Por Diego E. Barros
Vamos a imaginar. Este artículo que usted está leyendo y los que llevo escritos en las últimas semanas le han gustado tanto a los supuestos lectores de la revista que mi jefe ha decidido recompensar mi buen hacer en el arte de darle a la tecla con una extra de 300.000 pavos. Para que cuando ponga a tostar mi huevo izquierdo en una playa de las Maldivas me acuerde de él. Ya sé que es mucho imaginar (lo de la pasta) y que más que ciencia ficción estoy a punto de poner la piedra de una nueva iglesia pero aunque sea por un momento, salgan de su letargo intravacacional televisivo. La cosa es bien sencilla: gracias a mis artículos, el negocio va como la seda, la crisis no se ha notado nada y en el marasmo en el que se encuentra el mercado de la publicidad, la revista, ya pueden verlo, a duras penas consigue meter unas líneas con sentido entre las planas de grandes marcas de moda, perfumería de la cara y coches con rubia de serie. Y así hasta el infinito. Después de años de hambre, la revista nada ahora en la abundancia hasta el punto de tener que organizar, como hace unos cuantos siglos, audiencias públicas para que los anunciantes muestren sus ofrendas a cambio de un espacio en sus páginas.
Me dicen que el negocio ha ido tan bien que solo en el último mes, a golpe de tecla, hemos hecho ingresar a la revista unos 23 millones de euros, así que los 300.000 pocas las gracias. Jode que Hacienda se vaya a quedar con entre el 53% y el 56% de los 300.000, pero me han dicho que lo están mirando. Hay quien me dice que me voy a quedar toda la pasta, pasta que me he ganado sin duda, ya que como vivo fuera me permitirían que tribute cero esa cantidad por medio de no sé qué procedimientos y acuerdos internacionales con lo que todo es de rigurosa legalidad y los niños podrán seguir coreando mi nombre por las calles después de leer mis artículos semanales, sin miedo a que sus padres crean que soy una mala influencia a pesar de escribir palabras mal sonantes y de que en el momento en que tecleo esto pueda confirmar que los jugadores de la Selección Española de Fútbol son personas como nosotros: es martes y yo también tengo resaca.
Me encanta el fútbol. Que a un tío por hacer su trabajo le paguen 300.000 euros me parece perfecto. Unos 300 mil que, por cierto, salen de patrocinadores privados, no de mis impuestos. Que ese tío quiera quedarse los 300.000 íntegros me parece lo normal. La prueba de que a pesar de haber sido agasajado por los dioses con el don de pegarle patadas a un balón mejor que nadie es una persona de carne y hueso. Lo que me jode es que el pagador se plantease el permitirle no pagar los impuestos correspondientes en base a no sé qué medida o disposición legal, que no viene sino a confirmar lo que muchos sospechábamos: que Hacienda somos tontos. Dicen que al final no, que lo de la amnistía sólo va a ser para narcos, tratantes de blancas y demás audaces emprendedores, pero tal y como están las cosas va uno y se fía de algo que ha salido en pequeñito, como todo lo que ha rodeado al tema de las tributaciones.
De la ola de paletismo más o menos ilustrado que ha invadido el país desde los cuatro goles a Italia en Kiev, lo peor es la estupidez montada en torno a si los jugadores deben o no entregar sus primas a acciones sociales ya que, con la que está cayendo, sería un gesto que glosando a los periodistas deportivos ―perdonen la contradicción de estos términos pero así está el oficio―, engrandecería todavía más su leyenda.
A tal punto ha llegado la cosa que además de una campaña por Internet a la que ya se han adherido unos 70.000 bienaventurados (observen ese manejo del eufemismo mariano) apelando a la caridad futbolística, hemos asistido al rumor del supuesto destino valenciano de la prima de Iniesta vía Twitter. La plataforma ha demostrado que está a un paso de convertirse en la versión 2.0 de Pedro y el lobo. Y ya van unas cuantas. Pero nada oye, sigamos considerándolo periodismo.
Pedir que los jugadores donen sus primas no hace más que confirmar que estamos a un paso de que la caridad sustituya al Estado. El sueño liberal a punto de concretarse. No hay nada más inútil e hipócrita que la caridad. Una acción muy de lavar conciencias y que triunfa especialmente en el mundo anglosajón, donde términos como justicia social o solidaridad siempre han tenido un tufillo rojeras poco soportable y solo comparable al disgusto protestante para con otros como impuestos.
Desde que Zapatero soltara aquel chiste de que bajar los impuestos es de izquierdas, todo es un mar de incertidumbre. Los impuestos, lo que son es de y para gilipollas como nosotros y así se encarga de recordárnoslo a diario Mariano Rajoy y sus compañeros de pupitre cada vez que le ponen una cámara delante a la que dirigir un eufemismo con el que adornar la amnistía para chorizos y la venta del alma de todo un país al diablo, a cambio de que este monte su macroputiclub en mitad de la nada. Al fin y al cabo, los sacrificios han de ser compartidos, dicen. Así que mejor vayan haciendo cola para ser sodomizados en el futuro Eurovegas, mientras sigue creciendo la leyenda de un equipo de fútbol que acabará por oscurecernos a todos.
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