Una de las cosas que distingue a un buen director de escena de los demás, es su capacidad de sacarle el máximo partido al equipo de profesionales con el que se rodea. Si a ello le sumamos que, Blasons/ Doesdicon es bailada por personas con algún tipo de discapacidad junto a otras que portan cuerpos normativos, entonces quien dirige ha de saber dar con la fórmula que equilibre sus inclinaciones interiores, con las potencialidades y la incertidumbre que lleva consigo contar con un grupo de profesionales tan heterogéneo.
Eso sí, que quede por delante que cada uno de los intérpretes de esta pieza son profesionales, puesto que la calidad artística y la profundidad de su contenido, están al mismo nivel de cualquier producción internacional. Es triste que aún corresponda llevar a cabo este tipo de aclaraciones, pero forma parte del proceso de inclusión de profesionales con alguna discapacidad que han trascendido los contextos socio-educativos, que se valen de las artes como un vehículo para materializar sus objetivos para con sus usuarios. Lo cual ha supuesto que muchas producciones de nivel profesional tarden más de lo común en entrar en las programaciones de los grandes teatros o festivales, a menos que haya una especie de “apellido” que destaque que se trata de un ciclo de “artes escénicas inclusivas” y demás cosas por estilo.
No es la primera vez que defiendo que, aunque lo anterior tenga su razón de ser a nivel estratégico, también se corre el riesgo de que estos profesionales actúen casi siempre en esos contextos. He allí, que no se termina de erradicar de raíz la exclusión que le ha dado lugar. Ahora bien, es innegable que gracias a proyectos como el ya extinto Festival Escena Mobile (Sevilla) o el ciclo Ético: Encuentro de Teatro de Inclusión y Comunitario (Teatro TNT, Sevilla), se han generado precedentes que a los programadores y espectadores les ayuden a comprender de que no se ha de diferenciar entre obras “inclusivas” de las que no lo son, sino entre las que son profesionales de las que son amateurs (como bien suele decir la directora y una de las fundadoras de la compañía andaluza Danza Mobile, Esmeralda Valderrama).
Esta pieza de François Chaignaud / Tânia Carvalho / Dançando con a Diferença da fe de que mientras los programadores y espectadores se van haciendo una idea de lo que les he comentado, ha habido profesionales provenientes de estos ámbitos, que han alcanzado un alto grado de refinamiento a la hora de ejercer su profesión, esto es: no cualquiera ha conseguido que sus intérpretes (contengan “cuerpos normativos” o no) salgan a escena con una presencia escénica, que es uno el que termina siendo el observado, no los individuos que están en escena. Ello es llevando a más durante la primera parte (que, dicho sea de paso, estuvo bajo la dirección François Chaignaud), en donde, nosotros los espectadores, somos tratados con desdén y, en ocasiones, con rechazo.
Lo anterior, personalmente, lo he leído como que el producto de la degeneración de nuestras relaciones humanas y políticas, han formado parte de un caldo de cultivo en dirección a una sociedad en la que cabe preguntarse si aún tiene sentido definir al ser humano tal y como se ha hecho a lo largo de la historia de la cultura occidental. Siendo que ha quedado desvelado de la forma más desencarnada, de que ello era un cúmulo de buenas intenciones que se proyectan desde el “mundo de las ideas” de Platón (por así decirlo), no algo que por su propia postulación y proselitismo se haya practicado en cada uno de los individuos implicados. Así, tenemos una “pista” para responder el por qué hay personas que son vistas como “menos humanas” que otras, o el por qué una persona que ha sido maltratada y vejada le supone un esfuerzo extra cerrar sus “heridas”, a la vez que busca su auto redención fuera del lugar del que procede.
De tal manera, que no sea de extrañar, que uno habite (o al menos, esté de paso) en terrenos en los que se reacciona con ansiedad a los impulsos que transita uno, dejando entre paréntesis la evaluación de sus posibles consecuencias en una escala individual y colectiva. Y si, por otra parte, esto es filtrado desde un lenguaje bizarro y satírico, nos topamos con el mundo que constituye a la segunda parte de esta pieza (dirigida por Tânia Carvalho), esto es: que quede por delante, que yo no pude haber disfrutado más como espectador, ya que justo este es uno de los tipos de humor que más me gustan, entre otras cosas, porque estos profesionales no pretendieron ser graciosos ni carismáticos. Sino más bien, entiendo que ellos se “camuflaron” en esa dimensión que poco tenía que envidiar al de la película Beetlejuice de Tim Burtom, para lanzarnos una serie de imágenes que, por mero hecho de ser una caricatura de nuestro cotidiano, exponen sin rendir cuentas a nadie, el cómo una serie de dinámicas envenenadas operan con cierto grado de descaro.
El vestuario, el diseño de iluminación y el ambiente sonoro fueron el “acicate” que elevó a cualquier cosa que se hiciese en escena, siendo que, llegados a este punto, Blasons/ Doesdicon había adquirido una gran flexibilidad en sus posibilidades. Tampoco es que hicieron un “lo que sea”, sino que sus intérpretes han sido tan bien dirigidos que, todo tenía sentido y era concebible dentro del marco en el que se desenvolvieron: Los intérpretes se lucían siendo libres de ser lo que son, mientras enviaban un mensaje contundente y divertido para prevenir de que en un futuro no muy lejano, las cosas podrían ser así dentro y fuera de nuestros lugares de residencia. Da igual, si no habido “maldad” en la deshumanización que han sufrido las personas no normativas, ya que los actos nacidos de la banalidad y la ignorancia pueden llegar a ser muy crueles. Porque basta con que se configure una alteridad entorno a un grupo determinado de personas, para que se desaten “cuartadas” de lo más inquietantes por parte de quien abusa de sus posiciones de poder.
Por eso pienso que campos como la literatura, el cine o las artes escénicas se prestan a plantear sin reparo alguno, cosas que nos disuadan de replicar comportamientos y discursos que minan la dignidad humana. Por tanto, no hace falta montar un “dramón” para visibilizar y reflexionar sobre tragedias, a pesar de que sea posible que una estética tan, aparentemente, siniestra “nuble” los horizontes de parte los integrantes del público. No obstante, ello forma parte de la responsabilidad que asumen los creadores cuando escogen una vía de comunicación por encima de otras, dado que habrán concluido que esa es la más directa y distinta.
Sin olvidar que, la versión del clown de la que se inspiraron estos profesionales me parece de las más edificantes y poderosas de las que hay. Ya que actuar sobre un escenario desde la vulnerabilidad, la verdad y la travesura son mucho más elocuentes, que el pretender “gustar” a todos los públicos. De verdad, que ha sido un trabajo maravilloso, elegante, potente y muy maduro.