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Highlands es una pieza que emplaza a cada uno de los espectadores a escoger desde qué lugar percibirla. Propiciando tantas lecturas, que cabe que alguna persona tome un turno de palabra, y diga: “No tiene ningún sentido, y encima nos quisieron impresionar con el virtuosismo de sus intérpretes, y sus ostentosos medios”. En contraposición, habrá quien haya ido al teatro con la predisposición de que le va a gustar, porque ha disfrutado de los magníficos trabajos de esta compañía catalana que le precedieron.

Así, Highlands es una pieza capaz de desencadenar en cada uno de sus espectadores, una cantidad innumerable de pensamientos y emociones. En tanto y cuanto, que no hay un sólo “sendero” por el cual transitarla, hasta el punto de que ciertas imágenes o frases podrían pasar por desapercibidas, si uno se dirige hacia una dirección u otra.

Lo anterior, responde a que identifiqué que si no tomaba una decisión me podría desbordar, y de ningún modo estaba dispuesto a no disfrutar todo lo que me estaban ofreciendo con tanta generosidad y entrega,  los que integran a Mal Pelo. En el sentido de que Highlands nos muestra que asistir a un teatro a ver un trabajo muy elaborado y denso (como es el caso), precisa que nosotros los espectadores, demos de nuestra parte para que su adecuado recibimiento de este acto comunicativo (como lo que es una obra de artes escénicas), se consuma por completo. Desde luego, todos nosotros en tanto seres humanos, tenemos nuestras “heridas”, nuestras “obsesiones”, y demás cosas por el estilo, que nos hacen relacionar de un modo u otro, lo que vemos sobre un escenario dentro de nuestro imaginario personal. Y justo esto, lo han asumido hasta las últimas consecuencia estos profesionales.

MAL PELO / Highlands. Foto ©Tristán Pérez-Martín

MAL PELO / Highlands. Foto ©Tristán Pérez-Martín

 

Este tipo de trabajos son los que nos ayudan a madurar y a ser más versados, como espectadores de artes escénicas. Siendo que estamos en un contexto en el que a quien se siente condicionado, a no crear literalmente lo que desea, porque no vaya a ser que no sea de interés para los programadores, en la medida de que aunque los profesionales en cuestión “vayan por taquilla”, el teatro no encuentre las garantías suficientes para “correr el riesgo” de escoger esta pieza por encima de otras que han entrado a concurso (que quede por delante, que  ello merece mi respeto, por más que genere ciertas contradicciones en el desarrollo de las arte escénicas de un país). Quizás haya quien señale que Mal Pelo se lo puede permitir, dada su amplia y exitosa trayectoria. Y no es que no tengan razón… Sin embargo, se ha de subrayar el hecho de que ellos han sido responsables con su condición  no bajando la calidad de sus trabajos, y muchos menos, hayan perdido incentivos para seguir ahondando en sus investigaciones escénicas. O dicho de otra manera: ellos tratan a los espectadores con respeto, mientras hacen un acto de amor a la profesión que ejercen.

Hemos de poner en valor que haya piezas que se nos “escapan” una buena parte de sus contenidos, empezando porque los profesionales no nos deben nada a nosotros los espectadores; como también, porque no habría un acto comunicativo lo suficientemente enriquecedor, si lo que estamos dispuestos a recibir nos es demasiado familiar, o peor aún, si lo tratamos como un “objeto de consumo”. Sé que la realidad en la que estamos hoy en día nos complica distinguir o practicar semejantes cosas, pero no con ello hemos de acogernos a pretextos que desvirtúen la razón de ser de las artes escénicas. Ahora bien, Highlands es un trabajo que no exige que estemos atentos en cada una de sus escenas, dado que su estructura no es narrativa ni lineal; asimismo, sus transiciones responden a algo de tipo formal.

MAL PELO / Highlands. Foto ©Tristán Pérez-Martín

MAL PELO / Highlands. Foto ©Tristán Pérez-Martín

 

De esta manera, Highlands dispone de numerosas bifurcaciones a las cuales se proyecta, como si la misma nos permitiese dejar de ver una obra, y empezar a ver otra. Es que esta pieza es tan potente, que le da lugar a sus espectadores a constituir algo en sus respectivos foros internos, sobre lo que está aparentemente definido por sus creadores. En ello reside, entre otras cosas, la credibilidad que otorga el que todo haya sido llevado a cabo con minuciosidad y mimo, sin que ello les privase de vez en cuando, de dar riendas sueltas a que su bizarro sentido del humor ocupase su merecido espacio.

Piénsese que si uno se toma realmente en serio  una investigación escénica, es cuestión de tiempo, para que nuestra creatividad se “divierta” proponiéndonos cosas que quizás en otros ámbitos, no se nos hubiesen ocurrido, o incluso, hubieran hecho de las veces de un “capricho”. En el caso de Highlands los integrantes de Mal Pelo, fueron configurando un ambiente en el que parecía que todo era posible e impredecible, he allí su magnetismo y el por qué a muchos de sus espectadores, sus noventa minutos no se les hizo largos de ninguna manera. Lo digo más que nada, por el cómo fueron integrando los espectaculares solos y coreografías corales que nos representaron sus intérpretes con ligereza, elegancia, rigor técnico…, en fin, cosas de las cuales nos tienen ellos acostumbrados.

En definitiva, Highlands supo trascender las expectativas de las personas que ya conocíamos parte de su repertorio. Con el aliciente, de que esta vez llevaron mucho más lejos el poner en diálogo la danza, la música en directo (incluyendo el monumental trabajo de voz), y la puesta en escena. Haciendo que la misma sea un ejemplo de que esta compañía, nos puede dejar fascinados con exquisitos trabajos, a pesar de que se decanten por algo de gran formato. No me queda más que preguntar, si Mal Pelo tiene límites por superar.

 

 

 

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