fantasma de nuestra memoria colectiva que fue el 23-F. A cuenta de la negativa del casi ya ex presidente a esconderse bajo el escaño (junto a Gutiérrez Mellado y Carrillo) como había hecho el resto del arco parlamentario cuando Tejero y los suyos entraron a tiros en el Congreso, escribe Cercas: «es el gesto de un hombre que tras haber combatido a muerte la democracia la construye como quien expía un error de juventud, que la construye destruyendo sus propias ideas, que la construye negando a los suyos y negándose a sí mismo, que se apuesta entero en ella, que finalmente decide jugarse el tipo por ella» (p. 183). En el fondo, Suárez sí era el «tahúr del Mississippi» que definió Alfonso Guerra en la campaña de 1979. Aunque Guerra acabó por disculparse con él, no se puede negar el ojo del sevillano para reconocer a su igual.

De todo lo dicho y lo que se dirá sobre su figura probablemente lo único cierto sean un par de cosas: una vez expulsado por sus semejantes y vilipendiado por su país, Suárez supo irse y eso le honra como gran jugador. También lo que él mismo comunicó a los ciudadanos en su mensaje de la navidad de 1980: «brindo por el pueblo español, esperando que tenga unos dirigentes mejores que los que actualmente posee».

Por todas las televisiones pasará ahora Victoria Prego para contarnos cómo (ella) hizo la Transición. Se viene la santificación de Suárez por los mismos que lo apuñalaron en su día. Será glorioso. Si esto no se merece una buena paella, yo ya no sé.

 @diegoebarros

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