Con ese aire desenfadado y a veces cómico que desprenden sus intérpretes, en Pausa Forçada hay un trasfondo en el que se está desarrollando una dramaturgia en el que ambos personajes más que libres de sus propios destinos, diría que tan sólo tienen acceso a sobrellevar de un modo u otro, lo que se van encontrando en el camino.
En primer lugar, esta pieza está llena de una multitud de sutilezas y alegorías que se nos pueden pasar por desapercibidas, las cuales han posibilitado que tenga enlaces de entre escena y escena, a veces imperceptibles por su progresión o su simple elegancia a la hora de ser concretados. Ahora bien, si de vez en cuando irrumpe la música como un agente externo, que altera los respectivos estados de los personajes de esta pieza.
Entonces, uno llega a preguntarse si ello se nos está planteando, a nosotros los espectadores, como que es algo que brota del interior de los mismos, o en realidad es algo que, precisamente, ha “contaminando” el aire que se respira en la escena en juego. Esto es: Cuando uno ve a uno de los personajes de Pausa Forçada, en un contexto en el que sus grados de contención para mantener un mínimo de control, sobre sus cuerpos. Parece que uno está a punto de presenciar una de tantas versiones, de aquello que el personaje intenta reconducir a su cuerpo a su carril habitual, en dónde puede guiar al mismo a donde éste pretendería. Sin embargo, esta pieza tan sólo se limita con hacer alusión a lo anterior, para que lo reconozcamos. Siendo que la forma el cómo responden los personajes de Pausa Forçada, nos termina llevando a un mundo en el que sus habitantes “son activados”, para atravesar el espacio disponible, haciendo que todo lo que uno contempla ya desde sólo el papel de testigo, sea un terreno por conocer, en tanto y cuanto que no hay manera de predecir por dónde nos llevará este viaje.
Claro, que este tipo de “estados” (por así llamarlos) nos los encontramos en formatos en el que el intérprete se queda en el sitio haciendo pequeños movimientos, o “enredándose” con objetos tan intrascendentes como una maleta de viaje o unos taburetes de bar. Por tanto, ustedes se pueden imaginar que el atrezo escogido para el desarrollo de esta pieza, tiene la finalidad de poner en una situación equiparable con nuestro cotidiano; como también, con situar a dichos movimientos en un marco, en el que éstos no se confundan con enlaces de una coreografía de las que componen a Pausa Forçada. Así, nos enfrentamos ante una pieza impredecible en la que sus personajes, son redirigidos sin que haya un patrón temporal evidente, que nos mantiene a nosotros los espectadores, con la inquietud por saber el qué es lo que va a pasar a continuación. O dicho de otra manera: les estoy hablando de un trabajo, que te pone en la tesitura de que puede pasar todo, o nada.
Y al final, no suceden cosas que supongan asombro o arrebato alguno en el público. Dado que nosotros los espectadores, estamos al fin al cabo, ante escenas en las que sus intérpretes recobran y ponen en suspensión, las interacciones corporales que se suceden entre ellos (hay un espíritu lúdico que se intercalan, con momentos tragicómicos). Ello es un recurso que nos evidencia la permanente tensión de la cual se desencadenan las acciones en escena. Ya que aunque el ritmo de Pausa Forçada sugiere que esta obra vaya con ligereza, ello se articula con que la interpretación de sus bailarines pueda estar condicionada por alguna emoción (proveniente de lo que le está pasando a su personaje), o “contracción” incluida en los cuerpos de estos profesionales.
Eso sí, sin que en Pausa Forçada se llegue a rebasar la frontera que la delimitaría con el expresionismo o cosa que se le parezca. Es un hecho que este trabajo nos invita a ponerlo en diálogo con temas, que probablemente, Marianela Boán (su directora) no pretende si quiera abrir, aunque no se ha de descartar la idea de que esta profesional de origen cubano, no haya pretendido perseguir que las cabezas de sus espectadores visiten mil lugares durante la representación de esta pieza.
Mientras tanto, se materializan coreografías que, perfectamente, se podrían encajar en otras piezas. No con ello quiero dar a entender de que las mismas sean sustituibles por otras de similares características; sino más bien a lo que quiero llegar, es que en su interpretación y dirección, se aplican los pilares que sustentan a Pausa Forçada. En el sentido de que todo lo que pasa en escena, está impregnado de un marco conceptual de cuya ontología es fácil extraer, que nosotros los seres humanos, nos caracterizamos por vivir nuestras vidas oscilando en un espectro en el que está contenido lo fluido, lo entrecortado, lo “sincopado” (si se me permite la analogía), etc… He allí que sería de lo más atrevido e innecesario, conseguir una traslación a una antropología, dado que Marianela Boán no quiere proclamar sentencias grandilocuentes con esta pieza, tan sólo quedarse en el ámbito de la sugerencia.
En definitiva, diría que Pausa Forçada es una pieza que nos enseña a ver artes escénicas con templanza, y sin que la prisa por entenderla nos invada. Dado que salvo excepciones, su composición nos es narrativa ni está fragmentada, tan sólo las cosas emergen en escena. Y justo en esto, se posa el ritmo con que esta obra nos combina lo saboreado con lo frenético. Basta con atender el cómo su iluminación, en todo el rato, nos está induciendo a descifrar desde qué lugar hemos de enfrentarnos a cada escena. Esto me conduce a decir, que CADAC nos ha traído un trabajo que parece discreto, pero dentro de él hay una labor exhaustiva de dirección y composición escénica, que me han hecho salir del Teatro Romano de Itálica, con la sensación de que apenas me he asomado a todo lo que hay detrás Pausa Forçada.