Muchas veces, quienes han adquirido una formación superior en campos como la filosofía o las ciencias sociales, procuran cobijarse en sus conocimientos y el “alto status intelectual” que han conseguido a lo largo de sus respectivas trayectorias vitales. Y lejos de desacreditarlo, esto lo percibo como un síntoma de que nosotros, en tanto seres humanos, nos refugiamos en una lectura concreta de la realidad que nos permite subsistir, mientras buscamos maneras de continuar dirigiéndonos hacia el horizonte al que cada uno nos hemos encomendado.
En esta línea, uno de los valores del personaje que interpreta Andrea Garrote es que, precisamente, el mismo ha conseguido asumir sus vulnerabilidades. Es decir: No las disimula como un modo de “huir hacia delante” de cara a la diversos contextos sociales en los que de no mostrarse uno seguro de sí mismo, es signo de que se carece de integridad y madurez; y cómo no, un pretexto del cual muchos se valen para destinar a la persona en juego, a un proceso que le hará correr el riesgo de caer en la exclusión social y su total deshumanización. El caso es que la profesora Claudia Pérez Espinosa, es un ser humano que está desorientado, dado que sus aventuras y desventuras han desgastado hasta su mínima expresión, al modelo por el que había apostado hasta ahora.
Sí es que estamos en una sociedad en el que la hiper especialización nos ha conducido a “militar” (siendo conscientes o no, teniendo margen de escogerlo o no), en una permanente auto explotación de nosotros mismos (como profesionales, en nuestras relaciones intersubjetivas…, y por extensión, como seres humanos) como si esa fuese la inversión a la que hay que tener fe, para que tarde o temprano alcanzar una presunta “emancipación” ¿De qué se supone que nos estaríamos “emancipando”? ¿Con qué finalidad uno precisaría pasar por todo esto, a costa de invertir en salud? Yo lo que tengo claro, es que la profesora Claudia Pérez Espinosa me ha causado un mezcla entre ternura y tristeza, Esto es: Ternura porque me he sentido identificado con su fragilidad y el cómo se ríe de su trágica condición. Y tristeza, porque aunque ha sabido conservar su lucidez, ella ha “bajado la guardia” en varios episodios de su vida (tómese en cuenta el contenido de los testimonios que va narrando a lo largo de esta pieza), lo que le ha hecho poner a debate el sentido y el significado del seguir viviendo.
No obstante, la clave está en que los días que corren se ha perfilado como un “acto de resistencia” y de entereza, el no dejarse “domesticar” por un sistema que ha deja todo preparado para que recorramos un camino sin que uno se tenga por qué preguntarse si ponerlo en práctica, atentaría o no contra nuestra propia dignidad humana. Haciendo posible caer en la falsa dicotomía, en la que si uno “piensa demasiado” puede llegar ser más infeliz en medio de esta sociedad, ya que a veces se nos presenta como siniestra, confusa y cruel. Ya sabéis que “la mejor medicina” para confrontar a lo anterior, es “dejarse llevar”, confiar de que “todo pasa por algo”, pensar que «el tiempo lo cura todo»…
Si bien es cierto que estos dos profesionales argentinos que han creado y dirigido a Pundonor, no han escatimado a la hora de “caricaturizar” varias de las facetas de la profesora Claudia Pérez Espinosa. Ello no me desmoviliza a la hora de señalarles que se ha puesto en funcionamiento, uno de los recursos que poseen las artes escénicas para subrayar algunas de las abstracciones que se habrán extraído de la realidad. De tal forma, que se pueda hacer mayor incidencia en el tema que ha dado lugar a la creación, que dicho sea de paso, de lo que se trata es de comunicar un mensaje en concreto, no de reproducir de un “cuadro costumbrista” de lo que se nos aparece en nuestro cotidiano. De lo contrario ¿Qué más nos daría pie a reflexionar sobre nuestra condición humana, a través de las artes escénicas?
En lo que se refiere a la puesta en escena de Pundonor, estamos ante una pieza estática, en la que sus cambios de luces y de “escenarios” son casi imperceptibles (salvo el final de la misma, claro). Lo cual hace recaer en la interpretación de Andrea Garrote y el texto, todo el peso de la obra. Tanto es así, que ella ha de desplegar sus recursos como actriz para dotarle de “relieve” a un trabajo que muchos lo podría percibir como una cosa que no va a ningún lado, porque una y otra vez, se remacha en mostrar a la profesora Claudia Pérez Espinosa como una persona que está a punto de colapsar, y que lo que va comentando no son más que sus últimos “balbuceos” antes de caer en la locura.
En definitiva, Andrea Garrote y Rafael Spregelburd realizaron un extraordinario montaje que supo equilibrar un humor ácido y perspicaz, con no frivolizar a la figura de la profesora Claudia Pérez Espinosa. Signo de que estos dos profesionales han sabido constituir un marco en Pundonor, en el que la desesperanza y desesperación que proyecta su único personaje, no ha de confundirse con una suerte de “apología” al nihilismo y a la decidía hacía habitar en nuestra sociedad contemporánea. De verdad que da gusto encontrarse con trabajos que traten a su público como seres inteligentes, como seres capaces de tomar con cierta distancia de las singularidades de tan pintoresco personaje… Al mismo tiempo, de convocar a los integrantes público a recoger una serie de “pistas”, con el fin de que reevalúen el qué están haciendo con sus propias vidas.