Seleccionar página

En el estreno de la obra Aphonia de Luis Sosa Berlanga, nos encontramos con una pieza que une clown con danza contemporánea, donde volvemos a ver a su personaje Nino, acompañado de su inseparable ovejita de peluche Molly, y que se cierra con una pequeña charla sobre la profundidad política de las artes escénicas.

 

La pieza parece reproducir diferentes momentos de la relación de Nino consigo mismo, una relación contradictoria y problemática, en un proceso dialéctico de encuentro y separación, de ajuste y desajuste de la personalidad con su pasado, su presente y su futuro. Encaja la propuesta temática en esta estructura, donde la soledad se presenta entre claros y sombras —específicamente «claros», más que «luces», porque no se trata de resoluciones positivas de la soledad, sino momentos de lucidez donde la situación actual se vuelve menos pesada—, entre encuentros y desencuentros de la persona que se está construyendo a sí misma en un espacio socialmente ajeno, pero que necesita de lo social para construirse. Se construye dialécticamente, en una afirmación negativa, que deja ver de forma permanente sus contradicciones. Esto está en el fondo de la figura del payaso, que es pura acción, por lo que su combinación con la danza contemporánea da como resultado un apunte directo al núcleo problemático y contradictorio de la Modernidad, entre lo objetivo y lo subjetivo, entre lo necesario y lo contingente, entre un presente continuo y un eterno retorno.

Foto: CIRAE. Florentino Yamuza

Foto: CIRAE. Florentino Yamuza

 

La pieza, de 15 minutos, funciona como un recorrido con altibajos a través de cinco actos o momentos que marcan su tema a través de un fragmento de Cuadros en una exhibición de Mussorgsky / Ravel, donde cada tema es un momento de este proceso de desrealizado y redescubrimiento de sí de Nino ante la mirada absorta de Molly. La apertura es un paseo, un reconocimiento de lo circundante, en la que Nino, después de disponer la escena a su gusto, la recorre ufano en una apertura libre. El segundo acto comienza con un momento de escisión radical, una mirada a un vacío que la audiencia no ve, pero sobre la que Nino se sitúa de manera inmediata, y que rompe el movimiento a una sucesión dolorosa, casi espasmódica, que habla de los momentos de oscuridad que pueden surgir de manera inevitable y de forma imprevista en la normalidad cotidiana. Pero Nino se rebela, y en un tercer momento asoma la autodeterminación del sujeto que se manifiesta en gestos precisos, tensos, violentos, depurados. Una autodeterminación que funda un reencuentro: Molly se incorpora a la pieza desde su pasiva posición inicial de observadora para compartir la seguridad recobrada (o ganada a la soledad, según se vea) de Nino. Surge el momento de compartir, de encuentro, de alegría por ser con el otro. Pero, lamentablemente, Molly no es una persona con la que la comunicación humana sea posible, por lo que la oscuridad no termina de desaparecer. Hay encuentro, pero un encuentro extorsionado por la necesidad de encuentro. Por eso, Nino desaparece recuperado, pero el coste resulta incalculable, marchando abatido.

La combinación entre danza contemporánea y payaso, con ese fondo a veces tétrico, a veces brillante, de la música de Mussorgsky, hace que nos encontremos ante algo muy parecido a un corto de aquellos siniestros de Disney, de los Silly Symphonies, donde el slapstick se juntaba con una banda sonora épica, y se narraban a través de la animación acciones al mismo tiempo ominosas y cómicas. Nino realiza un viaje interior de tipo infernal, pero en un infierno interior cotidiano, por una serie de estadios que cualquier persona ha podido recorrer, sobre todo en el contexto del confinamiento durante la pandemia, durante el cual la sociedad estuvo más unida que nunca, pero al mismo tiempo atomizada y separada, sustraída su voz en el común de la calle, del mercado, del centro de trabajo, confinado a su mismidad patética en la soledad de su casa. La danza de Nino es un diálogo consigo mismo a falta de un otro, pero que desespera en salir afuera, hacia el otro, pero no en un sentido grandilocuente, como si la humanidad fuera una gran palabra grabada en piedra; al contrario, la comunicación busca ser vulgar, emocional, pero cargada de aquella normalidad que permite al humano ser humano.

Foto: CIRAE. Florentino Yamuza

Foto: CIRAE. Florentino Yamuza

 

Toda esta problemática la desarrolla el autor, actor y bailarín de la pieza, Luis Sosa Berlanga, en un post-acto a través de una charla donde nos habla de Hannah Arendt y su obra, especialmente de La condición humana. Sosa Berlanga nos presenta una serie de conceptos arendtianos —labor, trabajo, acción—, que se refieren a los diferentes momentos de la producción y la reproducción de la vida humana. Los primeros, labor y trabajo, hacen referencia a las necesidades inmediatas y a la satisfacción de necesidades a largo plazo; a comer y a planificar una vida. Sin embargo, sólo la humanidad se da plenamente libre (plenamente humana) en la acción: allí donde la persona entra en el espacio público y crea un desvío de la inercia de labor y trabajo, donde el proceso de relación entre sujetos da como resultado salidas a la inacción de la supervivencia. Es ahí donde Sosa Berlanga introduce al payaso, como un ser que vive desde que nace hasta que muere en la acción, en la comunicación con el otro, que es la audiencia, y que constantemente está instalado en un presente problemático y problematizado por la mirada del payaso, que busca salidas, que busca dar materia a la acción. Este espacio de comunicación es, para el autor, lo que dota de profundidad política a las artes escénicas, en particular a las posibilidades del payaso en ese diálogo.

En este marco, la acción de Nino resulta paradójica, porque es un payaso, nos reclama con la mirada, nos quiere hacer partícipe, pero en su vórtice dramático (aunque casi más bien trágico), no es capaz de darse esa conexión: no tiene voz. La aphonía que da título a la obra es el núcleo problemático de la propuesta de Sosa Berlanga, que nos acerca y aleja en cada momento de la acción. De momento es, según el autor, un work in progress, una pieza que tiene que terminar de tomar forma, pero estos mimbres ya muestran una propuesta de payaso diferente, y que quiere abrir un espacio de diálogo relevante.

Foto: CIRAE. Florentino Yamuza

Foto: CIRAE. Florentino Yamuza

 

 

Comparte este contenido