Por Marcos Rodríguez Velo
Las primeras noticias que salieron a la luz sobre el disco que habría de suceder a The Suburbs datan de septiembre del año pasado, cuando se empezó a rumorear que James Murphy colaboraría con Arcade Fire en la producción de dicho disco. A mediados de julio del presente año se puso fecha al lanzamiento y el pasado 25 de octubre el grupo decidió ofrecer el álbum en streaming. En el medio de estos dos últimos sucesos, la crónica de un evento anunciado, o lo que es lo mismo: fechas de lanzamiento publicadas en las redes sociales del grupo, marketing de guerrilla por todo el mundo, sitios en internet de bandas ficticias, trailers, tracklist oficial, previews de algunas canciones, streaming integral de esas canciones, vídeos interactivos, conciertos y apariciones televisivas bajo el nombre de The Reflektors y finalmente el disco, que se convierten en un total de tres meses de martilleo continuo. La campaña de marketing para este lanzamiento ha sido tan ejemplar como invasiva, incluso más que la de Daft Punk para Random Access Memories. Una estrategia que, además de aumentar las expectativas hasta niveles inverosímiles, confirmaba indirectamente que algo grande estaba a punto de suceder.
El cuarto disco de los canadienses no defrauda, pero está lejos de ser una obra unívoca y de fácil clasificación. Enseña, sin embargo, una notable complejidad de niveles consecuencia de diferentes estímulos convertidos en mil refracciones de un sonido que juega conscientemente a confundir al oyente.
Durante el periodo de promoción del álbum se habló mucho de cómo el grupo se había dejado influir por la rara haitiana (música de origen africana ligada a la tradición vudú, un exotismo que ha dado mucho juego en los medios musicales) y de cómo Reflektor tendría que haber sido un poco como la vuelta a casa, según declaraba Régine Chassagne. Pero el disco no se lanza abiertamente a la polirritmia o a lo étnico como hilo conductor y carece de ambiciones experimentales en este sentido; al revés, utiliza estratégicamente esos elementos para enriquecer un estado de ánimo fácilmente reconocible y 100% Arcade Fire. En pocas palabras, no es un salto al vacío, de manera que si bien en canciones como Awful Sound (Oh Eurydice) o Flashbulb Eyes el factor rítmico tribal adquiere cierta importancia, en Here Comes The Night Time es un mero acompañamiento y en el single Reflektor poco más que una anécdota.
En cuanto a la variable James Murphy: la coproducción del ex LCD Soundsystem es fundamental, pero no es “el disco de James Murphy”. Si bien es verdad que Porno y Supersymmetry son concesiones a su estética y los sintetizadores unidos a unas vibrantes guitarras dan fe del trabajo del músico, no es menos cierto que su función es la de un catalizador, más que la de un director de orquesta: trabaja con los detalles, no supervisa nada, no se apropia de los espacios que pertenecen al imaginario del grupo. Sí que se aprecia ese componente impredecible que tan útil resulta a Butler y compañía para, por un lado, evitar un posible estancamiento en su sonido y, por el otro, impedir que el recurso a ciertos modales ya adquiridos (del post-punk inglés en adelante) se convierta en un callejón sin salida.
Entonces, ¿qué es Reflektor? ¿El álbum que quería Chassagne, que en una entrevista con el diario The Guardian decía: “el papel de Murphy es el de ayudarnos a entender las posibilidades dance que pudiese tener el disco”? No es probable, sobre todo si a la palabra “dance” le asociamos un significado contemporáneo. Reflektor es en realidad, y a pesar de poseer una bailabilidad genérica al estilo DFA, un disco paradójicamente conservador y repleto de referencias: la música disco de los Rolling Stones de canciones como If I Was A Dancer (Dance Pt. 2) que, más allá de la superficial capa de laca propia de los 80, parece inspirar la canción que da título al álbum, con sus riffs e incluso ciertos cambios de acordes en el estribillo; un Lee “Scratch” Perry homenajeado en el dub de Flashbulb Eyes, donde el grupo logra imprimir su sello en un género a priori alejado de su estilo habitual; una It’s Never Over (Oh Orpheus) que a pesar de la predominancia de los sintetizadores logra recordarnos a Prince y su vigoroso electro-funk; la alusión a Blondie en algunos detalles de Joan of Arc; unos The Cure que se atisban en ciertas frases de Here Comes The Night Time; o una Awful Sound (Oh Eurydice) que parte de un beat polirrítmico para adentrarse en territorios relacionados con The Beatles, crescendo instrumental incluído (véanse Hey Jude o A Day In The Life).
¿Debemos relacionar todo con el mito de Orfeo y Eurídice, destacado en la portada gracias a la escultura de Auguste Rodin y subrayado por la inclusión de la película Orfeo Negro (Marcel Camus, 1959) como parte del streaming oficial del disco? No, porque, aunque ciertas canciones están llenas de referencias a dicho concepto, en las letras se habla de relaciones entre individuos, de vínculos afectivos, de desilusión. La enésima pieza de un inescrutable mosaico.
Más que un simple “reflector”, el cuarto disco de Arcade Fire parece una sala de espejos de la que es casi imposible salir. Todo ello en la línea de un grupo capaz de dar vida a una obra ambiciosa y estéticamente potente, cuyo primer objetivo es certificar el estatus conseguido y el segundo preservar el gusto por el “descubrimiento” musical. El punto central del disco siguen siendo unas letras que quizás adolecen del impacto y cohesión de The Suburbs, pero que ganan en fascinación y que saben ser evocadoras. Reflektor es una obra llena de detalles que requiere de toda la atención de quien se aproxime; el esfuerzo es, no obstante, recompensado por un carnaval de sonidos que, quitando raras excepciones (Normal Person o You Already Know), mantiene muchas de las promesas iniciales y es capaz de sonar “popular” al mismo tiempo.
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