Por Luis P. Ferreiro
En el año 1976 una revolución denominada punk arrasó el rock and roll casi hasta los cimientos. Las cabezas visibles de este huracán, que durante unos segundos pareció que se iba a llevar por delante la música popular, fueron un gigantón neoyorquino, judío y de clase media, y un enjuto y lenguaraz proletario londinense hijo de la emigración irlandesa, que respondían a los nombres de Jeffrey Hyman y John Lydon. Aunque cuando se ponían al frente de los dos grupos punk más influyentes de la historia, se convertían en el romántico y desconcertante Joey Ramone, cantante de los Ramones y en el afilado e histriónico Johnny Rotten, frontman y letrista de los Sex Pistols.
Quiso la casualidad que ambos vocalistas publiquen novedades discográficas este 2012, algo bastante sorprendente en el caso de Ramone, más que nada porque lleva once años criando malvas. Extraña menos la vuelta a los estudios del vivito y coleante Lydon, que hace pocas temporadas reactivó a Public Image Limited, su banda post-Sex Pistols y el proyecto que mejor ha plasmado las inquietudes sonoras y líricas de la compleja, brillante y contradictoria mente del británico. “No puedo escribir para los Sex Pistols –declaró recientemente-. Emocionalmente, me estaría imitando, así que respétenlo por lo que fue. PiL es expresión de libertad y no puedes dar marcha atrás. Mi inspiración es todo a lo que se dedica el ser humano”.
La gestación misma de este ‘This is PiL’, el autorreivindicativo título de este nuevo álbum de los de Lydon, es un ejemplo de su forma de hacer las cosas; en lugar de arrastrarse como un vulgar viajante de comercio en busca de un contrato discográfico, el inquietante artista optó por protagonizar unos lucrativos spots de mantequillas –con las consiguientes críticas y mofas por ver a un punk “vendiéndose”- que le permitieron organizar sus giras con total independencia y recaudar lo necesario para elaborar este trabajo a su ritmo. Y el resultado es más que satisfactorio.
Y lo es porque ‘This is PiL’ funciona tanto de perfecta introducción para el neófito -las sonoridades del plástico abarcan desde la claustrofóbica oscuridad de ‘First Issue’ (1978) y ‘Metal Box’ (1979) a los bailables y poperos ritmos del exitoso ‘Album’ (1986)-como de continuación a la ya lejana última grabación de la banda, el púbico ‘That What Is Not’ (1992), a la que supera por varias cabezas. Lydon no pierde su dirección en este retorno y se muestra tan implacable como de costumbre en sus letras, en las que reincide en una continua exaltación del individualismo y su ácida visión de la sociedad, que lo emparenta con el Ray Davies más sardónico, pese a que líder de The Kinks nunca buceó tan profundamente en sus fobias y traumas privados como el autor de ‘God Save The Queen’.
La primera bala del cargador es la homónima ‘This is PiL’, en la que el londinense reitera su pasión por los haikus rítmicos de los Can de Damo Suzuki y prepara el terreno para ‘One Drop’, primer single del disco, en el que recuerda su tremebunda adolescencia a ritmo de reggae, dub y funk. A partir de aquí, acompañado por la fiereza rítmica de Bruce Smith y Lu Edmonds, escuderos de Lydon en los ya lejanos ochenta, el bufón más malévolo del pop –bufón, sí, pero como Darío Fo, de esos que se parapetan en lo grotesco para cantar las verdades más duras e incómodas con el humor como arma– pasa de la fuerza punk de ‘Terra-Gate’ a esa batukada del infierno que es ‘Lollipop Opera’. Mención especial merece la intensa y sangrante ‘The Room I Am In’, doloroso spoken word que remite al ‘Religion’ de la primera entrega de la banda.
Por suerte, el malévolo Lydon sigue siendo esa presencia desconcertante sin ningún compromiso con nadie, ni con la indolente clase obrera que le expulsó de su seno para castigarle por su éxito, ni con la industria musical que intentó fagocitarlo y ante cuya desaparición se regodea. Por eso es tan bueno ‘This Is PiL’, porque es una obra viva, latente, en la que un cincuentón ya de vuelta de todo demuestra que le quedan muchas cosas por decir.
Precisamente es toda esa sangre que rebosa el retorno de PiL lo que le falta a ‘Ya Know’, el segundo disco póstumo de Joey Ramone. El invento, producido y coordinado por el hermano del difunto, Mickey Leigh, consiste en una serie de maquetas y pistas de voz inéditas que Joey fue grabando a lo largo de un porrón de años, con nuevos acompañamientos de músicos de estudio, compañeros de batalla y famosetes varios, como Joan Jett, Daniel Rey, el batería de Cheap Trick, Bum E. Carlos y el bajista de Dictators,Andy Shernoff.
El principal problema de este álbum es el mismo que el de otros discos post mortem, como los últimos volúmenes de los ‘American Recordings’ de Johnny Cash: no sabemos qué es lo que tenían en mente los creadores para las piezas que estamos escuchando, porque lo que llega a nuestros oídos es la visión de un tercero, Rick Rubin en el caso de Cash y el carota de Leigh y el sempiterno productor de los Ramones, Ed Stasium, en el de Joey. El otro problema del disco es que, simplemente, las canciones no dan la talla.
La primera psicofonía de Joey como muerto viviente, ‘Don’t Worry About Me’ (2002) funciona porque fue creada bajo el control del propio artista, terminada tras su fallecimiento, sí, pero siguiendo sus deseos e indicaciones. Y además de otros aciertos, marcó el golazo de una de las aperturas más emocionantes del rock de las últimas décadas, la revisión de ‘What A Wonderful World’ con la que el larguirucho vocalista se despidió de sus seguidores.
Pero ‘Ya Know’ es otro cuento. Se articula alrededor de ideas a medias que podrían haber resultado buenos temas, pero que sueltan un tufo a artificial que lastra tanto las piezas prescindibles como las más salvables. Además, muchos de los acompañamientos musicales recuerdan sospechosamente a “otras cosas”. El riff de ‘Going Nowhere Fast, compuesto por Daniel Rey, remite al de –miren que casualidad- ‘This Is Not A Love Song’ de PiL, mientras que el de ‘New York City’ es un calco del himno de Steve Earle ‘The Revolution Stars Now’.
No ayuda tampoco la sobreproducción que estropea el potencial de algunas de las tonadas más sentidas del lote, como la fanfarria instrumental que arruina la bonita ‘Waiting For That Railroad’, aunque es justo reconocer el gancho que lucen tanto ‘I Couldn´t Sleep’- cincuentera y vacilona, pese a ser prácticamente una versión del ‘Real Wild Child’ de Iggy Pop– y ‘Party Line’, con la colaboración de Joan Jett en las voces y cuyo, esta vez sí, acertado y spectoriano sonido realza ese tono pop que tanto le gustaba a Joey. Pero poco más.
‘Ya Know’ no es más que la demostración de que hay cosas que es mejor dejarlas como están y que, si alguien deja algo sin publicar, por algo será. La génesis misma de este álbum es tan poco ética como coger un boceto de Matisse, pintar colorines por encima con unos rotuladores Carioca y presentarlo al mundo como una obra inédita del maestro.
Aunque hay que reconocer que este disco es un perfecto ejemplo de lo que queda en 2012 del inicial estallido del punk rock: un simple objeto de consumo, una rama más dentro del rock en la que caben desde los Dead Kennedys a Blink 182, desde The Damned y Black Flag a Green Day y Offspring, y desde ‘El bote de Colón’ de los Pegamoides a ‘Este maldito país’ de Eskorbuto. Malcolm McClaren y Vivienne Westwood deben estar partiéndose de risa en sus tumbas. Ah, no, esperen, que ella todavía respira…
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