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En 2011 la editorial Impedimenta publicó la primera versión traducida directamente del polaco de una de las obras maestras del escritor Stanisław Lem, Solaris. Estamos ante un libro que no para de crecer con cada lectura, que es mucho más que una odisea espacial. Cuando el protagonista llega a la estación que estudia el remoto planeta Solaris se encuentra con unos inquilinos que se comportan de forma extraña. Un argumento que ahora nos suena a repetido en muchas películas del género, pero Solaris se publicó en 1961 y marcó una época. Olvidemos sus adaptaciones a la pantalla (con mayor o menor fortuna) y sumerjámonos en este océano de pensamiento… Un planeta pensante, tal es el novedoso planteamiento de Lem, pero ¿consciente? ¿Capaz de comunicarse con nosotros?

Con Solaris podemos reflexionar sobre el problema de la posibilidad o de la imposibilidad del contacto y de la interacción del hombre con otras civilizaciones. El protagonista del texto, Kelvin, es incapaz de relacionarse satisfactoriamente con los astronautas de la base; esta relación humana levanta un muro de incomunicación y desconfianza que se alimenta del miedo a lo incomprensible, a lo desconocido.

Por tanto, estamos ante un tratado del aislamiento, de la vida confinada, de las incapacidades expresivas y de lo pavoroso de los recuerdos, esos que más nos duelen y que entrañan la verdadera naturaleza de aquello que nos vuelve humanos: por estos motivos, a menudo, se califica a Solaris como una de las grandes novelas filosóficas del siglo XX, además de ser considerada un clásico de la ciencia-ficción.

Solaris arranca con una visión panorámica abrumadora de claroscuros al mostrarnos lo claustrofóbico de una estación espacial que flota sobre un planeta que es un océano de materia protoplasmática. El psicólogo Kris Kelvin arriba al complejo de observación  estacionado en una órbita alrededor del planeta. El planeta muestra una composición extraña: está cubierto por un gran océano que, aparentemente, se comporta como un ser vivo. Sin embargo, los fracasos de las investigaciones llevadas a cabo en la estación durante casi un siglo han llevado a su abandono y únicamente quedan tres investigadores en activo.

Este comienzo de Solaris es, para mí, tan legendario como aquel Crucero Imperial barriendo la pantalla del cine al principio de la primera película que pudimos ver de La Guerra de las Galaxias; todos sabíamos que estábamos ante algo que marcaría una época, un antes y un después en la ciencia-ficción. Como con el monstruo de Alien y sus fases de reproducción, siempre habrá un antes y un después de estas dos películas que marcarán para siempre el género. Sucede lo mismo con Solaris: la literatura de ciencia-ficción ya nunca será lo mismo tras la visita de Lem a su planeta.

Stanisław Lem, autor de Solaris.

Marcar un hito canónico que cambiará el planteamiento de todo un género es algo reservado, exclusivamente, a los genios. En literatura es algo especialmente complejo. Por ello, Solaris siempre estará de moda y el lector que se aproxime por vez primera al libro accederá a una dimensión revolucionaria de los hasta entonces ya fosilizados planteamientos de la novela espacial.

Ante una serie de extraños sucesos que estaban experimentando, Gibarian, amigo y mentor de Kelvin, solicitó que enviaran urgentemente al psicólogo alegando la necesidad de realizar una evaluación a los miembros de la estación. Nada más llegar, Kelvin descubre que Gibarian se ha suicidado y los otros dos miembros de la tripulación, el cosmonauta Snaut y el astrofísico Sartorius, desarrollan un comportamiento desquiciado. Entonces, se desplegará toda una serie de fenomenología incomprensible fundamentada en las apariciones de entes con forma humana junto a otras escenas surrealistas de corte absurdo e incluso kafkiano; y lo más inquietante es que algunas de estas personas se encuentran muertas desde hace tiempo…

Solaris fue publicada en Varsovia en 1961, pero uno no puede sustraerse al recuerdo, y al impacto, de otros seres parecidos que aparecen en la mas que notable La invención de Morel (Cátedra) del argentino Bioy Casares, que pergeñó su obra maestra en 1940, y allí también se plantea la incapacidad de la comunicación y del contacto con los demás (sean o no extraterrestres).

Por su parte, Lem ya había desarrollado todo un universo kafkiano implementado en el absurdo y en la fábula futurista y burocrática en su delirante Memorias encontradas en una bañera (Bruguera) publicada en Cracovia el mismo año de edición de Solaris.

Entre las personas que se aparecen en la Estación se encuentra Harey, la esposa fallecida de Kelvin. Aquí comienza lo inquietante, y la manera en que la mujer, emanación o producto de la conciencia planetaria, va tomando realidad. A lo largo de la novela se establece una relación entre la proyección de Harey y el psicólogo, que incluso le ocultará su condición de no-humana al tiempo que realizará experimentos con ella para tratar de averiguar su origen como una llave para poder interpretar los propósitos del planeta.

El problema que se le plantea a Kelvin oscila entre dos polos: los remordimientos al reencontrarse con su mujer, que se suicidó con una sobredosis de pastillas por su culpa, y el enamoramiento que experimenta aún a sabiendas de que Harey no existe, que está muerta, y que aquello que parece ser ella no es más que una criatura extraterrestre. Kelvin entabla una batalla con sus recuerdos, con su propia mente, dado que la mujer parece haber sido emanada por el planeta a partir de sus propios sueños y recuerdos. Es decir, Solaris rastrea en las mentes humanas para reproducir lo más íntimo con la idea de establecer, así, una comunicación.

Lem da un giro de tuerca monumental al género: el alienígena no es un ser verde con antenas y provisto de una pistola láser vaporizadora. Sin embargo, esto que muy bien podría denominarse romance espacial tan solo posee un peso marginal en el libro, porque toda la narración busca ubicarse en la descripción del planeta y en los esfuerzos llevados a cabo para su interpretación. Esta ingente cantidad de estudios cosechados a lo largo del tiempo por científicos de variada índole se aglutina bajo el término solarística.

En numerosas ocasiones, Lem mostró su desacuerdo con las adaptaciones cinematográficas de la novela. En primer lugar porque Solaris solo puede crecer y expandirse en nuestra imaginación. No hay efectos especiales ni recursos técnicos capaces de reproducir en toda su magnitud la idea que nos hacemos del planeta a través de la lectura. Sim embargo, aún le desagradaba más al autor la circunstancia de que el director Andrei Tarkovsky en el año 1972, y después Steven Soderbergh en 2002, se centraran en la relación amorosa de Kelvin con Harey porque Solaris no es una novela de amor. No nos engañemos, la sección central, crucial y principal de la novela, es aquella que nos habla de la solarística, algo imposible de llevar a la gran pantalla de una forma satisfactoria. Lo sencillo era abordar Solaris por el tema amoroso.

De forma que la solarística, todo su concepto y desarrollo, son el meollo y uno de los grandes aciertos de la novela de Lem. Los trabajos llevados a cabo por los exégetas del planeta han generado un mastodóntico volumen bibliográfico. Además, esta disciplina se ha mezclado con el cuerpo de libro hasta alcanzar un estatus metaliterario. Tal y como expone Jesús Palacios en su brillante introducción al libro de Impedimenta, la solarística:

existe, pero no es exactamente la ciencia –casi arte– de interpretar la actividad del planeta Solaris e intentar contactar con él, sino el arte –casi ciencia– de interpretar la novela Solaris, y satisfacer así nuestra inquietud devoradora”.

Escribir sobre Solaris, la obra, incluso este artículo crítico, ya es hacer solarística. Porque la ciencia ficticia ha trascendido hasta el punto de abandonar la ficción para convertirse en real, construyéndose un corpus igualmente enorme de tratados e investigaciones filológicas, psicológicas y filosóficas que buscan entender en toda su totalidad el contenido de la novela. Y eso es imposible. Porque lo que alberga en su interior el libro es tan inalcanzable como inaprensible. Al menos uno tiene la impresión, cuando escribe sobre Solaris, de que está hablando de algo realmente grande. Siguiendo con el prólogo de Jesús Palacios:

“Caso único en la historia de la literatura, al menos eso creo, el libro Solaris de Stanisław Lem se ha hecho uno y lo mismo con su principal protagonista, el planeta Solaris, hasta el punto de que descifrar el primero sería, quizás, descubrir la clave del segundo. Y a la inversa”.

En la ficción, la solarística nació y creció como un cuerpo de indagaciones científicas acerca del paneta. Se buscaba entender su composición, su comportamiento, los motivos de las extrañas figuras que su materia mucosa crea en la superficie, categorizadas en una serie de términos que intentan definirlas geométricamente. Así, el magma fluctúa componiendo estructuras (más de trescientas formas catalogadas) que, a su vez, pueden ser luengones, mimoides (abortivos y maduros), estreptos, raudos, simetriadas o asimetriadas, arbomontes, hongotes…, siempre siguiendo la magnífica traducción del texto publicado por Impedimenta, llevada a cabo por Joanna Orzechowska.

Dos ejemplos de simetriadas:

En estas clasificaciones radica un crítica de Lem al afán totalizador de la ciencia. Resulta casi jocoso que se haya desarrollado una taxonomía propia del planeta, como si pudiera relacionarse con un árbol genealógico junto a otros planetas, cuando Solaris es único en la galaxia. Se ha determinado que Solaris es Tipo: Polyhteria; Orden: Syncytialia; Clase: Metamorpha. Como si un ficus, o un guisante, o una planta de aloe se tratara.

Y aquí se plantea el problema metafísico de Solaris y esa imposibilidad de establecer contacto con civilizaciones alienígenas. La naturaleza humana no puede escapar de establecer analogías antropomórficas para tratar de comprender lo extraterrestre. Desde el mismo planeta, cuya referencia más próxima sería la de un cerebro, hasta cualquier forma de vida que nos sea ajena; de inmediato las revestimos con una idea conocida y cómoda: humanoide.

El análisis de las figuras que nacen en la superficie de Solaris se ajusta a cánones terráqueos relacionados con nuestra naturaleza (los mimoides: una mariposa) o con la arquitectura y la geometría (las simetriadas, por ejemplo). El problema radica en la estrechez de miras de nuestra imaginación, de nuestra ciencia, que debe ser objetiva, mientras que si nos dejamos llevar por la intuición para establecer un contacto caeríamos en lo subjetivo, algo prohibido en todo estudio científico. Lo científico puede resultar quebradizo a la hora de abordar civilizaciones extraterrestres.

Establecer un contacto resulta, así, imposible. Jamás podremos comprender desde esa perspectiva otras formas de vida alienígena. Una ciencia que busca encontrar el reflejo de lo humano en aquello que no es humano no es una ciencia, es una actividad condicionada por lo subjetivo de los investigadores. Un uniforme mental que nos es imposible abandonar. La ciencia no busca comprender el exterior que nos rodea sino nuestro propio interior. Así, se limita y pierde sus posibilidades redentoras.

Mariposa del género mimoide.

Solaris es, además, una llave, ganzúa, que nos permite abrir multitud de cerraduras. Como novela infinita que se alimenta a sí misma permite una plétora de reinterpretaciones. Hay una corriente paralela entre la ciencia solarística y la religión, entre la propia configuración del planeta y la figura de Dios, sin olvidarnos de los conflictos morales, éticos y filosóficos, que propone.

Además, en Solaris encontramos una reflexión sobre la existencia y el sueño, sobre la reproducción mecánica y la cuestión del alma, de aquello que nos hace humanos y los motivos por los cuales Harey no lo es ni lo será unca, aunque pueda despertar sentimientos amorosos en Kelvin. Y de ahí, una preocupación sobre el significado del recuerdo, incluso del duelo, y de vivir eternamente anclados en el pasado.

Y por si eso fuera poco, también se plantea la posibilidad de algo tan candente en la actualidad como la existencia de una conciencia global y también el control de masas por parte de un estado totalitario, el estalinismo, por ejemplo, entendido como un control mental de los súbditos. Y esto es solo una pequeña parte de todo aquello que podemos encontrar en Solaris, sin duda la obra de un genio.

Impedimenta no solo ha publicado Solaris en su primera traducción directa del polaco, como ya dije más arriba, y va por su décima edición, sino que está llevando un trabajo de recuperación de la obra de Lem en algo que podríamos denominar una pequeña biblioteca del polaco en el seno del atractivo catálogo de la editorial: El hospital de la transfiguración, Vacío perfecto, La investigación, Golem XIV, Máscara y recientemente Astronautas y Provocación.

En cualquier caso, leer a Lem es una experiencia inigualable. Sus obras no tratan meramente del universo y de los viajes interestelares, es mucho mas que eso: una profunda reflexión sobre el ser humano, sobre los miedos que lo acechan y sobre su propia condición. Y por encima de todo se encuentra Solaris, un monumento a la literatura moderna.

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