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Por Angela Rodríguez de Afribuku

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Return to Gorée, el camino de vuelta de Youssou N´dour

El mes de febrero es cada año en Estados Unidos el Black History Month, el mes de la Historia Negra, evolución actual de la embrionaria “Negro History Week” que nació en el año 1926 impulsada por el estudioso blanco Carter G.Woodson. Nótese la diferencia de percepciones entre el uno y la otra: el término inglés “negro”, de peyorativas connotaciones, ubicaba sin disimulos a los conmemorados en un escalón inferior. El Mes de la Historia Negra se rodea de multitud de manifestaciones culturales; la más visible es el Panafrican Film Festival de los Ángeles que se clausuró el pasado 18 de febrero y que acoge anualmente películas de África y el Caribe, además de nacionales.

Este febrero de 2013 viene también precedido de dos superproducciones cinematográficas que han hecho ya correr ríos de tinta. Django y Lincoln. Dos nombres propios, dos directores –blancos…- y dos estilos. Para Steven Spielberg, enfrentarse con el capítulo esclavista de su país no es una experiencia nueva, pues ya su largometraje Amistad había abordado el asunto, siendo además sujeto de críticas debido a graves confusiones históricas. A pesar de ello, Spielberg parece no haber aprendido mucho de los errores y su presidente abolicionista puede llegar a arrancar alguna que otra sonrisa, por aquello de sus motivaciones puramente éticas. Tarantino ha declarado, por su parte, que con Django ha querido “regalar” a sus compatriotas negros un héroe moderno.

Pero más allá de polémicas, el caso es que Hollywood ya se ha hecho eco de la temática en ocasiones anteriores. En La esclava libre, de 1957, la blanquísima Ivonne de Carlo interpreta a una mulata que, tras ver revelada su ascendencia mixta, perderá su libertad. Pero el esclavo negro más famoso de todos los tiempos es seguramente Kunta Kinte, protagonista africano de la clásica serie Raíces que, según testigos presenciales me narraron, provocó en su momento entre la población africana una gran conmoción por la brutalidad con la que el personaje es tratado. Al parecer, llegaron incluso a producirse casos esporádicos de violencia contra blancos en Costa de Marfil. No era ésa exactamente la motivación del autor de la obra en la que se basa la serie, el afroamericano Alex Haley. El joven escritor, que tuvo problemas de autoría y fue denunciado por plagiar parte de la novela The African, fue un activista por los derechos civiles de la población negra y siempre afirmó que Raíces era el producto de una intensa investigación sobre su propia genealogía.

No era un caso aislado de búsqueda de los orígenes. Y es que la comunidad negra de Estados Unidos ya se encargó durante el s. XX, mucho antes de Django, de darse a sí misma “héroes”. El propio Alex Haley, el escritor negro americano más vendido hasta el momento, escribió la Autobiografía de Malcom X y llegó a entrevistar a grandes leyendas como Marthin Luther King Jr. o Muhammed Ali, todos personajes con un carisma aplastante y comprometidos con las causas sociales de su colectividad.

Relegados a un segundo plano, ocupantes siempre de las clases menos favorecidas, impedidos de sus derechos por el “apartheid” de su país, los negros estadounidenses llevaron a cabo en el siglo pasado la tarea de afianzar su identidad de grupo. Y esto debía hacerse reconstruyendo la historia y procedencia propias. Es un fenómeno común y casi obligado que ocurre en toda sociedad, independientemente de su tamaño: los grupos necesitan unos himnos, unas banderas y unos héroes de guerra; una historia fundacional y una simbología, al fin y al cabo. En el caso de los afroamericanos el fenómeno va estrechamente ligado con el mito de la cuna africana.  Todos los movimientos de los que Ali, Luther King y otras muchas figuras eran representantes vuelven la mirada sistemáticamente hacia el continente, aunque casi siempre rodeándolo de una atmósfera de fábula.

El Black Power, reivindicativo de la autonomía negra y matriz de otras corrientes, incluye dentro de su ideología el estudio de la herencia cultural africana. El movimiento político de los Black Panthers toma como punto de partida el que llama Holocausto Negro y se impregna de la idea de una vida tradicional africana como modelo. En 2005 se estrenaba por cierto un documental, poco conocido, que muestra la vida en el exilio en Tanzania de un antiguo militante Black Panther: A Panther in Africa. Después de 32 años, Pete O´neil, es su nombre, habla de manera fluida la lengua local y, sin embargo, declara no poder soportar la malaria que contrae de una a tres veces al año. Tanzania no es del todo su casa…

Pero la influencia de corrientes no es unidireccional: al contrario de lo que algunos puedan pensar, el movimiento panafricanista nació en el Caribe y desde Estados Unidos viajó hasta África, donde influyó a personalidades como el presidente ghanés Nkrumah y su partido, a la sudafricana Miriam Makeba o al músico nigeriano Fela Kuti. Es lo que ocurre con el más reciente Afropolitanismo, del que os hablaremos más adelante en Afribuku.

En el año 1974, en plena expansión de la televisión a color, se produjo un evento que nutrió cintas y cintas de grabaciones para la posteridad: el Rumble in the Jungle, el “Rugido en la Jungla”, es el nombre del famoso combate de boxeo promovido por Don King y que enfrentaría aMuhammed Ali contra George Foreman en el antiguo Zaire. A la jungla de Kinshasa –probablemente los afroamericanos no sabían aún que la capital estaba minada de edificios y carreteras- se desplazó toda una delegación de músicos famosos para animar el acontecimiento: James BrownBB King o the Spinners, entre otros.  (Desde luego, los músicos norteamericanos negros del siglo pasado también se impregnaron en masa de las influencias folklóricas africanas y dieron a luz numerosos géneros musicales que hoy son imprescindibles; pero eso es otra larga historia…)

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Escena de Raíces, serie basada en la obra del escritor Alex Haley

En el archiconocido documental When we were kings del director Leon Gast, ganador de un oscar, se nos muestran escenas del backstage del acontecimiento y en las bocas de todas estas estrellas de la música afroamericana se escucha una misma expresión: “estamos en casa”. En África, la madre tierra. Qué bien se sienten. Es un retrato extraño: una pandilla de americanos estrafalarios, riendo y hablando muy alto, todos a la vez, como una clase de adolescentes en la excursión de fin de curso en la que, a la fiesta, se mezclan discursos profundos propios de la edad en la que nos planteamos constantemente las grandes cuestiones de la humanidad (…)

Hay una escena especialmente reveladora: los periodistas que habían estado allí hacen una retropectiva y hablan de la personalidad de Don King, de su simpatía y poder de cautivar a la gente. Simultáneamente, la pantalla muestra al promotor recibiendo a uno de los ministros del presidente Mobutu mientras ríe ruidosamente y se dirige a todos con un estilo propio de un “talk show” americano. A cualquiera que haya pasado un tiempo en África no dejará de chocarle el desfase. Me pregunto qué pasaría por la cabeza de aquel ministro africano, tan acostumbrado a otros modales. Porque, más allá de las intenciones, la verdad es que los afroamericanos del documental tenían poco o nada en común con los congoleses que daban la bienvenida con los brazos abiertos a sus hermanos americanos triunfadores.

Se trata aquí, una vez más, de la confusión de la raza con la cultura. Una consecuencia de ese intento, tan legítimo, de reconstrucción de la identidad del grupo. Y una incoherencia más de aquel viaje lleno de buena voluntad. Como el hecho de que el gran Muhammed Ali, convertido en símbolo de la lucha por los derechos sociales, no fuera consciente de estar haciendo propaganda para Mobutu Sese Seko, uno de los dictadores más despiadados de la Historia moderna. En la película Marley del pasado año, curiosamente, también se muestra una situación similar, cuando Bob Marley y sus músicos aterrizan “en casa”, en el poco democrático Gabón dirigido por Omar Bongo.

África a su vez sigue hoy celebrando las figuras de Marley y de Ali como defensores de su causa. El color de la piel ha creado un fuerte lazo de solidaridad, platónica me atrevo a decir, de un lado y otro del Atlántico.  Occidente también cae en la trampa y confunde sistemáticamente los dos mundos -incluyendo América Latina- en el aspecto cultural, haciendo una extraña amalgama, y es demasiado común encontrar en medios especializados una continuidad de contenidos que presentan noticias y personajes de los dos continentes sin establecer diferencias claras. El mundo blanco, como siempre, se deja aturdir por el exotismo de lo desconocido. La gran separación entre Norteamérica y África subsahariana ha quedado más que probada y los casos de interacción a gran escala han resultado, la mayoría de las veces, en choque. En Estados unidos, los inmigrantes de origen africano viven con frecuencia escenas de intolerancia por parte de sus “hermanos de piel”. Pero no es sólo algo reciente: el experimento de la fundación de Liberia, primer país africano que obtuvo su independencia en 1847, es un perfecto ejemplo. Los colonos norteamericanos eran antiguos esclavos liberados que, al volver a la tierra de origen, no llegaron a mezclarse con la población local e incluso importaron la práctica esclavista al nuevo país. Quedaba de manifiesto el abismo que existía ya entonces entre unos y otros.

En el año 2007, la película Retour à Gorée, “Vuelta a Gorea, nos presenta a un africano que realiza el viaje inverso. El cantante y ahora ministro de turismo de Senegal, Youssou N´dour, traza la ruta de los esclavos para seguir la pista al nacimiento del jazz. A su vuelta le acompañarán músicos del otro rincón y juntos nos adentrarán en el proceso de creación de un álbum. El título de esta road movie hace referencia a la famosa isla desde la que embarcaban los esclavos para la travesía transatlántica. Músicos afroamericanos se dan cita en este trágico punto de partida de sus antepasados y es especialmente emotivo el gospel que entonan en la llamada “Puerta de no retorno”, que da al inmenso mar.

Sentimientos profundos, obligados. A pesar de ello, como el mismo Muhammed Ali declaraba en When we were kings, “los negros americanos se han vuelto blancos”. O quizás, más bien, simplemente ya no son africanos. Y la distancia que los separa de África se ha alargado tanto que eso de “volver a Gorea”  puede que sea sólo cosa de cine…

«Afribuku es un blog que pretende ofrecer otra visión más real de África a través de la cultura. Tan sólo 14 kilómetros separan sus costas de Europa. Por supuesto que existen hambrunas, guerras, enfermedades y violencia, pero no dejan de ser cuestiones insignificantes en relación al progreso, la riqueza, la diversidad y el cambio que está experimentando África en los últimos años. Si quieres descubrir más historias visita www.afribuku.com

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