Por Diego E. Barros

El expresidente del Gobierno, José María Aznar, junto a su mujer, la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, y el ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, durante la misa de clausura de las Jornadas Mundiales de la Juventud en agosto de 2011.
Ha sido aparecer El Inefable en televisión y ponerse Rouco a nombrar exorcistas como si la vida le fuese en ello. Que el reino de Aznar no es de este mundo es algo que confirma la rápida reacción del jefe de la Iglesia española. Una palabra suya el pasado miércoles y ha puesto a rezar media España. Unos por su vuelta y otros por que un país los acoja si ésta finalmente se produce. A mí los temas que tienen que ver con el Maligno siempre me han dado un poco de yuyu. Con Aznar directamente me acojono. Es verlo en televisión moviendo el labio y se me encojen las entrañas. Yo, por ejemplo, nunca he sido capaz de ver El Exorcista y eso que soy uno de esos modernos que acuden raudos a ver todo aquello que suele llevar pegada la coletilla «de culto». Luego me pasa lo de siempre, ni fu ni fa, y vuelvo a mi tradicional agnosticismo desordenado. Digo que no he visto la película pero eso no impide que me sepa de memoria escenas y los diálogos importantes. Tengo un colega que cuando cerraba el último garito siempre proponía acabar la noche en su casa mirando lo que hace la cochina de tu hija. Hay gente para todo. Que no haya visto El Exorcista tampoco es grave. Para ser sincero, salvo los zombis por su naturaleza manejable, no soy muy dado a sentarme delante de la tele a pasar miedo. Dicen los aficionados que es por puro placer pero yo cuando quiero un oxímoron que echarme al cuerpo me leo el Marca. Aznar me atrae, al fin y al cabo, como la película de William Friedkin y el miércoles tampoco pude resistirme. Poseído estuvo el expresidente media hora vomitando mientras ―no sé si Carmen Lomana o Gloria Lomana, qué más da―, le recordaban «el milagro económico del 96». Puede que fuera Victoria Prego, que lleva desde el 78 haciendo la misma pregunta y ahí sigue, intentando que alguien se la responda. Yo tengo «el milagro económico del 96» entre mis lecturas de ficción favoritas, justo al nivel de Watchmen. Le sigue muy de cerca otro título entrañable que también se ocupó de citar: «yo bajé los impuestos». También es bueno. Como trabajador precario, con la llegada de la primavera, su reforma de los dos pagadores me jodía vivo y ahora es mi hermano el que la sufre. Decía Furio Colombo que la entrevista es un arte tristemente muerto. Yo creo que exagera y bien haría el maestro de periodistas en acotar su descripción a los grandes medios porque de lo contrario sería matar toda esperanza y al menos que nos quede eso. El mejor resumen del espectáculo lo dio una de las presentes en el plató de Antena 3 al decir que Aznar había dicho «exactamente lo que había ido a decir». Ergo, vimos un mitin. Mi padre siempre suele acabar la velada con las visitas que han venido a casa diciéndole a mi madre: «Mari, vamos a acostarnos que esta gente querrá irse». Y no bien está levantándose del sofá cuando las visitas ya han cerrado la puerta tras de sí. Con los expresidentes pasa un poco lo mismo. Justo cuando nos estábamos acostumbrando a ellos dan el portazo dejándonos con la sensación agridulce del alivio por lo pasado y miedo ante lo futuro. Lo de Aznar más que una marcha fue una huida. Ahora amaga con cobrarse venganza aunque en realidad es otro de esos órdagos que se tiran los que amenazan con tirar de la manta y luego no. Sabemos que Felipe es un jarrón chino y Zapatero un recuerdo que se difumina en el tiempo. El de Valladolid es ya una aparición que produce lo mismo que los miembros amputados: el dolor de su ausencia. Lo que no sabíamos es que entre las peticiones y casos que requieren a la Iglesia la urgencia de un exorcista, una viniera de Moncloa.
música cine libros series discos entrevistas | Achtung! Revista | reportajes cultura viajes tendencias arte opinión