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Por Diego E. Barros

Michael Corleone abrazando a su novia Kay en una escena de El Padrino

En una de las escenas más memorables de El Padrino Michael Corleone le confiesa a su todavía novia Kay que va a trabajar para su padre. Kay, arrebatadoramente inocente ante lo que se le viene encima, le dice a Michael: «Pero tú no eres como él, Michael. Pensaba que no te convertirías en un hombre como él. Es lo que me dijiste». El más joven de los hijos del Don, en un alarde de racionalidad como pocas veces hemos visto en una pantalla le responde: «Mi padre no es diferente a cualquier otro hombre poderoso, cualquiera con responsabilidad sobre otra gente, como un senador o un presidente». Tras escuchar cómo su prometida le llama naif pues senadores y presidentes no matan gente, Michael no puede sino suspirar y contestar: «Oh, quién está siendo naif, Kay».

El manual de instrucciones que ofrece la trilogía de Coppola es tan certero que da miedo. El mayor acto de amor de nuestros padres ha consistido en decirnos desde niños que lo de las películas es mentira. El mundo real es mucho peor claro, pero quién quiere joderle la vida a un niño.

Las grandes decisiones deberían ser siempre comunicadas así, en la intimidad de un paseo por el parque una apacible tarde de otoño. Yo lo intenté cuando les dije a mis amigos que me iba a casar y pasó lo que tenía que pasar, uno de ellos salió disparado a encargar dos botellas de champán. El gesto tuvo una extraña lógica pues eran las siete de la tarde, llevábamos desde las once de fiesta y a nadie nos gustaba el champán. No hemos vuelto a aquel bar. También quise ser Padrino desde que escuché a Brando pronunciar aquello de que le haremos una oferta que no podrá rechazar. Y tampoco. La vida me ha devuelto un ahijado, que no es poco.

Dicen los entendidos que la trilogía de El Padrino es un compendio sobre el poder a todos los niveles. Si algo hemos aprendido de esta estafa que llaman crisis es la inseparable ligazón entre poderes cualquiera que sea su naturaleza. Se lo dijo Don Corleone a un senador que acababa de insultarlo para después pedirle 250.000 dólares: «Senador, ambos somos parte de la misma hipocresía». En la tercera parte de la trilogía, Luchessi le explica a Vincent que «las finanzas son un arma y la política es el arte de saber cuándo disparar de esa arma». Bien lo sabía el heredero que interpretaba Paccino, que aborrecía a los matones y prefería estar rodeado de abogados rápidos de gatillo.

En el mundo real eso lo sabe hasta alguien tan obtusa como la señora Cospedal, capaz de marear la justicia hasta mantener que esta no debería basarse en reglas jurídicas sino en las “del pensar”. En concreto, las suyas. Para desafiar las leyes de la lógica basta una legión de abogados, un bolsillo con el que sortear las nuevas tasas judiciales y un mafioso de tres al cuarto muy lejos del encarnado por Brando.

En cuanto a la violencia, lo hemos visto esta semana en un barrio burgalés. Todas las familias de la Nostra Cosa se han puesto de acuerdo para lanzar el mismo mensaje: respetamos a los que se manifiestan de forma educada y sin molestar. Les faltó: pero solo les hacemos caso cuando otros queman contenedores. Esos otros son los «violentos» y ya sabemos que violencia no, hasta que sí.

 @diegoebarros

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