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361º Grados destaca por exponer que en el interior de un artista de circo (o de cualquier otra disciplina perteneciente a las llamadas “artes vivas”) habita una persona que se “balancea” entre recuerdos que le vienen y se les va, sentimientos que le “visitan”, o ideas que le enriquecen su forma de enfrentarse al presente. Todo ello en contraste con esa imagen del malabarista (por decir un ejemplo) que se muestra concentrado e imperturbable, a la espera de que las cosas le salgan igual a la mejor de las versiones de sus ensayos.

 

Por tanto, esta obra me sorprendió, porque a pesar de que fui testigo del amplio repertorio que tiene Clara Reina a partir de su dominio del hula hoop, el caso es que ello se convirtió en el terreno que transitaba mientras su personaje lidiaba con su condición humana. Esto es: en escena había una persona que no había manera de descifrar con exactitud lo que le estaba pasando mientras llevaba a cabo su número, y dada su espontaneidad y trasparencia uno no podía dejar de mantenerse a la expectativa de lo que fuera a pasar a continuación. Y encima, había enlaces de escena a escena que a veces eran abruptos, extraños, divertidos y otros muy elegantes.

A dónde quiero llegar con esto, es que la dirección de Ana Donoso Mora consiguió ligar y equilibrar momentos que, aparentemente, conducirían al colapso, e incluso a la locura, con la representación de un montaje fresco y un tanto inquietante. En que se da lugar a hacer un análisis pormenorizado de la psicología y el marco que hizo posible a dicho personaje, o bien limitarse al goce del virtuosismo y el rigor de esta profesional andaluza para con su especialidad. Puesto que durante su representación existe una tensión entre la exhibición de las habilidades con el hula hoop de Clara Reina, con el hecho de que el personaje de la obra se quedará meditativo e inquieto hasta, probablemente, el último de sus días ¿Qué más se necesita para comprender que una obra dirigida a la infancia y a la juventud nos remite tanto al drama humano como las destinadas a los “adultos”?

 

Foto: Gaby Merz

 

Lo cual propicia a afirmar que 361º Grados posee dentro de sí tantas capas que no bastaría con verla un par de veces para sacarle el máximo provecho. Asimismo, ello responde a algo que muchas creaciones dirigidas a la infancia y a la juventud no alcanzan, que es que todos los espectadores puedan disfrutar de lo mismo desde sus respectivas posibilidades. De tal forma, que esa relación basada en desconocimiento, que ha hecho que las misma sean percibidas (antes incluso de ser vistas) como algo ridículo, simplón e insípido. En esta línea, considero que las personas que escribimos sobre artes escénicas deberíamos preocuparnos más en conocer y visibilizar a las obras dirigidas a la infancia y a la juventud, porque no vaya a que transmitamos y nos creamos el mensaje de que todo lo que es para un público adulto es de mejor calidad artística y contiene una mayor “profundidad” en sus contenidos.

Además, las integrantes de Cía. Proyecto Tránsito se ha responsabilizado en ofrecer, a nosotros los espectadores, imágenes tan hermosas y a la vez bizarras, que parecía que la imaginación de estas profesionales no tenía fin. Todas ellas, a raíz de combinar lo emocional/humano con un montón de hula hoops puestos al servicio de un trabajo que dibujaba en el espacio figuras psicodélicas y elementales. Hasta el punto, de que si uno se entregaba a lo meramente estético, se encontraba con que la tiza con la que untaron los hula hoops, proyectaba por todas las dependencias del Teatro Alameda “rayos” de colores que nos recordaba que en una pieza escénica debe convivir lo alegórico y la sugerencia con lo trágico.

 

Foto: Gaby Merz

 

En paralelo, el personaje de 361º Grados me resultaba un ser de lo más encantador y tierno, sin que me dejase de infundir respeto. Y creo que es por allí donde está horizonte al que hemos de apuntar en cuanto nos dedicamos a perfilar un personaje de una obra que se apoya en lo extra cotidiano, con el fin de constituir una dimensión en la que lo que coincide con nuestra realidad, es por un efecto espejo. Así, la llamada “libertad creativa” estará focalizada en fundamentar todas y cada una de las cosas que operan en escena, no en un “lo que me sale”, o en el peor de los casos, un capricho.

En definitiva, ha sido un absoluto placer presenciar 361º Grados, ya que además de haberme sacado del teatro con una sonrisa por lo gustosa que es verla, me dejó con ganas de charlar con ese enigmático individuo que protagonizó una obra que supo trascender, acertadamente, una pieza de circo. A saber, qué de lejos llegará esta obra a lo largo de su gira que ya ha recorrido diversos escenarios españoles.

 

 

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