Nada le importa a la balanza en que te mido
los colores que te cubren
el himno que entonas
la genealogía que te precede, insigne,
cargada de atributos.
Nada le importa a tu sistema métrico
la lengua que me define
los jadeos con los que me expreso
la familia de la veladamente niego y me oculto
como una avestruz entre el cemento.
¿Porque seguimos entonces preguntándonos los nombres,
comprobando del código las mínimas características
y cuestionando si la nuestra es una soledad compartida?
Cuando lo cierto,
querido extraño,
es que estamos todos abandonados a la carne
en la carne
y tenemos miedo a vernos como somos en el fondo
caníbales por categorías.
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