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En la sala Zm de Sevilla, se representó Bodhi. Una improvisación conjunta entre el bailarín y maestro de danza butoh, Coco Villarreal. Con Gul, el serruchista musical (quien tocaba un serrucho con un arco de violín).

Este trabajo nació de la premisa de que no se sabía que iba a pasar durante el espectáculo, tan sólo dejaron preparada la puesta en escena. Y lo demás, fue sucediéndose mientras ellos se apoyaban en su amplia experiencia en sus respectivas disciplinas, y las horas que habrán compartido en común.

Ahora bien, les reconozco que de música poco les puedo aportar (dado mi desconocimiento), pero el hecho es que  lo que tocó Gul, era algo que nos iba sumergiendo en un ambiente onírico y bizarro: como si los que asistimos como público, hubiéramos estado en un mundo paralelo. Y claro, con una puesta en escena sencilla pero muy efectiva, se generó el terreno idóneo para que la danza de Coco Villarreal se desatara por toda la sala. Ambos intérpretes nos ofrecieron una exhibición de todo lo que tenían entre manos en aquél momento, más no quiero dar a entender, que nos mostraron lo máximo a lo que pueden llegar, tan sólo lo que le fueron guiando sus impulsos en aquella tarde del pasado 23 de mayo.

No obstante, detrás de cada movimiento, de cada gesto…, hay años de arduo entrenamiento para que una cosa así pueda emerger con tal fluidez. Es decir: por más que la danza y la música que se representó en la sala ZM duró cerca de una hora, allí quedó concentrada toda la trayectoria de ambos, lo cual es un ejercicio de síntesis que se manifiesta en un presente que fue estirado hasta sus últimas consecuencias.

Foto Rafa Núñez Ollero

Foto Rafa Núñez Ollero

 

He allí que pareciera que el contenido de lo que se veía, carecía de consistencia. De todas formas, considero que el enfoque más edificante a la hora de enfrentarse a representaciones como esta, es dejarse hacer en medio de una cosa irrepetible que busca seguir la línea de algo, que sólo responde a una lógica extremadamente formal, y que sólo comprende el que está interpretándolo en escena. De resto, es intentar buscarle forma a aquello que no es moldeable: es como  está siendo. Es más, ahora que ya pasó el momento de este espectáculo, trato de recordar lo que vi, y queda a mi alcance una resonancia que no podría distinguir si fue hace unos años, o unas cuantas horas.

De hecho me atrevería a decir, que lo más relevante es pensar qué ha supuesto para cada espectador el pasar por esa experiencia estética, esto es: un trabajo como este interpela a cada espectador, dado que ante tanta abstracción (en la música y en la danza en cuestión) cada uno tenderá a buscarle un encaje en su imaginario personal, así lo que aparenta ser algo amorfo pasará a ser universal.  Porque de allí todos podrán sacar algo en común, aunque parezca paradójico que las lecturas sean tan distintas, como personas que estuvieron presentes.

Por tanto, la danza de este intérprete mejicano pasó de lo bizarro a lo sutil, de lo frenético a lo contemplativo. O dicho de otra manera: no sólo es que no había manera de predecir por dónde iba interpretar la música del serruchista; sino que además, había tantos enlaces que el sólo ver el cómo contemplaban el espectáculo los otros integrantes del público, te podía desorientar.  Es que Bodhi es un trabajo que se desplegó por todo el espacio, sin dejar ningún rincón de la sala desatendido.

 

Foto Rafa Núñez Ollero

Foto Rafa Núñez Ollero

 

El mismo a veces te arrollaba, otras veces  sugería un ritmo de respiración que calmaba el ánimo de los presentes. Y todo lo anterior, interpretado con una coherencia y una limpieza magistral. Coco Villarreal demostró que es un intérprete que posee un amplio abanico, ya que fue combinando sus extravagantes movimientos, con sus cantos que venía derivados de los estados por el que estaba pasando. Sí estados, porque más que movimientos nosotros lo que vimos son estados corporales, que eran habitados hasta el fondo, para ser despojados tras haber transitado por una transformación que nos recordaba que el paso tiempo en la sala Zm, continuaba vigente.  Es como si este bailarín de butoh, hubiese bailado todo y nada a la vez.

Haya sorprendido o no a los espectadores, el caso es que lo que se expuso era sumamente magnético. Diluyendo la importancia de localizarle algún calificativo a lo que se representó, siendo que ello no pretendía ser algo, sólo le basta estar en un aquí y ahora. He allí que para mí preguntarme si las cosas me hubieran gustado si hubieran sido de una manera u otra, no es más que un desvío a las ricas reflexiones que sugiere Bodhi.

En definitiva, este espectáculo es de esas cosas que te encuentras pocas veces en la vida, y que te brindan tanto, que te dejan como cambiado durante al menos unas horas. He allí que este sea un buen ejemplo, de que nosotros los espectadores hemos de dar de nuestra parte, para que la experiencia estética se consuma del todo, sino los “regalos” que nos hicieron llegar, sólo  los habrán disfrutado los intérpretes. En esta línea, me pregunto qué habrán recogido los alumnos de Coco Villarreal que estuvieron asistiendo como público (tómese en cuenta que actualmente el mismo, está impartiendo un seminario de danza butoh en Sevilla. Y entre el público, estuvieron varios de sus alumnos que han pasado por las sesiones intensivas ese mismo fin de semana) ¿Habrán identificado varias de sus indicaciones en su danza? ¿Consiguieron entender más dichas indicaciones, gracias a verlo bailar? ¿Ver bailar a alguien que ha hecho de profesor, lo humaniza?…

Foto Rafa Núñez Ollero

Foto Rafa Núñez Ollero

 

 

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