Llenazo y expectación en el cartelón de este clásico universal: Carlos Marquerie a la dirección, Pedro G. Romero asistiendo a la dramaturgia, Elena Córdoba coreografía y el Niño de Elche entre el elenco
La noche del viernes parecía una première, pero este espectáculo ya lleva una gira importante. Es que es la última muestra de esta temporada de el Teatro Central de Sevilla y, claro, lo más granado, lo propio, los expectantes y unos cuantos más impacientes estábamos allí. Qué alegría de ruido, alboroto y movimiento en masa.
Toda la caja escénica de la Sala A, la grande, al descubierto. La galería de tiro con sus maromas, calles de focos, un fondo inmenso, sin fin, escaleras… Toda la maquinaria escénica, qué gusto verlo todo. Los curiosos artilugios y atrezos, no, espera, son marionetas… El caso es que nos miran múltiples caritas, esperando su turno, en la penumbra de lo apartado.
Es una coproducción del Teatro Español y de Teatro Kamikaze y ha contado con la colaboración de la Fundación García Lorca, la complicidad de los familiares del poeta y este poemario me encanta. Expectativas, arma de doble filo… La escena se acciona desde múltiples disciplinas: el Niño de Elche haciendo sus maravillas y más, danza contemporánea envolvente y elocuente, declamación y todo un elenco articulado, las marionetas del propio Marquerie, que generan esa sensación expresionista, pictórica y poética.
Son seis paisajes, seis actos, en que dibujan una selección de lo que el poeta describió en su viaje. Si en escena se puede desentrañar lo críptico, aquí no era la intención. La sensación era de expansión, de ser fruto de una investigación exhaustiva del imaginario de Lorca. Cernuda, Whitman y múltiples referentes se expresaban en la pantalla de proyección sin filtro. Apenas daba tiempo de leer y comprender los versos para conectarlos con lo que sucedía sobre las tablas. Igual no hace falta y todo era una amalgama de recursos. Eso y la totalidad del espacio al alcance de tu mirada suponía una cantidad abrumadora de información. Y, no obstante, no hay marcha en Nueva York. Faltaba pasión, escuché a la salida.
Los soliloquios rompían el ritmo trepidante de elementos, lo sosegaban, con momentos crudos y extensos de texto recitado al desnudo, con un cariz apocado y sensible. Algo se me escapaba de esta sensibilidad. El diseño sonoro, que daba todo el espacio al cante y la experimentación vocal del ilicitano era impecable, mágico. Qué completitos todos los participantes: bailan estupendamente, manejan los títeres, recitan, tocan el piano (especialmente bien, por cierto), cantan… Qué bien canta el Niño.
Aún así, no considero un acierto universalmente reconocido el de la puesta en escena ofrecida ayer. Pero aprovecho la ocasión para expresar un reclamo personal a los espectadores más pasionales. Salirse de la sala durante la representación, considero, es una falta de respeto. Admito que también es un tomatazo, una crítica, una opinión necesaria, una forma severa, no obstante.
Antes del comienzo de la función, charlaba con mi acompañante sobre el amor y la rabia, por ejemplo, a raíz de otra obra que habíamos visto juntas en el mismo teatro. Cuando se apagaron las luces callamos y los primeros versos que se dibujaron sobre una pantalla eran de Cernuda:
Furia color de amor,
Amor color de olvido.
Y se nos escapan dos sonrisas sonoras.
La percepción también depende de lo que traes contigo al teatro, y, como espectador y receptor, considero que tienes que aportar algo también. No todo va a depender de lo que te sirvan desde la escena, y, desde luego, con el trabajo que supone crear para la escena y exponerse, por mucho que sea tu profesión, es, desde luego, un trabajo muy generoso para con la sociedad. Revisa en tu mundo interior, acciona tu capacidad de relacionar y complementar, y respira de esa sala, donde estamos muchos. Seamos poetas allá donde estemos.
Dramaturgia Pedro G. Romero y Carlos Marquerie
Dirección musical, arreglos y composición música original Niño de Elche
Coreografía Elena Córdoba
Intérpretes Niño de Elche, Elena Córdoba, Manuel Egozcue, Clara Pampyn, Jesús Rubio Gamo y Enrique del Castillo
Escenografía Max Glaenzel
Iluminación Carlos Marquerie
Composición de piezas sonoras del Umbráfono Enrique del Castillo
Diseño sonoro Emilio Valtueña
Proyecciones David Benito
Vestuario Cecilia Molano
Confección de vestuario Isabel López Gómez