Suelo ser partidario de tener presente el contenido de la sinopsis de la pieza que estoy viendo a lo largo de su representación. Empezando por eso de que quién va a ser mejor introducción de dicha pieza, que su propia autora. Y en el caso de las creaciones que se valen de un código contemporáneo, más aún: siendo que el creador se puede permitir desarrollar su trabajo en función de lo establecido en la lógica interna de su pieza, sin tener por qué “preocuparse demasiado”, en que sea entendido en su totalidad.
Ahora bien, si incluimos en este “balance” que la buena danza, ante todo, es sugerencia, pues, nos enfrentamos ante la necesidad de articular el análisis de lo que estamos viendo con su correspondiente “disfrute sensorial” (por llamarlo de alguna manera) ¿Ello implica que el “disfrute sensorial” es algo que no esté inherentemente involucrado con el análisis de lo que vemos? Quizás en una escala formal nos pueda resultar útil diferenciar entre ambas cosas. Sin embargo, todo análisis lleva consigo un complejo diálogo entre lo que está percibiendo in situ el espectador, con aquello que hasta ahora ha recogido el mismo de sus experiencias personales, su formación especializada, etc.. A dónde quiero llegar, es que Áspid siendo uno consciente o no interpretando el rol del espectador, te emplaza a tomar la decisión de seguir el hilo del “discurso” que hacen Vanesa Aibar y José Torres del cual nos han “anunciado” en la sinopsis; o por el contrario, uno se decanta por dejar entre paréntesis el contenido semántico de la pieza, mientras uno se entrega de lleno, a todo a aquello que hizo posible que de allí se desencadenase la confluencia de estos dos profesionales andaluces.
Esto fue posible gracias a que ambos tuvieron la gran habilidad y acierto, de que pareciese que la música de José Torres “no se oyera” y que la danza de Vanesa Aibar “no se la viera evolucionar”. Es decir: Fue tal la cohesión entre ellos, que al menos en mi caso, lo que percibí fue un «paisaje» sobre aquello que Vanesa Aibar y José Torres han estado trabajando en conjunto. De tal forma, que ellos más que ir “hacia adelante” a lo largo de la pieza, se ciñeron a “rellenar” todos los espacios con su interpretación, dentro del marco que ellos mismos se habían propuesto ocupar con Áspid.
Si se compone una pieza donde la concordancia entre la danza y la música es llevada al límite, pues, estamos ante algo que “actualiza” el que se siga recurriendo al formato de que haya uno o más músicos tocando, mientras hay uno o más bailarines bailando en consecuencia: formato que se ha hecho más que un clásico. Pero si queremos trascender de los ámbitos más “canónicos”, cabe preguntarse hasta qué punto se está llevando a cabo una reproducción en el que su contenido se ha diluido con el fin de no rendir cuentas a dicho canon, o bien, de verdad se ha investigado y ensayado para que el resultado de lo que se va a exponer sobre un escenario, sea lo que permita que el trabajo en juego fluya por sí mismo. Haciendo posible decir que la interpretación es un poner cuerpo, un hacer presente a todo lo que las personas involucradas se han representado en sus cabezas durante la creación.
Por supuesto que Áspid ha sido sobresaliente en esto y más, y sin ni si quiera pretender ser “innovadora” o revolucionar la sensibilidad del público. Más bien es una pieza que ha sido tan trabajada hasta la extenuación, que me atrevería a afirmar, que Vanesa Aibar y José Torres han salido mucho más maduros en lo profesional y lo personal durante este proceso que podemos llamar “Áspid”. Y como si lo anterior no fuese poco, nos fueron regalando imágenes que pasaron de lo estilizado y lo elegante a lo abstracto y bizarro, dotando de relieve y profundidad a todo lo que abordaron (recuérdese cuando ambos entremezclaban sus cuerpos teniendo como nexo la guitarra u otro elemento al que le dieron mayor incidencia, en varias de las escenas de esta pieza). De verdad, que gustoso y esperanzador es que una pieza que responde a un lenguaje determinado, pueda hacer de las veces de “embajadora” en el ejercicio de promocionar a la danza y a música como universales, aunque uno sienta mayor afinidad a una tradición u otra