10 años de resistencia contra la Ley Mordaza: voces que desafían la censura
Si llego al Gobierno, las dos primeras leyes que impulsaré serán la derogación de la Ley Mordaza y una ley de vivienda que garantice el derecho a techo en España.
Pedro Sánchez – 9 de abril de 2018

Acto de protesta frente a los juzgados de Plaza de Castilla por la citación a declarar a Darío Adanti el 13 de noviembre de 2023. © Amnistía Internacional
No fue un movimiento único ni centralizado. Al contrario: han sido docenas de organizaciones, plataformas, artistas, juristas y activistas quienes, a lo largo de los años, han hecho de esta ley un blanco de denuncia constante. No Somos Delito —una red que logró agrupar a más de 100 colectivos— fue uno de los espacios más visibles, pero no el único. Hubo campañas, manifestaciones, intervenciones artísticas, litigios internacionales. Una guerra de largo aliento, sin épica, pero con resultados.
Uno de esos resultados, quizá el más importante, fue despojar a la ley de cualquier apariencia de neutralidad. El simple hecho de que la mayoría de la ciudadanía la conozca por su apodo —“mordaza”— y no por su nombre técnico ya es un triunfo discursivo. No hay metáfora más eficaz para describir una norma que castiga la protesta pacífica, penaliza la grabación de agentes públicos y traslada el castigo sin juicio previo al ámbito administrativo, reduciendo la capacidad de defensa.

Acto frente al Congreso con el Santo Chumino Rebelde del colectivo Libre Expresión feminista el 30 de junio de 2021. © Amnistía Internacional
Otra conquista menos visible ha sido la persistencia del tema en el debate político. En un contexto marcado por la inmediatez y la sobreinformación, que una ley aprobada hace una década siga siendo objeto de presión parlamentaria es un mérito político y comunicativo nada menor.
También ha habido un trabajo de fondo: reivindicar la protesta como un derecho y no como una amenaza, y recordar que muchas de las libertades que hoy se disfrutan fueron conquistadas precisamente gracias a quienes ocuparon la calle, alzaron la voz o se negaron a obedecer.
Es cierto que la ley sigue intacta en lo esencial. Pero su capacidad para disciplinar está erosionada. El miedo ha perdido terreno frente a la organización colectiva, la creatividad política y la conciencia democrática. Y aunque eso no es suficiente, tampoco es poco.

