Por A.C | Ilustración Daniel M. Vega
Ayer tuve mi primera cita propiamente dicha con Alberto. El plan era ir al Matadero, tomas unas cervezas en la terraza de la Cantina y luego ver el documental de las diez y media en la Cineteca. Le había recogido en su portal a las ocho y habíamos bajado andando desde Lavapiés. Por el camino me cogió de la mano. Nunca había dejado que ningún chico hiciera eso, me puse tenso y en cuanto pude me escabullí con la excusa de mirar un whatsapp. En realidad lo que me molestaba era la posibilidad, por improbable que fuera, de que Marta nos viese.
Alberto es misterioso. Es como si por más que hable y pase tiempo con él, siempre fuera a haber algo inaccesible. Y el muy cabrón sabe que es magnético, que tiene ese algo que atrae aunque yo creo que ni siquiera él sabría describir qué es exactamente. Da la impresión de haber leído muchos libros y visto muchas películas, y a lo mejor no es para tanto, pero lo parece y eso basta. Y sobre todo da la impresión de haber vivido mucho, y eso sí me consta que es así. Desde que hemos vuelto a vernos se ha confiado más, me ha contado retazos de su vida, de sus historias con tíos. La verdad es que casi siento celos cuando me lo cuenta, lo que pasa es que me puede la curiosidad. Quiero saberlo todo sobre él, no lo puedo evitar.
Anoche acabamos bebiendo hasta la medianoche. A la hora que se suponía que debíamos ir a comprar las entradas para el docu, estábamos enfrascados en una conversación intensa aparte de bastante ‘cocidos’. Alberto me decía que soy gay, tal cual. Que lo de ser ‘bi’ es una mentira que me cuento. Eso me ha cabreado siempre, odio que a cualquier tío con el que follo le dé por opinar sobre eso si resulta que me da por hablar un poco de mí. Es algo he dejado de hacer, ya paso totalmente de contar nada, pero con Alberto es distinto. Yo le decía que ya soy mayorcito para saber qué soy, que yo no me veo estando con un tío y ya está. “Has dicho eso ya un par de veces y quiero preguntarte algo”, me dijo. Yo asentí mirándole.
– ¿Conmigo tampoco?
– No estropees esto.
Nos quedamos callados unos minutos. Tardamos en volver a charlar, pero supongo que el alcohol en nuestros estómagos vacíos ponía de su parte y acabamos encauzando la conversación a temas más generales. Sin embargo el daño ya estaba hecho, la pregunta se había implantado en mi cerebro y, aunque procuraba que no se me notara, no dejé ya de darle vueltas.
A la vuelta nos animamos a subir andando desde Legazpi a ver si se nos pasaba el ‘pedo’. Le cogí yo de la mano. Le abracé de la cintura en plena calle Embajadores. Le eché contra una marquesina y nos morreamos. Luego se resistió a que subiese a su casa porque hoy tenía turno de mañana. En vano.
A eso de las cuatro, tras ducharnos juntos y cambiar las sábanas, nos hemos tumbado un rato sin apagar todavía la luz. Alberto no dejaba de acariciarme el costado, yo enredaba mis dedos en el vello de su pecho. No hablábamos, bastaba con mirarnos. Le he visto más guapo que nunca, he puesto la mano sobre su corazón y lo he sentido latir. He cerrado los ojos.
– Me estoy enamorando.
Justo entonces, como en un relámpago opaco, me he visto a mí mismo en una escena parecida de hace pocas semanas. He abierto rápido los ojos para inundarme del presente. Ante mí una mirada asombrada, una sonrisa que se abre, un rostro que era pura verdad. Insuficientes para olvidar la existencia de ese espacio fuera de su habitación, ese tiempo antes y después del instante en que estoy seguro de que quiero a Alberto.
} continuará
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