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Por Diego E. Barros

Un joven después de la fiesta de San Fermín | Foto: La Información

Fue la desaparecida Karina Falagan quien allá en los ochenta y a la salida de un mitin dijo de Manuel Fraga: “un hombre que folla bien no puede ser mal político”. Algo sabía la Falagan que además de ser aventurera mayor del reino y emprendedora en el oficio más antiguo del mundo fue durante décadas musa del PP gallego. De Don Manuel, como siempre hemos llamado al también conocido como León de Vilalba y a la sazón presidente eterno de la Xunta, sólo podemos recordar hoy dos cosas. Que contra Fraga vivíamos mejor; y que fue él el inventor de la que todavía hoy sigue siendo la única y universal marca España: “Spain is different”. No se sabe si fue su lema el que propició la apertura del tardofranquismo pero lo que sí hizo fue colocar a España en el mapa de destinos internacionales, y desde entonces ahí seguimos. Si Unamuno dejó claro a principios del pasado siglo que lo de inventar era cosa de ellos, en España nos hemos pasado desde entonces dándole de comer, beber y bailar a todo guiri que se dejara caer por la piel de toro. Y había que hacerlo bien porque nosotros vivíamos de su satisfacción y de que ésta marchara con él a su país de origen en espera de que el año que viene volviera a por más. Acompañado si era posible.

Hemos sido los españoles un pueblo con la desgracia de ser pintorescos, tal y como dice el personaje principal de la última novela de Antonio Muñoz Molina. Y en el pecado va la penitencia. Ese pintoresquismo conquistó sobre todo a escritores americanos. Desde Washington Irving a Ernest Hemingway, para quien todo buen español no lo era si no mataba un toro antes de la cena. Fue Papá precisamente quien puso a España en el mapa de la mano de Fiesta (un título que se lo dimos nosotros, por cierto) y de paso hizo de los Sanfermines la celebración más internacional del mundo.

No es de extrañar que después de tantos esfuerzos sea la fiesta en todas y cada una de sus acepciones la única marca España que sigue en pie hoy en día. Yo, que por suerte o por desgracia vivo fuera, sé de lo que hablo. Tire del primer extranjero que tenga a mano y haga la prueba: dígale “España” y pídale que asocie palabras; en un alto porcentaje de los casos serán la que da título a este texto, “cerveza”, “sol”, “playa”, “toros” y “paella”. Si el tipo lee periódicos es posible que ahora suelte “crisis” y “corrupción”. El pabellón lo estamos dejando así de alto.

No deja de sorprender sin embargo que arrecie en las últimas semanas la otra gran característica hispana que hace competencia al pintoresquismo: cortarnos las venas cada cinco minutos cada vez que descubrimos que la abuela fuma. Observo con desconcierto la polémica en torno a la gran bacanal en la que dicen se ha convertido la fiesta pamplonica. Dejando a un lado a los cabestros que se comportan como si nunca hubieran visto una hembra, sólo puedo pensar en si alguna vez San Fermín fue otra cosa. En sentido semejante, nuestro TDT Party lleva unos días con el foco puesto en la diversión de los extranjeros en algunas zonas del levante español, de los que dicen que no hacen otra cosa que ir a emborracharse y curar la resaca al sol, cuando no cosas peores. Cosas que, supongo, no hacen los españoles de bien por la gracia de Dios.

El desconcierto surge cuando uno piensa qué habría sido de Pamplona sin la publicidad universal y gratuita salida de la pluma y la sed insaciable de Papá. De la misma forma cabe preguntarse ahora en plena vorágine de qué carajo vamos a vivir si “expulsamos” a los extranjeros que “vienen a España a emborracharse”, como proponía el presentador de uno de esos realities que llaman debate.

Veamos: ya no se pueden poner ladrillos, no quedan minas o industria pesada. De los astilleros mejor ni hablamos. Todos, sectores que entregamos como peaje para entrar en la UE, por mucho que nuestros cortoplacistas políticos pretendan hacer de un señor calvo el culpable de la muerte de Manolete.  Dudo mucho que la fórmula madrileña de casinos y furcias dé para mucho más. Eso si al final no se queda únicamente en furcias, glosando a Bender el robot filósofo de Futurama. Él bien lo sabía, no en vano fue una crisis intergaláctica la que acabó con su trabajo como doblador de vigas sin dejarle otro remedio que ganarse la vida (lo llamamos reciclarse) como cocinero de una nave espacial.

Por si acaso conviene no tomar las palabras de la Falagan a coña. Vayan entrenando, nunca se sabe desde dónde pueden venir las cosas y vale más que lo cojan a uno listo y dispuesto. Se fue Alfredo Landa pero nos dejó el Landismo. Y cada día es más fuerte.

 @diegoebarros

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