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La historia de la literatura siempre ha desplegado una mística particular alrededor de las primeras novelas de sus autores. Hay quienes han conseguido un éxito rotundo y abrumador, tanto que jamás han superado la calidad de su debut, y otros que, arrollados por la magnitud de su novela primeriza, se han retirado o escondido, sin volver a escribir una línea nunca más. Por todo ello, la crítica se aproxima con precaución a estas obras, con una mezcla de miedo y escepticismo, porque son tan fáciles de apalear como sencillo resulta no reconocer el talento que en ellas se esconde. Pero lo normal es que una primera novela, en este país nuestro de muerte literaria, pase sin pena ni gloria, totalmente ignorada. Alejandro Feito, con La caricia del verdugo (Universo de Letras), ha firmado un primer libro muy especial que no merece ese trato.

El propio autor define su obra en un vídeo promocional como una novela criminal. En efecto, lo es. Y lo es porque en ella aparecen mafiosos, contrabandistas, asesinos a sueldo, tiroteos, prostitución, corrupción, drogas y muerte. Cualquiera pensará, entonces, que nos encontramos ante otra novela negra más, y es ahí en donde se equivoca. La caricia del verdugo es literatura de género, de acuerdo, pero dentro del género negro es gran literatura. Y muchas de las novelas negras no alcanzan a ser ni tan siquiera literatura, presas de la rutina, los personajes planos, las escenas convencionales y los tics que las adormecen.

Primera bala: El asesinato como una de las Bellas Artes

La principal originalidad de la novela de Feito radica en su binomio protagonista. Son dos personajes tan jugosos, redondos, plenos y complejos, que absorben toda la narración en derredor de ellos mismos. Los personajes nunca están supeditados a la acción que los zarandea como unos peleles, mal endémico de muchas novelas gangsteriles, sino que en el universo literario de La caricia del verdugo son los personajes quienes controlan el tiempo de la narración, que se mueve al ritmo que ellos marcan. La novela de Feito es un santuario para personajes que tienen algo que decir.

Ambos protagonistas son asesinos a sueldo, y son bien distintos, pero se complementan. Uno es Santiago Matesanz, un complejo collage de personalidades, con un pie en España y otro en Francia, o con un ojo puesto en Barcelona y el otro en Marsella. La réplica se la da Radu Dumukrat, rumano, pero criminal del mundo, porque sus asesinatos no conocen fronteras. Son tan ricos los dos personajes que llenan por si solos la novela. Y su riqueza radica en el profundo, minucioso, concienzudo y tenaz ejercicio de retrato psicológico que el autor lleva a cabo con ellos. No en vano, Alejandro Feito es de Oviedo, y la heroica ciudad de Vetusta alumbró uno de los mejores manuales de introspección psicológica para escritores: La Regenta de Leopoldo Alas, Clarín.

Matesanz es un perdedor, cansado y desengañado, agotado, que sale de la cárcel y, pese a no querer regresar a su antigua vida, se ve obligado a ello. En este sentido, me recuerda al Franz Biberkopf de Berlín Alexanderplatz, la novela de Alfred Döblin. Matesanz no quiere convertirse en un hombre nuevo a toda costa, como es el caso del alemán, dado que el peso de sus crímenes pasados es enorme. Pero sí desea, al menos, aparcar su mundo de violencia. Como Biberkopf, se ve abocado a repetir la vida de la que huía.

Por su parte, Radu Dumukrat es el asesino forsythiano por excelencia. Tiene ciertas pinceladas chacalescas —no en vano, Frederick Forsyth y El día del chacal son dos de las más grandes influencias de Alejandro Feito—, pero va muchísimo más allá. El rumano se rodea de un misticismo tan extraño como inquietante, preñado del saber de antiguas sectas asesinas gitanas, supersticiones, ungüentos sanadores y una fiereza en la forma de actuar que lo emparenta con las bestias más sigilosas. Es un felino, una pantera letal.

Ambos protagonistas han elevado la muerte a la categoría de arte —cada uno en su estilo—, y se rodean de un círculo de personajes secundarios tan jugosos como llamativos, entregados a tratar de conformar la personalidad de los asesinos actuando como un espejo: reflejan sobre ellos a los dos criminales, y devuelven la imagen amplificada en un difícil ejercicio literario que Feito despliega con maestría.

Segunda bala: Proustinizar el género negro

Alejandro Feito demuestra en esta su primera novela que el buen género negro se construye a golpe de flashbacks. Es algo incontestable. La obra reposa sobre los dos sólidos pilares que son los recuerdos de los protagonistas. A la acción principal, que tampoco es lineal en muchas ocasiones, se le añade el continuo recuerdo del pasado de los asesinos. La madalena de Proust, en este caso, huele a pólvora, o a cocaína, o a cualquier otro estímulo que desencadena el salto atrás.

Esta inserción de largos flashbacks en la narración son los que proporcionan un relieve extraordinario a la narración, y elevan la historia de criminales con sus códigos de novela negra hasta convertirla en gran literatura. Porque es mediante este recurso como el autor consigue la disección psicológica profunda de los personajes, dotándolos de un interior riquísimo, con sus miedos y sus dudas, sus culpas y sus remordimientos.

El estudio psicológico convierte a la novela de Feito en una obra diferente a lo que cabría esperar de una novela de género. No tiene problemas en detener la acción para ilustrarnos con escenas del pasado de sus personajes, algo que engrandece el texto. He leído en algunas críticas que esta novela exige al lector una atención especial, quizás, debido a esos saltos temporales. Pero el problema viene a ser el de siempre: no existen novelas difíciles sino lectores poco preparados. O el obstáculo, tal vez, se encuentre en la predisposición de quien se acerca a una novela negra buscando la bazofia de siempre: rutina, tiros, peleas, violencia y poderla cerrar sobre la tumbona despreocupadamente. No es el caso.

Feito engancha al lector desde las primeras líneas. La opción de interrumpir la lectura para saborear un helado, o acercarse al chiringuito, no es posible. Es otro tipo de novela. Es una novela en apnea.

Tercera bala: Un novelista (y un lector) en apnea

En efecto, el autor escribe sin respiro, sin detenerse un segundo para tomar resuello. El libro, de más de 500 páginas, te acogota con una facilidad pasmosa. La narración se dispara y corta el aliento del lector, todo se mueve al filo de una angustiosa falta de respiración, de forma vertiginosa, pero sin utilizar el recurso de James Ellroy y sus frases telegráficas.

Alejandro Feito se toma su tiempo para contar, describir, sin caer en el error de suponer que un estilo veloz y breve consigue dotar de mayor celeridad a la narración. En eso, Ellroy era un gran maestro, aunque ahora ya no lo recuerde… Pero volviendo a La caricia del verdugo: todo en la obra requiere su tiempo, y sin embargo lo leemos con voracidad, como si nos administraran los acontecimientos vertidos por un embudo. La acción se desliza suave e implacable, y cuando quieres reparar en ello, ya has leído decenas de páginas.

 Por eso, no es un texto que resulte sencillo de apartar a un lado. Sus capítulos se cierran de una forma en la que el lector siempre necesita más, otra dosis, tal que si fuera uno de los drogadictos que aparecen en sus páginas. Es un libro para leer con bombonas de oxígeno, porque desde su principio hasta su final, en cada línea argumental nueva que abre, en cada personaje que aparece, en cada retroceso en el tiempo, se nos va robando la respiración producto de una emoción muy bien construida.

Cuarta bala: Un polar en la literatura española

Polar, con ese término se define el género policiaco francés, y Feito reinterpreta el polar clásico para llevarlo a otro nivel. En primer lugar, gracias a la ambientación trabajada y sensible, que sitúa la mayor parte de la novela en Marsella y con personajes del clan de la cofradía de Partinello. En segundo, a causa del despliegue de un imaginario propio de las películas de Jean Paul Belmondo o Alain Delon (¿no sería Santiago Matesanz un estupendo Belmondo y Radu Dumukrat un genial Delon?). En el libro aparecen continuamente los automóviles y las persecuciones —no hay polar sin ellas—, pero sobre todo, el empeño por desarrollar la trama insertada en el espacio del suburbio marsellés.

La novela negra tiene siempre mucho de denuncia, es un intento de iluminar algunas de las zonas más oscuras de la sociedad. Y eso, en el polar, es una cuestión primordial: así, Feito se muestra violento, a veces incluso gore, construyendo un retrato insoportable e irrespirable de una realidad en quiebra donde la marginalidad, la corrupción y la lucha por la supervivencia se rigen por la ley del más fuerte; incluso con ciertos toques psicópatas.

Este polar, o más concretamente neo-polar, que pone en marcha el autor se nutre, principalmente, de su talento para moverse en los códigos de unas culturas diferentes —los gitanos romanís, los clanes marselleses o las familias corsas— de las que sabe destacar elementos determinantes como una forma de centrar el foco en lo verdaderamente importante: las motivaciones que conducen a la cultura de la violencia en todas ellas.

Quinta bala: All Women Are Bad

No hay novela negra sin femme fatale. Y en la novela de Feito no solo se retrata a una de estas mujeres fatales, sino que desfilan por sus páginas un gran número de ellas. En La caricia del verdugo las mujeres traen a la muerte de su mano. Son unas Proserpinas que infectan todo lo que las rodea. Extienden la destrucción sin mucha necesidad de juegos de seducción o complicadas estrategias. Son como en la canción de The Cramps, titulada All Women Are Bad, un azote bíblico para los hombres.

Simplemente, estas mujeres son obra y producto del mal, y como tales actúan. No cabe ni un ápice de posibilidad de redención, ni tampoco para quienes se relacionan con ellas. No aparece en toda la novela un personaje positivo. Los dobleces de los secundarios acaban por revelarnos a indeseables que se alimentan de un mundo de violencia.

Las mujeres, por tanto, no podrían ser una excepción que resultaría poco afortunada en semejante marco narrativo. La redención por amor no existe. Realmente, no existe ningún tipo de redención.

Sexta bala: La estructura poliédrica

La caricia del verdugo está plagada de aciertos, como ya he comentado detenidamente, pero uno de los mayores radica en la forma en que se ha narrado el material literario. Generalmente, una primera novela suele presentar a un personaje-narrador en primera persona, porque esta voz le resulta fácilmente asimilable al autor a la hora de escribir sin complejidades técnicas. Sin embargo, Alejandro Feito elige un narrador omnisciente complejo, que contempla las escenas como por un ojo de pez o un gran angular, proporcionando una amplitud de mirada deslumbrante.

De esa forma, se van superponiendo los planos de la realidad, del ahora, sobre los flashbacks recurrentes del ayer, que van desgranando información hasta poder completar el puzle narrativo. En ese sentido, se trata de una narración en poliedro, que presenta diferentes caras en función de la porción de historia que nos cuente uno u otro personaje.

La mirada externa del narrador se focaliza con facilidad en los momentos importantes, dejando otros sucesos aparte, que son comentados como de pasada y sin aparente interés, pero que luego el lector descubre cómo eran de cruciales en la narración. Eso, sin contar varios giros inesperados, sorpresas realmente sólidas y no traídas por los pelos (de nuevo, otra enfermedad que azota a la novela negra actual), y un tramo final de texto trepidante.

Es La caricia del verdugo una novela repleta de buen hacer, magníficamente resuelta gracias a su brillante estructura apuntalada en unos personajes protagonistas inolvidables. Así es el excelente debut de Alejandro Feito, que ahora deberá enfrentarse a la siempre compleja segunda novela: talento no le falta para que repita con una narración de altura.

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