Por Javier Vayá
La carrera de Ben Affleck parece destinada a copiar los pasos de ese último clásico llamado Clint Eastwood. Si el segundo evolucionó de actor ninguneado a director imprescindible, el primero parece empeñado en revertir su vilipendiada trayectoria como actor en una sólida y muy interesante labor tras las cámaras. Tras un debut que sorprendió a propios y extraños con la excelente Adiós, pequeña adiósa la que siguió la no tan brillante pero muy recomendable The Town (Ciudad de ladrones) se esperaba este tercer largometraje para dilucidar si nos encontramos en serio ante un gran director con mucho que decir o todo fue flor de un día.
Tras el visionado de Argo ya no quedan dudas de que el Affleck director es al Affleck actor lo que Eduard Punset a Belén Esteban. El primer gesto de personalidad que hay que agradecerle es el de abandonar los bajos fondos de Boston que transitó en sus dos primeros filmes y las adaptaciones de novelas de Dennis Lehane (otro punto en común con Eastwood ya que Lehane era el autor de la maravillosa Mistic River) y tener la valentía de afrontar una historia real desclasificada por la CIA con trasfondo político y viaje a un pasado reciente pero complejo.
La cinta nos sitúa en 1979, durante la crisis del ataque a la embajada americana en Teherán de la que séis rehenes se ven obligados a refugiarse en su homóloga canadiense bajo grave peligro de muerte. Ben Affleck se reserva el papel protagonista interpretando a Tony Méndez, un agente de la CIA y héroe anónimo que perpetra una verdadera misión imposible para sacar con vida a sus compatriotas de Irán.Para ello deberá fingir que tanto él como los séis rehenes pertenecen al equipo de una película de Ciencia-ficción que busca exteriores en territorios exóticos.
Aciertos
Argo comienza con una muy acertada exposición de los hechos lejana al maniqueísmo, como el resto de la cinta, que inmediatamente da paso a la acción con un ritmo tan impecable como vertiginoso. Affleck mueve la cámara con endiablada maestría para situar al espectador en la agónica situación de sus personajes a la vez que consigue plasmar de manera excelente el contexto histórico gracias a una encomiable labor de maquillaje y vestuario.
Una de las principales bazas de la película es el trabajo del director de fotografía, Rodrigo Prieto, que otorga texturas diferentes para los tres escenarios en los que transcurre la historia, Irán, Hollywood y el cuartel general de la CIA. De este modo consigue dar a la película un empaque visual tan excelente como poco frecuente en este tipo de producciones.
Por otro lado cabe destacar el maravilloso elenco del que se sabe rodear Affleck, actores de la talla de John Goodman, Bryan Cranston o Alan Rickman, tres pedazos de actores que viven una segunda juventud con la que elevan la calidad de cualquier producción en la que se vean inmersos. Estos tres interpretes se reservan algunos de los mejores momentos y diálogos de la cinta.
El director consigue impregnar la película del aroma clásico de producciones setenteras del estilo de directores como Sidney Lumet, pero sabiendo aportar algunos toques de comedia que ayudan a relajar la situación hasta el magnífico clímax final, en el que el mejor Thriller hace acto de presencia poniendo de los nervios al espectador.
Errores
Sin embargo existen algunos errores que impiden que Argo no sea tan buena como, a priori, podría haber podido ser. El primero y más evidente es el arquetípico retrato de los séis rehenes que, pese a estar interpretados por competentes actores, se quedan en mero esbozo o incluso Mcguffin de una historia demasiado centrada en el rescate y el papel que Méndez (Affleck) jugó en él que en el día a día de los refugiados que podría haber dado mucho juego. También existen demasiados personajes en la trama, hecho que no sólo marea al espectador sino por lo visto también al director que olvida a alguno de ellos sobre la marcha o no sabemos qué aportan a la historia. Estos errores pueden ser consecuencia del que, a mi juicio, es el mayor de todos; se notan demasiado las escenas eliminadas. Esto queda claro no sólo en todo lo indicado anteriormente (el gran Michael Parks aparece una vez y con una frase en todo el metraje) sino sobre todo en la parte familiar de Méndez, del que sólo se nos dan pistas de su maltrecho matrimonio para finalmente querer emocionarnos con la aparición de una esposa a la que hasta ahora no habíamos visto.
La magia del cine
Con todo nos encontramos ante una muy buena y entretenida película que sin fuegos de artificio ni piruetas visuales cara a la galería consigue que el espectador disfrute con su visionado. También nos encontramos ante un nuevo y talentoso director al que todavía le quedan muchas cosas que decir y, por lo visto, decirlas con un oficio innegable.
Por último el mensaje de Argo encandilará a los amantes del séptimo arte por su reivindicación de la fábrica de sueños como vehículo para traspasar fronteras físicas e ideológicas y, porqué no, hacer el bien.
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