Internacional en Achtung! | Por Diego E. Barros
Françoise Hollande compagina un discurso izquierdista con una campaña de perfil bajo frente a la derechización de Sarkozy
Françoise Hollande recibió este martes un pequeño golpe. Por primera vez en lo que va de precampaña, una encuesta electoral le concede ventaja a Nicolas Sarkozy: 28,5% frente a un eventual 27% para el candidato socialista a las Presidenciales francesas. Ha sido la puntilla a una semana que comenzó mal el martes pasado con la publicación en primera página de la revista Paris Match de un extenso reportaje sobre su actual compañera sentimental, Valérie Trierweiler, a la sazón, periodista muy conocida en Francia y una de las estrellas del semanario, que había decidido jugar al morbo que despierta la que puede convertirse en próxima primera dama de Francia.
Con la intención de voto más o menos consolidada ―hay todavía en torno a un 40% de indecisos―, y las dos muescas cicatrizadas en su cinturón, Françoise Hollande se lanzó de nuevo a la arena para recordar, en un acto en Valence (Drôme) ante 2.000 de sus seguidores, que «nada está ganado aún ya que lo que está en juego es un referéndum entre seguir con cinco años de Sarkozy lastrando Francia o no». Su director de Comunicación, Manuel Valls, incidió ante los medios en la misma idea: «nada está ganado», dijo, «este sondeo tiene un efecto educativo, el de recordarnos que es hora de volver a movilizarnos». El mismo día en que se conocía el sondeo desfavorable a los socialistas salía a la luz otro que le daba cuatro puntos de ventaja.
Los socialistas mantienen la cautela conscientes de que marchan con el viento en cola en la mayoría de los cómputos (a pesar de haber cedido terreno). Más aun si las predicciones son sobre una hipotética segunda vuelta, el 6 de abril. De tener lugar hoy dicha convocatoria, Hollande aventajaría en diez puntos a su rival. Así, mientras Nicolas Sarkozy confirma día a día su giro a la derecha para pescar en caladero del FN ―16%―, Hollande mantiene su perfil bajo, con constantes guiños hacia la izquierda y sin entrar demasiado en la guerra dialéctica con un presidente al que las prisas ya le han jugado malas pasadas.
Sobre Françoise Hollande (1954, Ruan) se depositan buena parte de las esperanzas de una izquierda, la europea, muy castigada en las urnas. Secretario general del PS entre 1997-2008 y, durante años también concejal y alcalde de Tulle y presidente del consejo regional de Corrèze (centro sur del país), está muy lejos de se un líder que arrastre por su carisma. Más bien tiene la pinta de un presidente de escalera, un tipo amable, gracioso y correcto por el que nadie apostaría para metas mayores.
En 2009, con el partido dividido y la socialdemocracia europea en pleno retroceso, Hollande creó la asociación Responder desde la izquierda y se propuso un cambio de imagen: nuevo aspecto físico y máxima ambición política. Llegó a adelgazar 11 kilos. Jugó la baza de los militantes hartos de los años del socialismo-caviar ―con Lionel Jospin a la cabeza y la vergüenza de ver cómo el PS quedaba apeado de la segunda ronda de las Presidenciales de 2002―, y fue escalando desde una posición de izquierda moderada a la espera de una oportunidad. Y esta llegó. Los problemas judiciales de Dominique Strauss-Kahn, debidos en buena medida a su incapacidad de mantener la bragueta cerrada, dejaron a los socialistas franceses sin un favorito para derrotar a Sarkozy en 2012. Y ahí estaba Hollande cuando a mediados de 2011 se convocaron unas primarias en el seno del partido. Sin hacer ruido, siguió conquistando a las bases mientras se sacaba de encima esa imagen de «hombre del aparato».
En octubre de 2011, enarbolando su «contrato por el cambio» derrotó a Martine Aubry, primera secretaria del PS y a un sorprendente Arnaud Montebourg que se destapó con una campaña antiglobalizadora y pidiendo más proteccionismo social y nacional en unas primarias abiertas a toda la ciudadanía. Hoy, junto a Manuel Valls, que es también candidato, constituyen su guardia pretoriana.
Ha conseguido situar en torno a su persona a todo el partido que hoy fluye sin voces discordantes. Da la sensación incluso que nadie se acuerda de que no es un recién llegado. De hecho, su ex mujer, con la que tiene cuatro hijos, es Ségolène Royal, la última socialista en enfrentarse a Sarkozy.
Françoise Hollande alcanzó popularidad al definirse como un «político normal que no gusta a los ricos», a los que identifica con aquellos que ganan más de 4.000 euros al mes. Esto y decir que aspira a una «presidencia normal» frente a la era Sarkozy, le valió el apodo de Mr. Normal. «La política no es un trabajo normal», le ha recordado Sarkozy.
En su «contrato por el cambio» estaba ya escrito su mensaje: la economía, su especialidad como diplomado en la Escuela Nacional de Administración. Lleva dos años repitiendo el mismo estribillo: decir la verdad a los electores, no prometer fantasías, hacer gala de sus valores republicanos y del deseo de unir a los franceses para afrontar la crisis más grave que afronta el mundo desde 1929. Pero, sobre todo, insiste en que la salida solo puede venir desde la izquierda.
El problema de Hollande es el de buena parte de la socialdemocracia europea. Tras haber pagado en las urnas unas políticas alejadas de la supuesta izquierda que dicen representar ―España es el caso más flagrante―, el socialismo moderado sigue dando bandazos que restan su credibilidad. La última prueba ha sido el desliz de Hollande al entrar en la trampa de Sarkozy acerca de la inmigración y la seguridad proponiendo una especie de campos en los que alojar a los gitanos rumanos que vagan por las ciudades. El revuelo ha sido escaso pero la mancha ya no hay quien la quite, si bien ha sido ocultada por las propias meteduras de pata de Sarkozy.
En su ya célebre discurso Le Bourget pronunciado a finales de enero ante 10.000 militantes socialistas, Hollande tiró de [Françoise] Mitterrand para, a la vez que criticaba al presidente sin citarlo, pedir una vuelta a los viejos valores del socialismo: «Amo a la gente, otros están fascinados por el dinero», declaró. Hollande explicó que el «verdadero enemigo es el mundo de las finanzas», y prometió una reforma integral que abarcaría más tasas para ricos y grandes empresas y una fiscalidad más razonable para las clases medias además de incrementar el estado de bienestar social en todos los campos. Un giro copernicano que, no obstante, fue matizado rápidamente y ahora evita halar de «enemigos» para referirse a los mercados.
Hollande no desaprovecha oportunidad para afianzarse en el perfil izquierdista y ha propuesto una batería de hasta sesenta medidas que así podrían ser cualificadas: impuestos a las rentas más altas y a las empresas, inversión y empleo públicos y fortalecimiento del estado de bienestar social.
Dar la vuelta a Europa
En lo que insiste Hollande es en buscar un cambio en el camino escogido por la UE para atajar la crisis y, sobre todo, romper el eje Paris-Berlín para regresar a «una UE en la que cuenten todos». Tanto Sarkozy como Hollande ―aunque este en menor medida―, tienen sus ojos puestos en Alemania. Pese a las apariencias, la distancia que separa los proyectos económicos de ambos candidatos es cuestión de matices. En la izquierda francesa, a diferencia de otras como la española, sigue pesando la cultura marxista; mientras que la derecha dista mucho de ser liberal en el sentido anglosajón de la palabra y es profundamente intervencionista: Sarkozy también promete una especie de banca de inversión pública.
Ambos coinciden en la receta: mantener el déficit en torno al 3%, pero difieren en cómo abordar el crecimiento. Mientras Sarkozy se empeña en llevar a Francia por el camino que marca Berlín ―un camino puesto en práctica por un socialista de la llamada Tercera Vía, Gerhard Schröder (bajos costes laborales, más IVA y cofinanciación del Estado de bienestar) y continuado por Angela Merkel―, los socialistas pretenden buscar la reactivación económica vía reactivación industrial sin bajar el gasto social y los gravámenes al capital.
Hollande sigue esquivando todos los ataques de la derecha y colocando efectistas (y efectivos) ganchos de izquierda. El último ha sido su promesa de aplicar un superimpuesto a las rentas superiores al millón de euros. La promesa tiene un claro cariz demagógico, pero marca las diferencias ideológicas entre los aspirantes y afianza al otrora líder moderado como el campeón de la izquierda más enérgica de Europa.
Porque es en Europa donde también se está jugando la batalla por El Eliseo, ya que el candidato socialista no deja de recordar que difiere de la manera en la que la UE afronta la crisis. Este mensaje unido a la promesa de «renegociar» los objetivos de déficit impuestos por el directorio Merkel-Sarkozy no es bien visto en la mesa de Bruselas, de mayoría conservadora, y donde no quieren a un comensal de izquierdas.
Prueba de ello es el supuesto acuerdo entre los conservadores europeos destapado hace dos semanas por el semanario alemán Der Spiegel, según el cual los líderes de Berlín, Londres, Roma y Madrid habrían sellado un pacto secreto para ignorar al candidato socialista. Cierto es que Hollande no se ha entrevistado con ningún líder europeo, como también lo es que todas las cancillerías implicadas han negado la veracidad de la información. Sin embargo, Sarkozy no desaprovechó la oportunidad y atacó a su rival diciendo con una gota de sarcasmo que no ha hablado «jamás de Hollande» con sus homólogos europeos. «El problema» de Hollande, señaló, «es que viaja poco». Los socialistas franceses confirman que tanto Merkel como el premier británico, David Cameron, se han negado a recibir a Hollande. El presidente español, Mariano Rajoy, indicó que Hollande no había pedido verle y dudaba de que tuviera “mayor interés” en hacerlo.
Sarkozy pretende cerrar las puertas de la UE a su rival pero también parece querer hacer lo mismo con Francia. Así se explica su deriva nacionalista. El domingo en un acto ante 30.000 seguidores en Villepinte, cerca de París, Sarkozy aprovechó para atacar a Hollande acusándolo de haber cometido la “vergüenza” de cuestionar el pacto de la UE por la estabilidad fiscal para, acto seguido, tirar de proteccionismo al amenazar con sacar a Francia del tratado de Schengen que regula la libre circulación de personas así como los acuerdos comerciales colocando el foco, nuevamente, en la inmigración.
Hollande, que no quiso incidir mucho en el asunto consciente de que no es más que un brindis al sol, remachó: «me acusa a mí de querer renegociar un acuerdo no ratificado [el pacto fiscal de la UE] y él promete revisar uno que sí lo está».
Puede que el suyo sea un caso más de socialista que gusta de hablar en verso para, una vez en el gobierno, hacerlo en prosa. En cualquier caso hasta que tenga oportunidad de demostrarlo, no deja de soltar ripios. Algunos rozando incluso la inocencia, como la promesa de «prohibir a los bancos franceses operar en los paraísos fiscales». Veremos.