Dos de las mujeres más sofisticadas del panorama del EDM/pop electrónico, Róisín Murphy y Alison Golfrapp abrieron en Madrid un festival con mucha expectativa y lograron satisfacer hasta al más escéptico. Ambas tienen un pasado glorioso con sus antiguas bandas, Goldfrapp y Moloko, con las que conquistaron los primeros años de este nuevo mileno que ya lleva el primer cuarto rulando. Estas dos súper féminas presentaron sus discos publicados (más o menos) recientemente, The Love Invention a cargo de la primera y Hit Parade de la segunda. Las dos divazas de la glam pop electrónica pusieron de rodillas a su público en el parque Enrique Tierno Galván, Madrid, en la que se presenta ya como una apuesta segura en festivales veraniegos locales. Allí disfrutamos del lado más sofisticado, audaz y estimulante del synthpop de los últimos 30 años.
Uno de los arquetipos más desgastados y recurrentes en el eterno (mal)trato que sufren las artistas femeninas en el pop es la insistencia en querer verlas pelear entre ellas, o “la lucha de gatas/ el duelo de divas”, lo que parecería satisfacer algún rincón oscuro de nuestras heteronormativas psiques. Durante casi dos décadas, Alison Goldfrapp y Róisín Murphy también tuvieron que pasar por ahí. Pero ambas se complementaron, brillaron juntas en Madrid, tienen más en común que haber compartido como colaborador al excéntrico músico y productor Richard X. Estamos ante dos compositoras con más de 50 años, con lo que eso supone en esta industria musical tan dura en lo que se refiere al maldito edadismo que afecta a la mujer, mayormente. ¿Has visto qué guapo está Lenny Kravitz vs. qué vieja y chocha está Madonna?.
Abrió la noche Alison Goldfrapp presentando el que ha sido su debut en solitario, The Love Invention (12 de mayo de 2023, BMG Records) de espíritu hedonista con deliciosas dosis de house, synth pop y disco. A finales de 2019, Goldfrapp y Will Gregory iban celebrar el 20º aniversario de su legendario álbum debut Felt Mountain con el Felt Mountain: The 20th Year Tour en marzo y abril de 2020. Sin embargo, debido a la pandemia de COVID-19, la gira se reprogramó para 2022. Durante la pandemia, Alison comenzó a trabajar en solitario. En 2022, colaboró en el sencillo «Impossible» con Röyksopp para el álbum de 2022 del dúo, Profound Mysteries.
Allison Elizabeth Margaret Goldfrapp (Irlanda, el 13 de mayo de 1966), toma inspiración de un fascinante rango de artistas y géneros musicales. De adolescente escuchaba a Kate Bush, T. Rex, Donna Summer e Iggy Pop y descubrió a Serge Gainsbourg cuando trabajaba en Bélgica. Mientras viajaba por Europa a principios de los 90 le dio por escuchar música disco polaca y música de cabaret de la República de Weimar. Callejón Sin Salida (Roman Polanski), el film de culto The Wicker Man (Robin Hardy, 1973) y la saga de James Bond son sus influencias. Además, se inspira en el surrealismo y en la naturaleza, lo que se evidencia en las portadas de sus discos, que ella misma diseña en colaboración con Big Active. Goldfrapp cree que la música es una experiencia visual, por tanto, visualiza sus letras antes de escribirlas. Cuando compone, usa sus letras para crear melodías y tambores. Su obra se caracteriza por el uso de animales para describir estados y emociones humanas. Maravillosa antropozoomorfia pop.
Su puesta en escena en el ALMA Festival fue ochentera, muy retro-futurista, la foto perfecta de la noche. La propia Alison pareció sorprenderse de la respuesta del público. Miss Goldfrapp se deja la piel en cada canción, pero tras un comienzo un tanto frío la temperatura subió con “Anymore” y “Ride a White Horse”. Su hit clásico “Strict Machine” trajo aún más, la guinda a su concierto, con todo el mundo bailando y cantando. Dos sintetizadores, una batería electrónica y dos bailarinas acompañaron a la vocalista en un set con hooks y razones suficientes para enamorarnos la casi hora y cuarto en que desplegó sus encantos. No faltaron temazos como “Love Invention”, “So Hard So Hot” y “NeverStop” sumados a “Impossible”. Otros nuevos temas brillaron como el súper funky “Gatto Gelato” o la festiva “Fever”, con la que cerró. Obviamente, los más coreados fueron “Rocket”, “Ooh La La” y “Strict Machine”, del repertorio con su banda anterior, y se desató la locura. La británica derrochó actitud jovial y positiva, cantó bien con su clásica voz angelical -se disculpó por no hablar castellano-, bailó y defendió bien un repertorio que fue de menos a más y con el que hechizó a todo el mundo tras la puesta del sol.
El segundo round de esta noche perfecta de sororidad y luna clara lo protagonizó, como no iba a ser de otra manera, la gran Róisín Murphy quien demostró ser toda una reptiliana de pedigrí. La irlandesa planteó una actuación más orgánica, con cinco músicos en el escenario. Guitarra, bajo, sintetizadores, batería y percusiones, con la muy efectista complicidad de una cámara trasera con la que interactuaba a su conveniencia, close-ups histriónicos con aroma ibicenco. Un show teatral de electro jazz mutante, con continuos cambios de vestuario y escenografías según requería la ocasión. Y la ocasión requería justo eso: energía vital y el toque Shakespereano al que nos tiene acostumbrados. Desde su aparición en esa “Pure Pleasure Seeker” de Moloko, a la fiesta funk de “Can’t Replicate” final, vibramos con ochenta minutos de puro espectáculo, donde alternó sus joyas para la pista de baile, con momentos más melancólicos. Venía a presentar el muy notable Hit Parade (Ninja Tune Records, 2023) producido con Dj Koze, pero la diva fue mucho más allá.
Róisín Marie Murphy (Arklow, Wicklow, 5 de julio de 1973) es una cantante, compositora, productora, modelo, diseñadora y actriz irlandesa, muy valorada en el arte de la música por sus innovadores álbumes al igual que en el mundo de la moda por su estilo excéntrico y vanguardista. Roísín era un obsesa de las modas de los años sesenta. Su madre atendía tiendas de caridad y realizaba ventas de garaje. La adolescente inquieta se mudó a Sheffield a los 17 años con la idea de ingresar en una escuela de arte y en 1994 conoció a Mark Brydon en una fiesta, tras la cual iniciaron una relación. Brydon, que había tenido experiencia en la música, invitó a Róisín a su estudio a hacer grabaciones. Tras un buen número de experimentos sónicos en el estudio, Róisín y Brydon formaron el dúo Moloko. El resto, como suele decirse, es historia. “Fun For Me” apareció en ese álbum debut donde exploraron diversos géneros como el funk, el rock, el techno, el pop y el dance, presentándolos ante el mundo como un dúo de electrónica y trip hop. Su mayor éxito vendría en 1999 con el relanzamiento del sencillo “Sing it Back”, en una versión remezclada por el productor Boris Dlugosch. El sencillo “The Time is Now”, que llegó al puesto n.º 1 en el Reino Unido. Temazo imprescindible que podría representar a la raza humana cuando nos descubran los marcianos. Fliparán. Róisín empezó a cantar en solitario cuando aún estaba en Moloko. En 1999, participó en “The Truth”; en 2001 volvió a trabajar con Boris Dlugosch, en el sencillo “Never Enough”, que se convirtió en un gran éxito de club, llegando al puesto n.º 15 del UK Singles Chart. Desde entonces, Miss Murphy ha publicado un buen catálogo de álbumes en solitario que la han posicionado en la memoria colectiva -especialmente en Europa- como una innovadora en su campo. Toda una fuerza de la naturaleza.
En el Festival ALMA de Madrid, una Róisin plena de carisma, brilló con “Overpowered” y la sensualidad lisérgica de “Simulation” y “CooCool”. Por supuesto, no se olvidó de los dos clásicos que encumbraron a su banda, “The Time Is Now” y “Sing It Back”, coreadas en una festiva comunión neo-hippie con un público entregado en goce místico. Una pasada. Su performance (que eso es lo que la describe) es un elemento esencial en sí, un show único e irrepetible que fue haciéndose más electrónico, minimalista y percutivo según llegaba ya el final. “I Knew”, la épica “Something More” -combinada con “Let Me Know”-, “Overpowered”, “Incapable” e incluso algún corte de Moloko en versión de house deconstruido (“The Time Is Now”) dejaron a los asistentes boquiabiertos ante la capacidad de la irlandesa para depurar la música dance. Con personalidad, sin pedanterías, sin tomarse demasiado en serio a sí misma. Un recital multidisciplinar cuyo espectáculo solo pueda ser considerado como arte total. Los músicos, su voz, el vestuario, el vídeo, todo se concentraba orgánicamente alrededor de los excéntricos movimientos de la Róisín, elevada sobre sendos tacones. Ambiciosa, arriesgada y whadefuck, excesiva, abrumadora.
Como un camaleón en el escenario, Róisín fue transmutándose en diferentes personajes a lo largo de la noche. Bastante más clásica últimamente, fue jugando con elementos mucho menos arriesgados y mucho más ortodoxos, pero a su manera. Abrigos de pieles como si fuera una nueva encarnación dislocada de Cruella de Ville. Bailando como Fred Astaire levantando un sombrero de copa, o vistiendo una chaqueta blanca. Boa de plumas que parecía estar viva bailando alrededor de su cuello. Sus bailes y coreografías salpimentados por unos intensos gritos de histeria desde la grada, un público que canta y baila totalmente metido en la mezcla audiovisual de Róisín, cuyo carisma resultaba abrasador. Sus jueguitos con la cámara de vídeo emulaban a Charles Chaplin o Jacques Tati.