Por Diego E. Barros
Como no os gusta el amor, atacáis a Monago. Es la moraleja del enésimo asunto que engorda cada día más la bola de Podemos. Alguien en la formación-cosa de Pablo Iglesias debería ir planeándose ponerle un sueldo a tal cantidad de mentecatos públicos porque por este tipo de campañas, antes, se pagaba. El asunto de Olga María ya va camino de convertirse en una revisión posmoderna de la Mata Hari de principios del siglo pasado y solo nos faltan las palomitas. La entrevista ya no la tiene ninguno de nuestros próceres sino gentes de la talla de Olga María, el pequeño Nicolás y compañía. Y eso sin la necesidad de que ninguno haya amenazado por enésima vez con «tirar de la manta» para luego no.
En menos de 24 horas, Monago, otrora intachable político-verso suelto del PP, ha pasado de hacerse un Pujol y amenazar con querellas a todo aquel que ose atentar contra su honor y el de su familia (¿en qué orden?), a decir que ya irá pagando «hasta el último céntimo» del dinero a cuenta del Senado con el que sufragó sus treinta y dos viajes a Canarias, todo hace indicar que a mayor gloria de su entrepierna a juzgar por la reacción de sus compañeros los senadores guanches que no lo recuerdan por allí.
Ha bastado ese tiempo y la dimisión por el mismo hecho de otro diputado del PP, para que el presidente de Extrema y Dura (que cantaba Robe) coronase su giro copernicano con otro clásico político: «No estoy aquí por dinero». Pues si no es por dinero, José Antonio, bien parece que era por vicio. Que esto lo haya dicho en la Convención que el PP celebra en Cáceres sobre un supuesto Buen Gobierno en las Comunidades Autónomas no hace otra cosa que añadir humor a un asunto al que ya se han encargado el resto de ponerle picante. En su intervención, Monago pidió «disculpas» por unos «errores» que seguro que «han sido muchos» ―esperemos que no más de 32. Y después volvió asegurar que es una persona «honrada y trabajadora» que «ama profundamente» a sus paisanos, aunque parece que, al menos durante un tiempo, a una más que a otros.
Al PP solo le falta que se le aparezca un cadáver en uno de los armarios de Génova. Justo al lado de los sacos con dinero negro con los que, supuestamente, el partido del presidente que Gobierna España, como una familia más, hacía frente a los imprevistos fueran estos un sobre sueldo o un alicatado.
Ya no sorprende la jeta de algunos ni el cuajo de Rajoy, cuyos huevos han convertido en canicas de cristal a los mismísimos del legendario caballo de Espartero. Lo que sorprende es que nadie se haya liado la manta a la cabeza para completar un día de furia cazando gaviotas. Para que luego digan que los españoles son gentes de sangre caliente cuando, en realidad, todos sabemos que nuestra única calentura es la que sale por la boca de los televidentes de nuestros tontodebates.
Todo hace indicar que Monago, que comenzó invocando la ira de los dioses y acabó sufriendo la de María Dolores de Cospedal, esté comprobando en carne propia la primera regla de cualquier partido que es la misma que la de la mafia: jamás se va contra la familia. Y Monago llevaba tiempo moviéndose tanto que ya tardaba en caerse de la foto.
Uno ya se espera cualquier cosa. Y por eso no puede evitar echar de menos aquellos tiempos en los que como demostró el Dioni había cierta honradez entre ladrones. También, en este contexto de amor en tiempos revueltos, preguntarse que qué hubiera sido de aquellas relaciones a distancia de haber tenido entonces un plan de viaje como el del señor Monago.
Achtung | Revista independiente cultural e irreverente